La filosofia en México: La década de los noventa 

Ahora que el siglo agoniza y que las perspectivas de lo nuevo, de lo renovador, del cambio indispensable atropellan nuestro presente sin permitir que concluya el ultimo decenio del siglo XX, conviene reflexionar sobre lo ocurrido en la filosofía mexicana y tratar de vislumbrar cual será susuerte en la proxima década de los noventa. 

La filosofía llegó a México con los complejos signos de la cultura espanola del siglo XV. Una cultura renacentista con la enorme fuerza de los siglos de oro que produjeron uno de los momentos màs altos de toda la creación literaria universal. Elcrecimiento y la maduración de la lengua castellana fueron como el signo premonitorio del encuentro con América. Pero la filosofía que vino después a México y en generalal continente americano fue anacronica. La contrareforma hizo que fuese aún más penosa la situacíon que volvió la espalda a los grandes sistemas del siglo XVII privandonos del conocimiento de Descartes, Bacon y Spinoza. América fue la consecuencia más destacada del Renacimiento pero nació caminando hacia atras en el sendero superado delafilosofiaescolástica. Este pensamiento nos separó del racionalismo, el experimentalismo y los seguros de las filosofias de corte empirista, dejandonos en un punto muerto de dificil recuperacion; pero fué una filosofía auténtica y funcional en tanto quefue el pensamiento que justificó la dominacion y la conquista. Salazar Bondy con razón afirma: 

«Los temas americanos no dejaron de hacerse presentes como elemento nuevo en la inquie-tud teórica, hay un rico acervo de meditaciones filosofico-teológicas en torno a la humanidad del indio, el de recho de hacer la guerra a los aborigenes y el justo titulo para dominar Amé-rica, que es lo más valioso del pensamiento de los siglos XVI y XVII. Gracias a él la escolástica alcanza por momentos un tono vivo y creador, justamente en la medida en que toca la problemática de la existencia en el orbe recien conquistado y en proceso decolonización»(1). 

Durante el largo sueño colonial las obras de Benito Jerónimo Feijoo, Jovellanos, Villarroel y otros ingenios ilustrados de España se difundieron ampliamente en el siglo XVIII preparando el camino de la independencia. El romanticismo llegó con las luchas secesionistas del siglo XIX y otros pensamientos se hicieron presentes. Pero fue la filosofía positivista de Augu-sto Comtey Herbert Spencer la que co nmayor fuerza contribuyó al desarrollo de un pensamiento progresista en México. No obstante las limitaciones propias de esta filosofia se levanto como el pensamiento indispensabile para que México buscara los fundamentos de un derecho, de una educación y una ciencia republicanas y ademas luchara contra la fuerza de la iglesia que era el arbitro supremo de la vida política y factor de poder de la gran oligarquia utilizado contra los intereses de las clases populares. 

La nueva filosofía del siglo XX en México parte de la critica de la filosofía positivista que se había arraigado a partir de las leyes de reforma de Benito Juarezy de la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria llevada a cabo por el incansable Gabino Barreda, conocedor del pensamien-to de Comte con quien había trabado amistad en la capital francesa. Ju-sto Sierra, divulgador del pensamiento evolucionista de Spencer y cabeza visible de la corrtente positivista ofrecía en nombre de los ideólogos de esta tendencia en cada nuevo periodo reelección presidencial al «tirano honra-do», general Porfirio Diaz y éste a su turno dejaba la dirección de la edu-cación en manos de los sabios positivistas y las finanzas públicas en las de la burguesía ascendente. No obstante, para la ultima reelección, Sierra no propuso el nombre del general Diaz, sino que abrio el debate critico contra el gobierno y desde su propio seno, era secretario de Instrucción Publica, inició la lucha 

Al atacar al positivismo, filosofia oncial desde la época de la Reforma, el Ateneo, asumía una postura contra el gobierno pero ésta no coincidía con los fines populares del movimiento surgido en 1910, ni con los intereses de la revolución politica que encabezaba Francisco I. Madero, ni mucho menos con los de la revolución social que acaudillaba Emiliano Zapata y los movimientos agraristas. Por otra parte, no todos los miembros del Ateneo estuvieron contra el régimen de Ponirio Diaz, basta recordar la actitud de Antonio Caso. 

Los miembros del Ateneo volvieron a introducir la religiosidad puestaen entredicho por los positivistas, reelaborando con las obras de Bergson, Boutroux y otros, nuevas formas de catolicismo que presentaban como algo en apariencia renovado. Cabe anotar que sus críticas contra el positi-vismo no desbordaron elmedioreducido del circulo académico y no lograron afectar la conciencia general de la nación, ni menos aún, influír en las instituciones políticas, no obstante que José Vasconcelos llegó a desempenar la Secretaria de Educación Publica y que siempre identificó al po-sitivismo con el imperialismo norteamericano. Esta lucha se libró en el terreno estrictamente universitario y muchas formas del viejo positivismo reaparecieron cono fundamento importante en los mismos revolucionarios que ocuparon puestos destacados en los gobiemos que surgieron después de 1910 (2). 

La crítica contra las tendencias positivistas hecha por José Vasconce-los no atendía a circunstancias históricas reales de México, sino que recaia sobre el caracter racionalista y sobre el proyectado modelo de ciencia, que por lo demás no se había desarrollado en México, para resaltar la importancia de un irracionalismo sentimental estético que no implicaba un paso adelante y que más bien actualizaba las tésis del uruguayo José Enrrique Rodó. El irracionalismo de Vasconcelos llegó a México cuando en el viejo continente, como dice Lukacs «este irracionalismo fue considerado como insuficiente por parte de la extrema reacción, ya antes de la primera Guerra Mundial, como lo demuestra la oposición de derecha contra Croce por parte d Papini y otros» (3). 

La gran personalidad filosófica del Ateneo de la Juventud fue Antonio Caso.Reyes, profundamente preocupado por las culturas clásicas,notocótemas defilosofíasinotangencialmente y más bien desde la literatura enla quefue un gran maestro. La obra de Caso si dejó huella en la formacion del pensamiento mexicano del siglo XX, no solo por su ininterrumpida labor de muchas años en la Escuela de Filosofía de la Universidad de México, que él mismo fundó, sino por sus múltiples publicaciones, conferencias y articulos sobre las más diversas cuestiones. A veces se escucha el reproche contra el fundador de la Escuela de Filosofia de su eclecticismo pero éste sirvió grandemente en un ambiente en donde eran desconocidas las corrientes de los pensadores clasicos y contemporáneos. Ademas, Caso, presentia la necesidad de hacer una filosofía desde las con-diciones especificas de México; fue a partir de estas reilexiones como se desarrollo el pensamiento de las nuevas generaciones. A Caso, le cupo, entonces, el mérito de darle paso a una posible filosofía latinoamericana, aun-que Justo Sierra un poco antes, consideraba la necesidad de una filosofía de lo mexicano, y Vasconcelos, propusiera el frustrado proyecto de filosofía latinoamericana. 

La nueva filosofía mexicana surgió en la década de los veinte con la generación de los «Contemporáneos» llamada así porque se agrupó en torno de la revista del mismo nombre publicada entre 1928-31 a la cabezade la cual brillaba el talento filosófico de Samuel Ramos. Fue una generacion que dedico más tiempo a los quehaceres litirarios donde alcanzó importantes producciones. Surgio con espíritu universal en oposición al desmedido mexicanismo secuela de la Revolución de 1910, aunque Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México se haya podido a cercar a lo auténticamente mexican omarcando un sendero parala investigacion que ha tenido importantes logros. No fue ajeno, Ramos, a la concepcion historicista de Dilthey ni a la filosofía perspectivista de Ortega. 

La filosofía por esos años se enriqueció notablemente con la difusión del pensamiento alemán hecho principalmente por José Ortega y Gasset desde la «Revista de Occidente». Dilthey, Max Scheller y Nicolai Hartamann traian un punto nuevo para la discusion filosófica. Por otro lado Antonio Caso difundió el pensamiento de Husserl desde su cátedra de la Universidad de México y dió a conocer el pensamiento perspectivista de la filosofía raciovitalista de Ortegay Gasset, que refrescaron saludablemente la atmósfera filosófica de México hasta entonces limitada al pensamiento francés. 

La generación de transterrados espanoles que llegó a México en 1938 reforzo los estudios filosóficos dándo les principalmente mucho rigor y profesionalismo. A partir de sus enseñanzas se haproyectado en México una comunidad filosofica bien preparada y con suficientes instrumentos metódicos. Numerosa y bien formada fue la generación española que se estableció en México a raiz de la guerra civil. Eran discipulos de Ortega y en menor grado de Miguel de Unamuno y se habían formado con la influencia del pensamiento alemán y principalmente con el influjo del krausismo que llevó a España Julian Sánz del Río y divulgó ejemplarmente la acción pedagógica de don Francisco Ginerdelos Ríos. Entre la brillante nómina depensadores que vinieronaMéxicodebemos destacar a Joaquin Xirau, Jo-séGaos, Juan David,GarciaVacca,EugenioImaz, José MedinaEchever-ría,Luis Recaséns Siches, Juan Roura Parella y Eduardo Nicol. Los mae-stros mejor datados eran Joaquín Xirau,desaparecido prematuramente y José Gaos que dejó una profunda huella en los filósofos que formóalolar-gode su vida dedicada a la enseñanza. A Gaos le cupo el honor de fundar una filosofía en México que ya no era ejercicio de aficionados sino de profesionales calificados. Sin embargo, el excesivo rigor que inculcó a sus discipulos frustró algunos talentos que espantados dejaron la pluma por-queelcultoalaprecisionsetransformó eninseguridad. Era elelevadopre-cio que exigía un verdadero profesionalismo. 

Se podría decir que la filosofía mexicana del siglo XX, la generación del Ateneo se desarrolló desde el centenario hasta 1925, y que la siguiente de Samuel Ramos lo hizo hasta 1940. De ahí en adelante surgieron una gran diversidad de tendencias y en ocasiones los pensadores fueron estrellas solitariasque sin embargo obtuvieron reconocimiento académico de la universidad donde impartieron sus cursos. Desde esta misma épocade desarrolla el interés por los estudios marxistas en México. Vicente Lombardo Toledano publica algunos trabajos y tiene una polémica con Antonio Caso en1933, en la cual tardiamente participó el mismo Ramos, cuando hizo una critica de la educación socialista en México. 

Este largo trayecto recorrido por la filosofía hace que ella haya madurado; en México hay un grupo de filósofos bien informados con una alta preparacion académica y con publicaciones que han merecido la atención de auditorios extranjeros. Los filósofos mexicanos participan en condicio-nes favorebles en congresos y simposios internacionales y solamente hace falta un mayor estímulo por parte de las universidades, centros de investigacion y autoridades educativas para que su labor 

pueda descollar más. 

En la actualidad en la universidad mexicana se afirman muchas corrientes y tendencias. Se destacan entre ellas la filosofía latinoamericana; la filosofía analitica; la corriente marxista y el estudio de la obra de Jürgen Habermas. Este cuadro de preferencias indicado por los cursos que se imparten en la universidad mexicana no deja de ser, por lo demás, bastante parecido al de otros paises del continente. El interés por la obra de Heidegger sigue siendo constante lo mismo que por algunos aspectos del existencialismo de Jean Paul Sartre. Sin embargo, esta gran diversidad de ten-dencias le imprime a la filosofía mexicana un aire de universidad, pero a su turno, señala con dramatismo la ausencia de un interés comun, de un método más o menos uniforme, de un sentido específico en la filosofía. Aunque existen autores muy significativos en México la tendencia continua siendo la de la afirmación en la simple enseñanza. México on es país de grandes autores sino de magistrales profesores. Esto ha traído como consecuencia que la labor de los profesores no sea insistentemente investivativa sino más bien de carácter divulgativo.Y este fenómeno no es ajeno a que en México, como en el resto de latinoamerica, no exista una auténtica filosofía, sino más bien una explicacion y justificacion de corrientes que han surgido en Europa por el impulso y la fuerza de situaciones muy concretas, pero ajenas a nosotros. Ha sido constante de la filosofía en México seguir muy decercalos trabajos e investigaciones puestas por el pensamiento europeo dónde por razones historico sociales se generan movimientos a partir de surcos muy profundos dibujados en lasraíces mismasde la sociedad. Sobre este punto Gaos, Ramos y toda una constelacion de pensadores se han ocupado. Es como una fatalidad histórica que no puede ser soslayada. Sin embargo, la reflexión insistente sobre este problema indica algunas soluciones que en una u otra forma se están teniendo encuenta. Sabemos que somos dependientes de fuerzas económicas y políti-cas exteriores a nosotros y que la filosofía no ha encontrado su camino propio por esta dependencia.Peroelhechode hacer consciencia sobre elpro-blema nos coloca en elcaminode su solución. Los grandes acontecimientos que estan estremeciendo al mundo nos abren una brecha de esperanza. El hecho de que en la Unión Soviética se conquiste una auténtica de-mocraticia socialista que recupere el pensamiento libertario de Carlos Marx, extraviado en el oscuro pasaje de Stalín y Breznev, nos abre grandes posibilidades. Nos movemos bajo el signo de la búsqueda de una pluralidad política y una activa participación de las masas en la conducción realdela sociedad. En México,como en Moscú, Budapest, PragaoSantiagoselucha por alcanzar auténticos estadios deafirmacióndemocrática. La liber-tad paulatinamente conquistada en la UniónSoviética ha sido la condición de la liberación política de los estados del oriente europeo. Es cierto que el deshielo de la perestroika no pasa por los Estados Unidos como nos lo demuestra la política económica de esa nación hacia los productos latinoa-mericanos y la brutal agresión contra el pueblo de Panamá, pero la distensión intemacional y el buen juicio de la política soviética, nos permitiran gradualmente ir conquistando la libertad y soberanía que no hemos gozado. Los Estados Unidos no pueden continuar ejerciendo una política hacíasus vecinosdel sur irracional y reñida con los más elementales principios de la moral política y del derecho internacional. Sin embargo, no podemos esperar que la justicia nos llegue por el oleáje democratico que estremece al mundo, sino que tenemos que luchar y conquistar nuestra soberaníae independencia nacionale. Quando lo anterior ocurra podremos esperar un gran florecimiento filosófico de todas las tendencias que se agitan en México. Inclusive el marxismo podrá dar frutos de benedición no conocidos por la enajenación de la guerra fría, la pausa de la posguerra y la adulteración del socialismo. Pese a las virtudes y limitaciones que hemos señalado la filosofía mexicana cuenta con una buena estructura para desarrollarse con fuerza y creatividad durante la década de los noventa. Su labor deberá continuar siendo, como hasta la fecha, conciencia lucida de nuestro desenvolvimien- to historico y crítica severade nuestro ser social. La filosofía es saber, crítica y actuación y su presencia es indispensable para el encuentro de nosotros mismos y de los grandes valores de nuestra cultura. 

Juan Mora Rubio 

(1) Salagar Bondy Augusto, Sentido y problema del pensamiento filosofico hispano-americano, «Dialectica, UAP, Puebla», no.9, diciembre de 1980.   contra el positivismo que era el pensamiento oficial de la dictadura porfirista. Sin embargo, exiscían antecedentes como la revista Savia Moderna fundata por Ricardo Gómez Robelo, Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledon en 1906 en la quel el primero inició la critica de la filosofia positivista. Mas tarde, el 28 de octubre de 1909 se fundó el Ateneo de la Juventud, cuyo primer presidente fue Antonio Caso, esta famosa asociación agrupó a muchos escritores, artistas y en general intelectuales en torno a la figura del dominicano Pedro Enríquez Ureña, que con paciente actitud socratica, se dió a la tarea de enseñar a toda una generación jóven las nuevas corrientes de la filosofía europea. El Ateneo de la Juventud consolidó su existencia y definió su actitud contra la filosofía positiva en una serie de seis conferencias que en 1910 fueron pronunciadas por los más destacados miembros de la organización. La última corrispondió a José Vasconcelos con el titulo de Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas en la que no solamente criticò al positivismo sino que de paso planteò su proyecto filosófico del esteticismo anti-racionalista. 
(2) Cordova Arnaldo, «La filosofía de la revolución mexicana» en La filosofía actual en América Latina, Ed. Grijalbo, 1976, p. 45. 
(3) Lukacs Georg, El asalto a la razón, FCE, México, 1959, p. 17. 

 

Da “Spiragli”, anno II, n.4, 1990, pagg. 17-23




Attore e personaggio: valenze e pratiche sceniche nel teatro di Pirandello

Pirandello si affaccia nel panorama letterario italiano scrivendo poesie, saggi, romanzi e novelle. È sotto l’influenza del Verismo che egli matura i temi propri della sua produzione narrativa. Quegli stessi temi che si incontrano nelle sue novelle, nelle quali, però, si riscontrano anche elementi che assumono già valore simbolico particolare. Si assiste, infatti, in questo periodo, ad un contrasto dei personaggi che generalmente vivono esperienze contraddittorie tra realtà esterna ed interiorità1. Le ambientazioni, poi, di certe novelle vengono decisamente rivissute dai personaggi in chiave psicologica, come, ad esempio, in Ciaula scopre la luna, dove il paesaggio esprime un’angoscia esistenziale di valenza universale.

Parallelamente a questa produzione narrativa, Pirandello comincia a porsi degli interrogativi sull’arte e sulle tecniche di esecuzione dei moduli artistici, narrativi o teatrali che siano. Già nel saggio L’azione parlata, l’autore agrigentino riconosce la specifica differenza tra narrazione e azione scenica. Pirandello, in questa fase, pur intuendo (ma non definendo) una teoria del teatro, è già consapevole dei limiti degli autori di teatro che, a quel tempo, concepivano la scena in termini romantici. Da qui ha origine il suo atteggiamento polemico nei confronti della «letteratura» nel teatro, di cui era caratteristica quella unità di linguaggio tra i vari personaggi che smentiva l’ «azione parlata», cioè il dialogo/contrasto tra situazioni, sentimenti e caratteri diversi e persino opposti.

Parlando dell’arte, Pirandello la identifica con la vita: «Non il dramma fa le persone, ma le persone il dramma»2. Chiara è la polemica nei confronti del teatro di D’Annunzio, costruito come una finzione, laddove i personaggi sono trasportati dall’opera narrativa nella dimensione del teatro, perdendo in questo modo la loro «identità drammatica». Pirandello trova l’identità artistica dei personaggi fuori da ogni retorica precostruita. Successivamente, solo attraverso le esperienze teatrali, svilupperà il concetto della dicotomia personaggio/attore, mostrando, però, di avere scelto definitivamente il teatro come forma d’arte necessaria alla verifica di quella che era stata soltanto un’impostazione teorica. Attraverso la prassi teatrale, avrebbe cercato di risolvere anche il problema dell’interpretazione del dramma da parte degli attori.

Nel saggio del 1908, dal titolo Illustratori, attori e traduttori lo scrittore manifesta la sua disapprovazione nei confronti della figura dell’attore, appunto, il quale opera una mediazione necessaria, ma «illecita», tra autore e pubblico. L’attore viene definito come «una soggezione inovviabile»: «Sempre, purtroppo, tra l’autore drammatico e la sua creatura, nella materialità della rappresentazione, si introduce necessariamente un terzo elemento imprenscindibile: l’attore» 3.L’attore, secondo Pirandello, non potrebbe giudicare veramente l’opera che interpreta e non riuscirebbe, poi, a dare piena vita al suo personaggio; dovrebbe, infatti, spogliarsi della propria individualità e sentire il personaggio come l’autore lo ha sentito, l’autore che, già, di per sé, ha dovuto compiere uno sforzo per immedesimarsi nel personaggio da lui creato. Pirandello, in sostanza, vorrebbe che non l’attore fosse il protagonista del dramma, ma il personaggio variamente interpretato, che, in questo modo, potrebbe vivere di una sua multiforme vita, secondo le diverse situazioni ed «emozioni».

Egli ritornerà sull’argomento nel 1922, nella conferenza dal titolo Teatro nuovo e teatro vecchio, tenuta a Venezia. Citando l’esempio di Goldoni, ribadisce il concetto della perenne attualità del teatro, quando esso si richiami alle mutevolezze e all’umanità perenne della vita. Goldoni, appunto, allontanandosi dai moduli delle maschere della commedia dell’arte, ancorava i personaggi strettamente ai caratteri umani e alle loro vicende, mostrando di fare «teatro nuovo».

Pirandello, dal 1916 in poi, inizia la vera carriera teatrale e abbandona ogni postulato teorico per dedicarsi, quasi unicamente, alla prassi del lavoro scenico e alla composizione drammatica. Le resistenze che in un primo tempo mostrò di avere nei confronti del teatro (al quale «fu tirato per i capelli», come scrisse Diego Fabbri) testimoniano tale atteggiamento critico per una forma d’arte che, pur sempre, aveva variamente rappresentato l’etica del mondo borghese. Poi, invece, riscoprì il teatro come il luogo più adatto per rappresentare la frantumazione dei miti che reggevano la morale borghese.

Egli continuerà, da questo momento, a proporre e riproporre, in modo a volte martellante e ossessivo, la problematica riguardante l’identità/opposizione tra personaggio e attore: identità/opposizione che poi è rimasta irrisolta. A proposito di tale contraddittorio rapporto tra autore ed interpreti, il Nostro introduce, nel saggio sopra citato, l’idea della tecnica come parte vitale del processo creativo. Soltanto con la tecnica gli attori possono avvicinarsi al livello dei personaggi.

Pirandello traspose le sue teorie sulla recitazione della produzione teatrale, specialmente nei Sei personaggi in cerca d’autore, in Ciascuno a suo modo e in Questa sera si recita a soggetto, opere queste che rappresentano la trilogia del «teatro nel teatro». Attraverso le numerose didascalie, poste a commento dei vari intermezzi e atti teatrali, «suggeriva» ai possibili registi (ovvero capocomici. come si chiamavano in quel tempo) il modo concreto migliore per resuscitare il testo scritto e rivitalizzare il dramma che in esso era racchiuso. Se il teatro è dinamismo e contraddizione. il testo scritto dell’autore (testo che ormai risultava essere un fatto compiuto) non poteva essere riprodotto sulla scena senza quei necessari cambiamenti di natura tecnico-scenica ed interpretativa che avrebbero dovuto consegnare il dramma alla dimensione propria del teatro, alla vita.

Il problema che Pirandello sollevò, rivolgendosi soprattutto al pubblico, fu quello di spezzare le barriere artificiose della comunicazione teatrale (la cosiddetta «quarta parete») per coinvolgere il pubblico e restituire al teatro il senso della rappresentazione, «mettendo in scena» la vita e i suoi multiformi aspetti.

L’attore, così facendo, si viene a trovare in una condizione di inferiorità nei confronti del personaggio, come appare chiaramente in Sei personaggi, finisce con l’essere esso stesso un personaggio, come avviene in Questa sera si recita a soggetto. Così assistiamo ad una vera e propria sopraffazione operata sugli attori, i quali si trovano coinvolti in mezzo a due forze dispotiche: i fantasmi deipersonaggi che pretendono di impadronirsi di loro e il regista che li invita ad essere aperti e ricettivi.

È nel «personaggio» che Pirandello mostra di ricercare la chiave di volta del suo sistema di simbolizzazione della vita. Dichiarandosi contrario al concetto di «arte simbolica», intesa come rappresentazione allegorica e quindi «favola che non ha per se stessa alcuna verità né fantastica, né effettiva», Pirandello intende liberare il personaggio dalla struttura realistica, cioè dalla vita = finzione, che è una condanna esistenziale e, perciò, limita resistenza piena del personaggio4. In questo modo, cioè, la «vita» rappresenta un ostacolo all’esplicitarsi della «forma del personaggio» come piena e compiuta realizzazione della «fantasia dell’autore».

È chiaro che siamo di fronte ad un vero e proprio annientamento della funzione teatrale intesa come rappresentazione mimetica del personaggio: egli, lungi dall’essere .manipolato» o reinventato dalle tecniche teatrali dell’attore, è, invece, restituito integralmente alla sua forma artistica, alla fantasia che lo ha creato rendendolo autonomo da ogni azione predeterminata, da ogni «movimento» imposto.

Nella distinzione tra personaggio e autore c’è, comunque, l’implicita dissoluzione del ruolo dell’attore, tradizionalmente utilizzato come intermediario tra personaggio e autore. È, quindi, logico pensare che non c’è più posto per l’attore, in una situazione di questo tipo, se non nel caso in cui esso diventi personaggio, cioè annienti se stesso, il suo ruolo, per dissolversi nel personaggio. Questo è, in fondo, ciò che Pirandello vuole significare quando nella prima scena, gli Attori della Compagnia col Direttore Capocomico, col suggeritore e i macchinisti, vengono allontanati dalla scena, traendosi in disparte. I Sei Personaggi non debbono essere confusi con gli Attori della Compagnia.

Nelle didascalie, introdotte dall’autore nella commedia, si precisa, infatti, che la disposizione degli uni e degli altri dovrà essere indicata «come una diversa colorazione luminosa per mezzo di appositi riflettori. Ma il mezzo più efficace ed idoneo, che qui si suggerisce, sarà l’uso di speciali maschere per i Personaggi maschere espressamente costruite d’una materia che per il sudore non s’afflosci e non pertanto sia lieve agli Attori che dovranno portarle… s’interpreterà, così, anche il senso profondo della commedia. I personaggi non dovranno, infatti, apparire come fantasmi, ma come realtà create, costruzioni immutabili: e dunque più reali e consistenti della volubile naturalità degli Attori»5.

È interessante, soprattutto, la figura del Capocomico che, secondo Pirandello, non deve essere più considerato come un capo degli attori, ma un intermediario tra l’autore e gli attori stessi: in questo caso, egli tiene a sottolineare l’assoluta fedeltà che richiede la parte, soprattutto per quanto riguarda i suggerimenti didascalici dell’autore. Mentre gli Attori sono, in fondo, degli automi (anche se ambiscono ad interpretare la loro parte, in un certo modo, ma sostanzialmente condizionati dalle loro stesse vocazioni drammatiche, o addirittura dai loro limiti artistici), il Capocomico è l’elemento della coscienza artistica, o quanto meno dell’«intelligenza del testo», in quanto, di fronte alle banali prevaricazioni degli Attori, e alla loro sostanziale inscienza del testo, egli si preoccupa di individuareciò che è vivo liberandolo da ciò che è ripetitivo e, quindi, privo di ogni vitalità. Se si confrontano, infatti, le didascalie, poste con una certa dovizia nel testo, e le decisioni o i suggerimenti che il Capocomico viene assumendo nella sua opera di «regista» nei confronti degli Attori, si potrà capire come, in realtà, Pirandello giudichi il Capocomico come l’unico capace di «mediare» l’Autore e quindi di fare realizzare il dramma pienamente.

Da ciò emerge chiaramente il fatto che Pirandello ha inteso privilegiare e «rappresentare» la psicologia dei personaggi, a scapito della figura dell’attore. In seguito, però, come ho accennato prima, l’autore agrigentino ripenserà al ruolo dell’attore e lo individuerà nella pratica del suo teatro, ritrovando l’attore, appunto, come personaggio vivo e autonomo (autonomo persino dal suo autore). Solo così l’attore può rientrare con piena legittimità nel suo ruolo: diventa personaggio, cioè inventa se stesso di fronte alle stesse macchinazioni fisse e irripetibili dell’autore.

La cosiddetta trilogia pirandelliana del «teatro nel teatro», già citata, è imperniata su questo concetto dell’attore/personaggio e del teatro/vita. Mi piace, però, a questo punto, soffermarmi un po’ sull’opera teatrale che, più delle altre, nella Trilogia, sottolinea tale interessante scoperta, operata da Pirandello, sul ruolo dell’attore nel suo teatro. Mi riferisco a Questa sera si recita a soggetto, del 1930. La rappresentazione prende origine da un pretesto scenico (l’asserita anonimità dell’autore della commedia), dal quale si sviluppa un dialogo, piuttosto vivace, tra il Capocomico e il pubblico.

Dopo avere precisato il senso vero del «recitare a soggetto» e formulato il concetto di «fissità artistica», il Capocomico introduce l’esile trama dell’opera, nella quale si assiste alla rappresentazione di un sacrificio doloroso e ineluttabile. Si tratta, infatti, del sacrificio e del martirio cui sono condannati i personaggi di Pirandello, i quali hanno tutti bisogno di un luogo chiuso, di prova, in cui essere giudicati e, sovente, massacrati6.

Gli attori, dunque, recitando a soggetto e, verso la fine della rappresentazione, senza più neanche servirsi delle direttive del Capocomico, vivono realmente il dramma dei personaggi da essi interpretati, fino a sentirlo come il proprio dramma, quasi fino a morirne (vedi la Prima Attrice, nel ruolo di Mommina). Attraverso la rappresentazione del tema della gelosia e dell’onore intaccato, la scena finale del dramma, si sviluppa come in un tribunale, perché il vero teatro, come dice Giovanni Macchia, è un tribunale dove si ascolta e poi si giudica.

Pirandello riesce, inoltre, mirabilmente ad eliminare lo «spazio» ed il «luogo» propri del teatro, annientando i ruoli e dilatando lo spazio teatrale fino al coinvolgimento del pubblico («rappresentazione simultanea nel ridotto del teatro e sul palcoscenico»)7. L’azione viva e vitale degli attori e del pubblico, che con essi interagisce, contrasta, così, con l’azione formale del teatro. Sembra quasi che Pirandello raccolga l’intuizione shakespereana per cui «tutto il mondo è teatro e tutti gli uomini e le donne non sono che attori»8. Si assiste, in definitiva, a questa nuova possibilità scenica per l’attore che, da un lato, rappresenta se stesso e, dall’altro, rimuove l’opera d’arte dalla fissità artistica, sciogliendone la forma in movimenti vitali e dandole una vita diversa e varia a seconda della rappresentazione e dell’attore stesso. La vita del teatro è, per Pirandello, la vita stessa dei personaggi rigenerati nell’azione teatrale.

Il vecchio teatro, in Questa sera si recita a soggetto, ne esce a pezzi. La finzione, che era tutto, si frantuma sul volto di un attore che simula la morte, mentre prova una gran voglia di ridere. «Il teatro appare per quello che è: un luogo dove recitare una parte»9.Che questa problematica pirandelliana sia, ancora oggi, fertile di sviluppi sul piano tecnico e rapresentativo lo dimostra il fatto che diversi registi del nuovo teatro novecentesco (da Reinhardt a De Lullo, da Castri a Patroni Griffi) hanno ben inteso il suggerimento di Pirandello reinventando la vita del suo teatro, o modificando alcune parti dello stesso testo per scoprirne invenzioni e situazioni nuove, per sottrarre i drammi dall’archivio della memoria, prolungandone l’esistenza attraverso l’esperienza diretta della vita.

Laura Montanti

1 R Alonge, Pirandello dalla narrativa al teatro, In «Comunità», XXII, 1968.

2 L. Pirandello, L’azione parlata, ne «Il Marzocco», Firenze, 7 maggio 1899; ora In Saggi e scritti vari, Milano, Mondadori, 1960, pagg. 981-984.

3 L. Pirandello, Illustratori? attori e traduttori. in «Saggi e scritti vari», op. cit., pagg. 209-214.

4 L. Pirandello, Sei personaggi in cerca d’autore, in «Maschere Nude», vol. I, Milano, Mondadori, 1958, pagg. 6-7.

5 Ibidem, pag. 29. da “Spiragli”, 1990, n. 1 – Saggi e Ricerche

6 G. Macchia, Il personaggio sequestrato, in «Pirandello: l’uomo, lo scrittore, il teatrante», Milano, Mazzotta 1987, pag. 106.

7 L. Pirandello, Questa sera si recita a soggetto, in «Maschere Nude», vol. I, Intermezzo, Milano, Mondadori, 1958, pagg. 260-261.

8 W.Shakespeare, Il mercante di Venezia, in «Tutte le opere», a cura di Mario Praz, Firenze, Sansoni 1964, pag. 417.

9 I. Farina, Il «foyer e la platea». Tematica e tecnica della finzione in «Questa sera si recita a soggetto», «Rivista italiana di drammaturgia», nn. 15-16, Roma, Istituto del dramma italiano, pagg. 77-78.

Da “Spiragli”, anno II, n.1, 1990, pagg. 36-42.




 Tempo pagano e tempo cristiano nella copia  corleonese dei Fiori di Pindo di G. B. Marino 

In una raccolta di poemetti mariniani che si intitola Fiori di Pindo (Venezia, G, B, Ciotti, 16161. la copia che si conserva presso la Biblioteca comunale di Corleone reca, su tre delle pagine bianche del piccolo ma denso volume, due sonetti scritti a mano, a firma di Nicolò Piranio, contraddistinti l’uno come “Proposta”, l’altro come “Risposta”, Si tratta di due sonetti sullo stesso argomento, che, come allora si usava, “si rispondono per le rime”, e ciò in omaggio ad una tradizione che durava da secoli nelle dispute o tenzoni fra poeti1. 

Tuttavia, la singolarità di questi due componimenti è che essi, all’interno di una silloge mariniana, vengano presentati con due termini (proposta e risposta, appunto) che vorremmo definire mariniani2. 

Infatti nell’avvertenza “Ai Lettori” premessa alle Poesie di diversi al cavalier Marino, pubblicate come appendice alla Parte III de La Lira (Venezia, Ciotti, 1614, pp. 310-371), il Marino indica con la parola proposta ciascuno dei componimenti di lode a lui indirizzati, e si giustifica di non far seguire “risposta alcuna” ad essi “perché son tanti che si disegna di fame un volume particolare e distinto”3. 

È pur vero che i due sonetti manoscritti non sembrano avere, a prima vista, alcun riferimento né con il Marino né con i poemetti e gli idilli contenuti nella silloge, per cui si può dire che Nicolò Piranio, il quale in effetti era il proprietario del volumetto4, abbia voluto soltanto tramandar meglio ai posteri il sonetto di proposta e la relativa risposta inserendoli in un libro che giudicava di gran pregio e valore; ma non si può non osservare, dopo tutto, che i due sonetti hanno una singolare affinità con il tema del tempo, quale viene sentito e registrato in un buon numero di poesie dirette al Marino ed inserite. esse stesse, nella raccolta dei Fiori di Pindo. 

Ma forse si potrebbe trovare molto di più nelle letture poetiche, edite o inedite, dell’Accademia dei Ricoverati di Padova e di quella degli Olimpici di Vicenza, in seno alle quali nel 1601 Francesco Contarini elaborò le sue 20 Amorose proposte alle quali dovevano seguire le Risposte (anche poetiche, si supponel) dei soci: da leggere e “difendere” … “per tre giorni pubblicamente sotto il Principato dell’illustrissimo et reverendissimo signor Abbate Agostin Gradenico / Et per tre altri nell’Accademia Olimpica di Vicenza sotto il Principato del molto illustre signor Girolamo Porto” (F. CONTARINI. Amorose Proposte, Venezia, G. B. Ciotti, 1601, c. 7r)

Se prescindiamo, infatti, dalle prose introduttive, i Fiori di Pindo si aprono proprio con due sonetti ed una canzone di poeti lodatori, che celebrano il poeta napoletano come il nuovo astro della Poesia che assicurerà l’immortalità ai più valorosi fra gli uomini del tempo, salvandone il ricordo contro la legge della morte e dell’oblio, alla quale il Tempo, nel suo inesorabile trascorrere, assoggetta tutti. Queste composizioni sono: il sonetto S’orni le carte d’amorosi affetti di Francesco Contarini, il sonetto Mentre, Marino, ogni castalio rivo dello “eccellentissimo sig. Nicolò Zarotti” e la canzone Mar che ‘n suo grembo accoglie del “M. R. P. Don Crisostomo Talenti, monaco di Vallombrosa”. 

Più avanti invece troviamo il sonetto del genovese Pietro Petracci Con scalpello canoro un tempio ergesti ed infine, nella parte introduttiva al panegirico Il Tempio, ben 16 componimenti di amici ed ammiratori del Marino, così distinti: 2 sonetti di Ludovico d’Agliè dei conti di S. Martino (O che bella, o che rara, o che gentile e Spade, penne e pennelli o con qual arte), 2 di Ludovico Tesauro (In bel teatro e spatiosa scena e Mentre il gran Carlo con la mano ardita), e ancora 2 di Francesco Aurelio Braida – omonimo di quell’Ettore Braida che fu ferito in conseguenza dell’attentato del Murtola al Marino – i quali iniziano con i versi Veggio ben io, Marin, veggio che tinge e È de l’eternità tromba sonora: a cui seguono alcune composizioni in versi latini di Giovanni Botero, Antonio Borrini, Scipione di Grammont, Ludovico Porcelletti, ed infine altre in lingua francese dello stesso Scipione di Grammont, di Pierre Berthelot e di Onorato Laugier, signore di Porcières, anch’egli notabile piemontese, che viene lodato proprio nel Ritratto, insieme a Ludovico d’Agliè e a Giovanni Botero. 

Ora, a proposito di questa discreta raccolta di poeti piemontesi inneggianti al Marino, pur non brillando i testi per particolari pregi poetici, chi si trova a leggerli tutti insieme non può fare a meno di notare qualcosa che li accomuna tutti e rende la loro poesia in certo senso esemplare. E ciò è che il culto della poesia è inteso soprattutto come lotta dell’uomo contro il Tempo e la Morte. 

D’accordo. Il motivo della caducità della vita umana e degli umani destini non è nuovo. L’uomo è stato forse da sempre consapevole che “quanto piace al mondo è breve sogno”. Ma proprio questa consapevolezza aveva portato nel passato a staccarsi maggiormente dalla terra, o per lo meno ad attaccarsi a un al di là, a una fede. Nel Seicento, invece, pare che questa fede venga a mancare; e ciò a dispetto di ogni inquisizione. Mentre apparentemente si è nella più stretta ortodossia, è proprio la religiosità quella che manca; ed in questo brancolare cieco nel mondo delle fuggevoli parvenze umane, si afferma per reazione uno sconsolato carpe diem da cui nascono il sensualismo, il concettismo come a1Termazione delle capacità e dell’intelligenza dell’uomo, la moda-mania dei miti letterari e degli idilli, evasori da una realtà resa più squallida dalle guerre, dalle ingiustizie, dalle sopraffazioni, il mito infine della poesia come unico sbocco ed unica salvezza per un’esistenza che aveva perduto ogni senso e ogni certezza che non fosse quella dura, oppressiva dell’esistenza di tutti i giorni. 

In questa chiave sono da leggere non solo i componimenti poetici dei cortigiani piemontesi che fanno, in certo senso, da presentazione a Il Ritratto, ma anche le composizioni proemiali precedentemente indicate del Talenti, dello Zarotti, di Francesco Contarini. 

Né diverso è l’atteggiamento del Marino circa l’ufficio della Poesia. Chè se già nelle ottave introduttive allo Adone dice di volere “ordir testura ingiuriosa agli anni” (c. I, 4,2), nel panegirico Il Ritratto si dichiara addirittura convinto che, dei tre mezzi che l’uomo ha per lottare contro il tempo e per conseguire fama imperitura (spade, penne e pennelli., per dirla con il D’Agliè), le penne, cioè la gloria poetica è quella che dà maggiore affidamento. Per ciò, dopo tanta celebrazione del pittore e amico Ambrogio Figino cui è dedicato Il Ritratto, il Marino arriva a dirgli di mettersi da parte quando si tratta di passare a descrivere le virtù e i sentimenti di Carlo Emanuele di Savoia. Infatti – per il Marino – la pittura non può aspirare a rappresentare i moti intimi del cuore o la personalità complessiva dell’eroe, ma solo gli aspetti esteriori di comportamento, di decoro, di maestà. 

Figin, l’aria gentil del regio aspetto 
e l’eroica sembianza a te ben lice, 
con tutto quel ch’è de la vita oggetto, 
rappresentare altrui, fabro felice. 
Ma formar la miglior parte gentile 
apra questa non è da muto stile. 

[ …………………………………] 

Così la forma esterior del volto 
a pieno effigiar ti si concede 
Ma se ‘l valor, ch’è sotto il vel raccolto 
e quel lume immortal ch’occhio non vede 
ritrarre industre man tenta ed accenna, 
qui convien che il pennel ceda a la penna5. 

In effetti il Marino è convinto che, come la gloria militare, fondata sulle stragi e sul sangue. ha bisogno per vivere dell’arte rappresentativa del pittore, allo stesso modo la vera immortalità si consegue con la poesia che può trasformare in diamante inattaccabile ad ogni erosione il ferro delle armi e i colori della pittura: 

Ma ritorniamo ai due sonetti manoscritti della copia corleonese. In essi il rovesciamento della prospettiva è vistosissimo ed innegabile, chè, se anche qui il tempo fa da protagonista. il punto di vista è interamente cristiano. Anzi si può dire che i due sonetti rappresentino i due diversi modi che ha il credente di rapportarsi con l’attesa del giudizio di Dio, secondo che prevalga in lui il terrore della sua giustizia o la fiducia nella sua misericordia. 

Entrambi i sonetti sono giocati infatti sui significati molteplici delle parole “tempo” e “conto”, che costituiscono la rima obbligata ed “equivoca” dei 14 versi di ciascun componimento. Né il risultato è poeticamente disprezzabile, per quanto fondato sul rischioso impegno di far comparire le due parole chiave non solo alla fine di ciascun verso ma spesso anche nel contesto dello stesso. 

Il virtuosismo di Guido Cavalcanti nel celebre sonetto degli spiritelli o le bravure dell’autore di Eo viso e da lo viso son diviso sono nulla dinanzi alle capacità metrico-stilistiche di questa 

PROPOSTA 

Richiede il tempo di mia vita il conto; 
rispondo: il conto mio richiede tempo. 
né di tanto si può perduto tempo 
senza tempo e terror rendere conto. 
Non vuole il tempo differire il conto 
perché il mio conto ha disprezzato il tempo 
e perché non contai quand’era tempo 
in quan[to], tempo dimando a render conto.7 
Qual conto conterrà mai tanto tempo, 
qual tempo basterà per tanto conto 
a me che senza conto ho perso il tempo? 
Mi preme il tempo e più m’opprime il conto; 
e moro senza dar conto del tempo 
perché il tempo perduto è fuor del conto.8 

 

Il motivo pagano e tipicamente seicentesco (o marinistico) del tempo distruttore, diventa qui mito cristiano del .giorno in cui dovremo reddere rationem a Dio, dargli conto del bene e del male compiuto in vita, del modo in cui avremo trascorso il tempo che Egli ci ha concesso: se “perdendolo” perché abbiamo preferito i piaceri del secolo, tenendo in dispregio l’idea del “conto” cui alla fine saremo chiamati, oppure se saremo vissuti in attesa “di quel “rendiconto”. 

Il primo sonetto sviluppa tutto ciò nella prospettiva di un dio giustiziere e di un uomo naturalmente incline al peccato, il quale, anziché mirare a procurarsi la salvezza eterna, vuole assaporare le gioie della vita ed opera come se fosse .possibile “differire” senza alcun limite il giorno del giudizio. Il che, in definitiva, porta l’uomo a “perdere il proprio tempo”, a perdersi, anzi a trasformare la propria vita in morte/e moro senza dar conto del tempo), in una scelta che sta fuori del “conto” che Dio faceva di noi (perché il tempo perduto è fuor del conio). 

Ma al timore, anzi al terrore della giustizia di Dio, ecco che si oppone, nella Risposta, la speranza cristiana e la certezza che, anche se peccatori, anche se ci saremo trastullati per tutta la vita rimandando sempre la nostra conversione, potremo essere salvati se il Signore rinuncerà a sorprenderei con una morte repentina. Infatti, essendo egli somma Misericordia, basterà un pentimento in extremis per fare breccia nella sua clemenza. Donde, nella Risposta, un sillogizzare che sa quasi di gesuitismo, di bivalente moralità, ma è anche sincera ammissione del fatto che solo il tempo, o l’attimo, trascorso e affrontato dall’uomo al cospetto di Dio è quello che ha un valore in sé assoluto. 

RISPOSTA 

Poco tempo volerei ho falto conto 
per render conto del perduto tempo. 
Basta dolersi un punto sol di tempo: 
un cor pentito, ed è saldato il conto. 
D’ogni altro tempo Iddio non tiene conto, 
un punto sol che dona Dio di tempo. 
Mi preme di poter aver di tempo 
il punto in cui, dolente, io rendo il conto. 
Questo punto val più che tutto il tempo 
e di questo rifò così gran conto 
che darei, per averlo, assai di tempo. 
Signor, a render del mio tempo il conto, 
se mi nieghi tal punto è perso il tempo; 
ma se quello mi dai, già è reso il conto! 

Vincenzo Monforte

(1) Per i caratteri interni ai due componimenti è abbastanza verosimile che essi siano opera di un solo autore, e cioè del Piranio. Il che è comprovato dal fatto che, per un terzo sonetto manoscritto inserito nel volumc e volto a satireggiare l’ordine dci Cappuccini, il Piranio ha cura di annotare: “Questo sonetto fu fatto in vituperio delli Cappuccini dal Sig. Salomone di Butera”, Va tuttavia segnalato, per la precisione, che nelle pagine manoscritte, la firma è apposta solo al termine del secondo sonetto. 
(2) In verità, chi volesse andare alla ricerca delle ascendenze più o meno remote di quella terminologia nel costume poetico delle Accademie cinquecentesche e nelle “corrispondenze” fra poeti, qualcosa troverebbe certamente esaminando la produzione madrigalesca anteriore al Marino, nonché le antologie poetiche promosse dalle accademie letterarie. Per quanto è a nostra conoscenza, i termini “preposta” o “proposta” e “risposta” nel significato di cui si discute, sono abbondantemente usati nelle Rime dell’Accademie degli Accesi, stampate a Palermo da Giovan Matteo Mayda nel 1571 (vol. 1) e nel 1573 (vol. II). 
(3) Come è noto il Marino, per il quale quella promessa aveva solo la funzione di una captatio benevolentiae, non attuò mai quel disegno. E al riguardo si veda anche quanto egli dichiara nella lettera inviata da Torino a Fortuniano Sanvitale nel 1614 (cfr. G. B. MAR]NO, Lettere a cura di M. GUGLIELMINETTI, Torino, Einaudi, 1966, p. 177). 
(4) Il Piranio appone in diversi punti del volumetto l’attestazione del suo possesso annotando “ex libris Nicolai Piraneis”, ed in un luogo aggiunge anche una data certamente preziosa per eventuali future indagini: 1694.
(5) Il Ritratto, st. 87 e 89.
Così la dea del sempiterno alloro, 
parca immortal de’ nomi e degli stili. 
a le fatiche mie con fuso d’oro 
di stame adamantin la vita fili 
e dia per fama a questo umil lavoro 
viver fra le pregiate opre gentili, come farò che fulminar tra l’armi 
s’odan co’ tuoi metalli anco i miei carmi6 
(6) Adone. c. I, 8. 
(7) In quanto sono uno che chiede sempre tempo, quando si tratta di rendere il conto. “In quan”, congiunzione poco leggibile nel testo, sta per “in quanto”, ed appare in forma tronca innanzi alla parola “tempo” per una storia di crasi fra le due sillabe inizianti con dentale. Del resto, anche nell’italiano moderno il fenomeno continua a sussistere in espressioni come “un gran discorrere”, con l’unica differenza che, nell’alternanza gran/grande la forma sincopata dell’aggettivo si è estesa a molti altri casi, fino a diventare quasi sempre compatibile con l’aggettivo maschile singolare. 
(8) Per la verità nel testo autografo l’ultimo verso è così trascritto: “perché il tempo perduto è fuor del tempo”. Ma si tratta quasi certamente di un banale errore di ricopiatura, perché è impensabile che, dopo tanto strenuo lavoro metrico, l’alternarsi delle rime nelle due terzine finali, si concluda con i due versi a rima baciata.

Da “Spiragli”, anno VI, n.1, 1994, pagg. 31-37.




 Sicilia e Italia, aspettando il 1992 

Consentitemi di dire che il 1992 è per il momento il più grosso successo di pubblicità e di commercializzazione. 

Vi confesso che ho lungamente riflettuto su questo successo pubblicitario e devo dire di essere pervenuto alla conclusione che il 1992 non è un evento tanto sconvolgente; solo bisogna attrezzarsi per essere pronti al suo arrivo. 

Nel nostro Paese, dove tanto si sta pubblicizzando questa data, ci auguriamo che a furia di parlare finalmente si faccia qualcosa, non per il 1992, ma per quello che avremmo dovuto fare sin dal 1958, data di entrata in vigore dei trattati di Roma. Se alle tante parole spese per enfatizzare questa data seguissero i fatti, ci sarebbe da essere contenti e quasi soddisfatti, ma il nostro è il Paese in genere delle molte chiacchiere e dei pochi fatti. 

La data del 1992 ha finito con l’assumere in riferimento a taluni settori (attività industriale, agricoltura, artigianato, commercio, libere professioni) molta importanza, sicché l’Europa del 1992 non è soltanto un traguardo verso cui stanno muovendosi spontaneamente e senza bisogno di alcun intervento le istituzioni del paese Italia e degli altri paesi membri; è piuttosto un grande impegno sociale, la cui completa realizzazione deve convincere e fattivamente coinvolgere operatori, semplici cittadini e professionisti. 

Questa partecipazione significa conoscenza, cultura, ma soprattutto coscienza serena ed entusiasta dei risultati che abbiamo a portata di mano. In un mercato di 330 milioni di individui, con il metro, talvolta spietato ma sempre terribilmente obiettivo, della qualità, dell’efficienza e del rispetto dell’uomo, dovremmo confrontarci con altre realtà nazionali, sociali ed intellettuali. Altri Paesi sono molto più avanti di noi, ma il tempo e la capacità di recuperare li abbiamo assolutamente intatti; basta volerli. 

L’ampliamento della Comunità alla Spagna, alla Grecia ed al Portogallo, ha fatto aumentare i Paesi inefficienti, ma sempre più ha unito il vecchio continente; 12 Stati non solo hanno tradizioni diverse, ma hanno anche condizioni economiche e sociali che non sono assolutamente equiparabili ed omogenee. 

Bisogna adeguare le scelte politiche nazionali in modo tale che l’Italia si adegui all’Europa e non pensare che l’Europa possa adeguarsi all’Italia. In merito desidero fare una riflessione che interessa in particolare il Mezzogiorno d’Italia, e la nostra Isola. Sento sistematicamente dire, quando si parla delle norme del regolamento del Fondo Europeo di Sviluppo Regionale, che l’Europa non tiene conto dei nostri problemi, oppure che le norme sulla concorrenza non ne tengono conto. Allora viene chiaro chiedersi: cosa ha fatto, o sta facendo, il nostro governo per salvaguardare le parti più deboli del Paese? 

L’Atto Unico europeo avrebbe dovuto emendare il Trattato di Roma per permettere al Mezzogiorno di godere dei benefici e adeguarlo alla realtà europea. Anche in questo il nostro governo è stato debole, perché la Germania ha fatto in modo che l’Atto Unico europeo si dimenticasse di modificare l’art. 92, paragrafo 2, del Trattato, in base al quale Berlino e le zone di confine delle due Germanie sono zone rispetto alle quali la Germania può assolutamente erogare tutti gli aiuti possibili e immaginabili alle imprese. In effetti, questa era la realtà del 1957, ma nel 1986, al momento dell’Atto Unico, Berlino, certo, non era da paragonare alla Calabria, alla Sicilia o alla Tracia. 

In un’Europa in evoluzione, cosa diventa la «questione meridionale» nel momento in cui le distanze non si misurano più con Roma, ma con Francoforte? 

Con il 1992, secondo me, esploderà la vera natura della gestione meridionale che non consiste soltanto nel divario dei redditi e dei consumi, quanto nella qualità dell’ambiente sociale, istituzionale,· scientifico, culturale. Dobbiamo operare e lottare perché il Meridione sia parte integrante dell’Europa e non zona emarginata e i meridionali siano cittadini e non sudditi. 

I veri problemi, perché il nostro Paese scavalchi le Alpi, sono l’occupazione e il Mezzogiorno. A questo punto mi permetto di dire che ovunque nel nostro Paese si parla della scadenza posta per il 1992 dall’Atto Unico europeo, ma pochi si sono accorti che il primo problema da affrontare, per accogliere appieno le opportunità della nuova fase di costruzione dell’Europa, è proprio quello della diffusione su larga scala di più alti livelli di cultura e, quindi, dell’efficienza del sistema scolastico. 

La scuola deve dare agli studenti una qualità formativa più elevata e, comunque, allineata agli standard internazionali più avanzati; essa deve, perciò, rispondere alla sfida della qualità di massa, cioè, assumere come punto critico della propria gestione il problema della produttività, e quindi dell’efficienza. 

Fino ad oggi il sistema Italia si è caratterizzato per un vivere alla giornata, senza programmazione, senza quella elevazione culturale che un Paese deve mettere al primo posto per una concorrenzialità bisognosa non solo di innovazione tecnologica, ma di un principio democratico e funzionale, perché oggi la competizione si svolge tra sistemi, più che tra singole imprese. 

Ci sostiene in questa affermazione quanto ha detto l’ing. De Benedetti: «I nostri concorrenti tedeschi e giapponesi si muovono su i mercati internazionali avendo accanto a loro le istituzioni, le grandi infrastrutture, i grandi programmi pubblici; in una parola tutto il Paese. 

Secondo me, quelle forze che spingono per un ingresso indolore in Europa, 

«meno Stato più mercato», sottintendono spesso «niente Stato niente regole» per poter meglio affermare i propri interessi individuali e corporativi, accelerando così i processi di disgregazione sociale ed economica. 

Mi sento di affermare che il liberalismo non è una risposta come non lo è il vecchio statalismo. 

Da oggi al 1992 l’Italia, se non vuole arrivare dimezzata o in tono minore, deve prendere decisioni grosse, rivolte a una serie di riforme che garantiscano il salto di qualità; il vecchio metodo d’intervento clientelare, e a pioggia, deve trasformarsi in un intervento finalizzato, tenendo presenti le peculiarità delle scelte territoriali del nostro Paese. Bisogna prima di tutto superare l’inefficienza di una Pubblica Amministrazione che si è appropriata sino a tutti gli anni ’70 di nuovi compiti; volendo dare al nostro sistema il definitivo carattere di uno Stato amministrativo, ha messo in moto un processo che ha favorito il rafforzamento dei maggiori gruppi industriali. 

Una conferma è offerta dall’analisi dei settori produttivi italiani. Il sistema presenta posizioni di forza nella produzione di beni finali (vestiario, pelletteria, calzature, mobili, attrezzature per la casa, automobili, motocicli, turismo), e nelle produzioni di base collegate alle produzioni di macchine ed a quelle dei prodotti finali (es. acciai ed altre leghe speciali). Questo evidenzia come una parte del Paese è quasi pronta ad entrare in Europa, ma il Sud no, in quanto ha un’industria fatiscente ed un’agricoltura che non è in grado di competere con gli altri Paesi. 

La contropartita del processo di sviluppo produttivo e sociale del Nord è costituita dall’incremetnto del debito pubblico e dall’arretratezza del Mezzogiorno. 

Entro il 1992 quasi tutte le tecniche adoperate in Italia per il sostegno alle imprese e al Meridione sono destinate a scomparire o perché non compatibili con i principi del grande mercato o perché produrrebbero, nel nuovo ambiente giuridico ed economico dell’Europa, effetti diversi o persino opposti. 

In questo quadro i grandi gruppi vertono in condizioni favorevoli, certamente migliori di quelle del passato; parecchie difficoltà si frappongono invece alle medie e piccole imprese. Rischio di cambio, pratiche valutarie, elevati tassi d’interessi sono i loro nemici. Esse sentono la necessità di puntare sul dinamismo e la flessibilità, in quanto quasi tutte ancora a controllo familiare. 

Elemento essenziale, allora, è quello di attrezzarci con nuove regole fiscali. Quella della riforma del fisco è una fondamentale battaglia di giustizia sociale ed una chiara battaglia europea, perché un grosso problema è armonizzare i prelievi fiscali. «Meno imposte e più giuste» è il nuovo slogan C.E.E. per il 1992, e la Comunità nel lanciare questo slogan sa che è uno dei passaggi nodali per l’unificazione, in quanto in Europa si passa dalla grande rigidità alla colpevole permissività. 

Non possiamo come italiani continuando a ‘colpi di decreto’ risanare la «barca fiscale» che fa acqua da tutte le parti. Ormai per chi non evade o non può evadere le aliquote e i continui balzelli (ultima la TASCAP), stanno diventando insopportabili. Nei limiti in cui queste osservazioni sono esatte, lungi dal creare condizioni effettive di eguaglianza, si rischia di accrescere il divario tra le regioni più ricche e quelle più arretrate. Il che, secondo me, sarebbe di danno non solo per le aree arretrate, ma per l’intera Comunità sotto molti profili: perché disparità sostanziali impedirebbero le ottimali localizzazioni dei fattori, le singole aree territoriali non sarebbero reciprocamente in grado di valorizzare al meglio le loro vocazioni naturali e si determinerebbero controspinte all’ulteriore integrazione. 

Si rende perciò indispensabile sin dall’origine, ad evitare errori storici che sono stati commessi e continuano ad essere commessi come, ad esempio, in Italia, nei rapporti nord-sud dopo l’unificazione e sino ai giorni nostri, un cambiamento di rotta: bisogna affermare il principio che l’equalizzazione della capitalizzazione sociale, con riferimento ad ogni parte del territorio della Comunità, è interesse proprio ed obbligo della Comunità stessa. 

Solo in tal modo si creerebbero le premesse per un suo sviluppo armonico e libero e si realizzerebbero condizioni di effettiva eguaglianza per tutti i 330 milioni di cittadini comunitari. Il principio enunciato è tutt’altro che semplice sul piano dell’attuazione; esso presuppone una forte ed efficace volontà politica, e questa non si esprime se non attraverso forme organizzative adeguate agli obiettivi e non attraverso continui litigi all’interno del governo e delle maggioranze, e a colpi di voto di fiducia. 

Noi dobbiamo scontrarci con una grande realtà, che è l’Europa del ’92, quella Comunità europea che oggi copre il 38% del commercio contro il 15% degli Stati Uniti ed il 9% del Giappone. Dinanzi a questa fortezza e a questi aspetti positivi e negativi, come si presenterà – dal punto di vista geografico – l’ultima regione italiana? Una risposta non è facile, né ho la presunzione, nei limiti delle mie modeste capacità, di dare risposte esaurienti; mi sforzerò solo di fare delle riflessioni. 

La prima grande difficoltà viene dal fatto che oggi non possiamo partire da fotografie statiche, ma dinamiche. In questi ultimi anni la nostra Sicilia è cresciuta nei suoi aspetti negativi e positivi; in alcuni settori è diminuita e in altri è aumentata la distanza dall’Europa più avanzata. 

Il mercato unico europeo propone tempi duri per il negozietto sotto casa, molto diffuso nella nostra regione. La realtà sovranazionale e le possibilità offerte alla grande distribuzione spingeranno verso un aumento di centri commerciali al dettaglio, quelli con formula «shop in shop», a scapito anche del grande magazzino popolare. 

Sino ad ora la data dell’apertura delle frontiere è stata scarsamente considerata con riferimento alle implicazioni ed alle problematiche che scaturiranno per le libere professioni; ma non solo, uno stimolo va fatto agli ordini professionali, perché senza dubbio c’è il rischio di venire condizionati sul mercato da una massiccia presenza di professioni. La realizzazione del mercato unico comporterà numerose modifiche strutturali e innovazioni politiche e istituzionali, ma comporterà necessariamente anche il superamento di squilibri e inefficienze, ed in questo i liberi professionisti forti e qualificati avranno indiscutibilmente un ruolo di primo piano, in particolare in una regione come la nostra che ha bisogno di attrezzarsi ed adeguarsi al passo europeo. 

Teniamo, inoltre, in considerazione che il principio del mutuo riconoscimento legislativo comporterà che ogni Paese membro dovrà riconoscere come legittimo e lecito nel proprio ambito ogni atto originato in un altro Paese C.E.E. e che risulti legittimo e lecito secondo la legislazione del Paese d’origine. 

Nel campo dell’agricoltura, come meridionale, ma soprattutto come siciliano, ritengo vi debba essere una maggiore attenzione, visto che l’elemento trainante dell’economia di questa Regione è l’agricoltura. L’ingresso nella C.E.E. della Grecia, della Spagna, del Portogallo mette a dura prova la nostra economia agricola, in quanto diretti concorrenti ai nostri prodotti ed in particolare a quelli della Sicilia, specie ora che viviamo una crisi del vino, dei serricoli, dei cereali, delle olive. 

La Regione Siciliana piuttosto che affrontare una politica strutturale del settore agricolo ne ha portato avanti una assistenziale e contingente che sicuramente ci farà impattare con un’Europa più evoluta e razionale in uno stato di assoluta inferiorità. 

Per ovviare a ciò, necessita migliorare la ricerca scientifica, l’assistenza tecnica e i servizi, bisogna mettere l’università al servizio delle produzioni agricole. 

In un mercato per 330 milioni di abitanti non possiamo presentarci solo con il vino da taglio o con una bottiglia di vino per ogni cantina, perché faranno la parte del leone nel mercato europeo, con i loro vini pregiati, i francesi, che sono riusciti ad imporsi nella cultura e nei gusti dell’Europa e del mondo, i nostri connazionali del Settentrione con i loro vini, gli Spagnoli e i Portoghesi, i quali lotteranno per un loro spazio ancora più ampio, mentre alla Sicilia e al trapanese sarà sempre più richiesta l’estirpazione del vigneto. 

Ho detto un po’ prima che il tempo e la capacità di recuperare ci sono; bisogna solo che i nostri Governi nazionali e regionali pratichino una politica diversa per evidenziare i pericoli e i rischi che l’unificazione del mercato può contenere per noi, soprattutto per il Mezzogiorno e per le parti meno sviluppate del Paese, e che nel contempo questa unificazione può rappresentare un’occasione da non perdere per rinnovare l’Italia e la Sicilia. L’Assemblea Regionale deve battersi per una legge organica del settore vitivinicolo, deve adottare una linea progressista e di alternativa che voglia una Sicilia non il Sud del Sud Europa, ma una regione che colga l’occasione per recuperare i ritardi storici. Bisogna creare sostegno e immagine al vino siciliano per un rilancio della sua commercializzazione e per un suo effettivo riconoscimento in campo europeo. 

Secondo me, è finita l’epoca dell’intervento a pioggia, e della sussistenza; bisogna creare trasporti più agevoli, i nostri aeroporti, e in particolare quello di Trapani, a proposito di vino, non possono essere manufatti belli a guardarsi, ma centri vitali per la vita economica e commerciale della nostra Isola. 

Lo zuccheraggio del vino non deve essere praticato in Europa, ancora siamo in tempo; altrimenti ogn{ sforzo troverà un nemico difficile da combattere. Il vino di Trapani, l’uva da tavola di Canicattì, le arance del palermitano o del catanese devono poter disporre delle più alte tecnologie che non possono essere il frutto dei singoli, ma l’impegno della Regione e dello Stato. Per le culture specializzate bisogna non affidarsi più alla sola intelligenza ed esperienza del coltivatore; bisogna un importante laboratorio di analisi (terreni, anticrittogamici, fitosanitari) per consentire agli agricoltori di autocontrollare l’inquinamento e garantire ai consumatori italiani ed europei un prodotto sano, migliore e concorrenziale. Per questo, ripeto, è vitale un aeroporto al servizio della nostra economia. 

Noi siciliani, oltre a essere la prima Regione vitivinicola della C.E.E., siamo il primo porto peschereccio d’Italia, ma non riusciamo a trasformare quest’altra grande risorsa naturale in una ricchezza per l’intera popolazione. Anche questo settore si trova in crisi per la mancata politica degli accordi internazionali e per il continuo impoverimento delle risorse naturali determinato dall’eccessivo prelievo, e non basta il solo riposo biologico. C’è bisogno di una seria attività di programmazione e di una ricerca scientifica e tecnologicamente avanzata, come quella che praticano i Giapponesi. Sicché, anche in questo settore, impatteremo con l’Europa senza avere quel minimo di infrastrutture che sono ormai indispensabili per una visione europea del mercato. 

Nel campo dell’industria le realtà della nostra Isola, nei confronti dell’Europa evoluta e del nord Italia, sono in grande difficoltà permanente per la crisi della commercializzazione del prodotto. Non ci sono stati sufficienti interventi esterni che per alcuni aspetti, secondo una mia valutazione, e per lo più sono solo serviti a penalizzare di più i nostri prodotti per agevolare quelli del Nord del Paese. Anche per questo settore in Europa arriveremo in crisi. 

Il settore marmifero, presente in provincia di Trapani, ha bisogno di adeguare le proprie strutture a questo nuovo grande mercato, e per far ciò deve colmare le differenze che ci sono con Verona e Carrara: ma senza una legge regionale snella, che permetta di lavorare a chi ne ha voglia e capacità, è un settore che almeno nella parte astrattiva va verso la fine, lasciando languire la parte di lavorazione che in questi ultimi tempi ha cercato di adeguarsi alla più moderna meccanizzazione e commercializzazione. Senza il supporto della materia prima in loco, questo tentativo vedrà vanificare gli sforzi per l’inadeguatezza dei mezzi di trasporto, e in questo caso, il porto, struttura che va valorizzata come testa di ponte per il terzo mondo. Il ritorno ad un certo splendore commerciale di Trapani, secondo me, dipende molto dal porto, non come struttura fatiscente, ma come struttura moderna e snella in grado di competere con i più attrezzati porti di seconda grandezza d’Europa. 

Il marmo è una ricchezza anch’essa naturale della Sicilia, e di Trapani in particolare, che potrebbe benissimo concorrere al mercato europeo, solo che non può essere lasciato nel più assoluto abbandono, e necessita di apporti tecnologici e programmati che lo facciano diventare, come potenzialmente lo è, una forza trainante dell’economia isolana. A questo punto, mi chiedo: ma è possibile, in un’Europa grande potenza economica mondiale e tecnologicamente evoluta, che non ci sia lo spazio per la nostra Sicilia che possiede grandi potenzialità naturali (agricoltura, pesca, marmo, turismo), e quindi non dipendenti da fattori internazionali, come le industrie di trasformazione? Ritengo che la risposta stia nel modo di governare dei nostri Governi regionali e nazionali che non hanno saputo portare avanti una politica meridionale per l’Europa, affinché tutta l’Italia entri a pieno titolo nell’Europa. 

Proprio per questo chiediamo ai nostri governanti delle risposte concrete e che non ripercorrano, in questi anni che ci separano dal ’92, la politica del fallimento pratico di un indirizzo che ci ha allontanati dall’unificazione europea. Non possiamo come siciliani passare dall’illusione dell’industrializzazione del passato a questo tipo di sviluppo. Perciò ritengo oggi di spronare tutte le forze politiche nazionali e regionali, affinché si dica no ad una industrializzazione inquinante, che non trova spazio in Europa, ma ci si batta assieme per un’industria di trasformazione delle nostre risorse ed un’industria ad alta tecnologia che possano trainare la nostra economia e portarci in Europa con il resto del Paese. 

La nostra Regione porta in Europa un’immensa ricchezza di beni culturali e ambientali che l’intero mondo ci invidia. Devono essere solo ricchezze da menzionare su libri specializzati e riservate a ristrette comitive di amatori, oppure grandi risorse da utilizzare per il grande pubblico dei 330 milioni quanto è la popolazione europea? 

Ritengo che, a quanto detto poc’anzi, vadano aggiunte le bellezze delle località costiere e delle nostre isole. Potenzialmente potremmo diventare un grande polo di attrazione turistica per l’Europa, dal punto di vista balneare, naturale, culturale, archeologico, monumentale, antropologico. In questo campo, però, senza le necessarie infrastrutture e le dovute azioni promozionali, non si arriva al grande pubblico. Quindi bisogna agire, e subito, affinché il più bel parco storico naturale d’Europa venga valorizzato e possa diventare volano di sviluppo economico per l’intero territorio nazionale. 

Gli enti locali svolgano un ruolo non secondario in questo avvicinamento all’Europa della nostra Regione. Non siano centri di certificazione o elargitori di una politica clientelare, ma profondi sostenitori di una politica di programmazione che veda la spesa pubblica e gli indirizzi politici finalizzati a creare i servizi e le infrastrutture capaci di accogliere tutte le iniziative pubbliche e private al fine di accelerare ravvicinamento all’Europa. Nell’Europa unita la Sicilia vuole un ruolo degno della sua storia, della sua tradizione, della sua cultura. 

In varie parti del mondo si sono affermati o si stanno affermando Stati continentali:U.S.A.,U.R.S.S.,Cina, Giappone, Brasile,India.Altri probabilmente ne sorgeranno nell’aria asiatica. L’Europa è uno spazio continentale. Il conseguimento di una dimensione istituzionale continentale s’impone, e con urgenza, anche per noi. Se fosse diversamente, l’Europa potrebbe subire la stessa sorte delle città-stato italiane che persero la loro indipendenza quando vennero a confronto con gli Stati nazionali. L’Atto Unico assegna la data del 31-12-1992 quale termine per la sua completa attuazione, entro quella data dovranno essere limitate le dogane e con esse dovranno scomparire tutti gli istituti limitativi dei movimenti. L’attuazione dell’Atto Unico è già in corso e sono da attendersi delle accelerazioni. 

Fattori propulsivi saranno in particolare il principio del mutuo riconoscimento delle legislazioni e la direttiva sulla liberalizzazione dei capitali. Tutti i Paesi membri avranno il compito di accompagnare le rispettive collettività perché si trovino nelle migliori condizioni al nastro di partenza. Questo richiamo va sollecitato politicamente per il nostro Paese a tutte le forze politiche. L’Europa comunitaria sarà vitale se potrà contare su tutte le energie della collettività che la formano. Come elementi cardine in questo lasso di tempo 1’Italia e i suoi governi dovranno: 

a) opporsi a qualsiasi nuova legge che crei disparità in danno dei fattori produttivi nazionali; 

b) salvaguardare nel modo più attento l’ambiente giuridico-sociale che ha favorito il fiorire della nostra media e piccola industria e dell’artigianato, che sono una delle doti che l’Italia porta in Europa. 

Per fare ciò è essenziale che si introducano meccanismi adatti perché rimanga salvaguardata l’autonomia delle piccole e medie imprese e si renda compatibile il loro sviluppo con la permanenza del controllo familiare. Se le più fiorenti imprese piccole e medie venissero acquistate da grandi gruppi, specie non italiani, potrebbero venire meno parecchi dei benefici che si attendono dall’Atto Unico e si potrebbero ottenere risultati opposti. 

Si apre, dunque, non solo per la comunità, ma per tutti i Paesi membri, una fase quasi costituente. 

L’Italia oggi si avvale di un sistema particolarmente rigido: ciò richiede tempi più lunghi e grande volontà politica. È quindi necessario partire con anticipo. In questa fase occorre una grande convergenza tra le imprese, i sindacati, i cittadini e le forze politiche. 

Oggi la nostra funzione di uomini liberi è quella di spingere per portare tutta l’Italia, compresa la Sicilia, in Europa con l’apporto di tutte le forze autenticamente democratiche ed europeiste. 

Certo che non sarà una semplice passeggiata. 

Si richiedono ferma determinazione, analisi attente, comportamenti coerenti. 

Non resta che metterci al lavoro e guardare al futuro con fiducia come europei, come italiani, e come siciliani. 

Enzo Miceli 

da “Spiragli”, Anno I, 1989, n. 1, pagg. 37-46.




 Helmut Koenigsberger e Virgilio Titone 

I due scritti che Helmut Koenigsberger ci ha voluto regalare e che oggi si pubblicano, A Homeric encounter e A journey to Benedetto Croce, ci riportano a tempi lontani, molto diversi da quelli attuali: sono preziosi documenti di umane relazioni molto rare, la testimonianza di un grande storico e di un grande scrittore. Hanno un significato particolare per ritrovare l’anima di Virgilio Titone: da parte mia, vi rivedo l’uomo che ho conosciuto e del quale sento la mancanza. 

Era il 1947 quando il giovane Koenigsberger venne la prima volta in Sicilia, per esplorare gli archivi per la sua tesi di dottorato: l’argomento “La Sicilia durante il regno di Filippo II”, lo stesso del suo libro, ormai classico, uscito a Londra nel 1951, The government of Sicily under Philip II of Spain. Studente all’Università di Cambridge (1937-40), era rimasto colpito da un corso sul Rinascimento italiano, come egli stesso ricorda: «Probabilmente già predisposto ad essere affascinato dal tema, giacché ero stato allevato con il culto dell’Italia, di Roma antica e del Rinascimento da mio padre (che ne subiva il fascino, come tutti i tedeschi della sua generazione, e ancor più in quanto architetto), decisi di continuare: ma in che settore? (Le confessioni di uno storico, in “Il pensiero politico”, gennaio-aprile 1990, p.93). Fu il suo professore C. W. Previté-Orton a suggerirgli la Sicilia del Cinquecento: il giovane fu attratto soprattutto dall’idea di un viaggio nella nostra isola: .Mi sembrava una bellissima regione da visitare. Ben presto mi resi conto che la storta della Sicilia nel Cinquecento era tanto spagnuola che italiana». 

Dai primi giorni della sua permanenza a Palermo, lo studente di Cambridge cominciò a frequentare Virgilio Titone, che conosceva di fama: gli aveva inviato un suo articolo sulla rivolta palermitana del 1647 (The revolt of Palermo in 1647, pubblicato in “The Cambridge Historical Journal”, III, 3, 1946) e il professore tanto esigente vi aveva apprezzato soprattutto la conoscenza delle fonti, non nascosta al giovane la sua convinzione che anche a lui fosse sfuggito il vero carattere di quei moti: era abituato a dire quello che pensava. Né poteva accettare certi suoi giudizi, come ebbe a scrivere nella recensione che pubblicò nella “Nuova critica” (II, 1) e ripubblicò nel libro La Sicilia spagnuola (Mazara 1948, pp.145-153): dopo avere ricordato gli studiosi di quella rivolta, mostrandone l’inadeguatezza dei giudizi. e proposta la sua interpretazione di quei moti. Titone così concludeva:
Questi gli avvenimenti cui il Koenigsberger si riferisce. E la sua ne è una analisi acuta e bene informata, che non solo tiene conto di tutte le fonti finora conosciute e dei risultati degli studi più recenti. ma aggiunge ancora a qualche testimonianza ignorata dai nostri studiosi, come le lettere del cardinale Mazarino, considerazioni degne di rilievo: e ciò sebbene debba osservarsi che il vero carattere di quei moti gli sfugga, come è sfuggito ai precedenti studiosi. E si potrebbe anche notare che chi sappia quanta parte le maestranze ebbero nel governo delle nostre città, e più nel fatto che nel diritto, non potrebbe accettare giudizi come questo: “The mass of the people, as artisans in the whorks… , were without political rights”. Spesso invece ne avevano più del necessario». 

Ricordiamo che nell’appendice III della stessa Sicilia spagnuola, riportando il testo delle Istruzioni al vicerè Maqueda, Titone così ringraziò il giovane studioso (p. 221): «Debbo qui ringraziare il sig. H. Koenigsberger, che gentilmente ha trascritto per me a Simancas questo documento». 

A Palermo Koenigsberger sperimentava la generosità, l’umanità di Virgilio Titone: ne possono parlare tutti coloro che lo conobbero: la testimonianza di Koenigsberger : «Titone era stato molto generoso riguardo ai miei sforzi di studente. A Palermo si occupava di me, indicandomi libri e manoscritti e aiutandomi anche a trovare un posto poco caro e sicuro dove vivere nella Palermo postbellica» (A journey to Benedetto Croce; mi si perdoni la traduzione: potrà servire a chi meno di me ha dimestichezza con l’inglese). Chi ha conosciuto Virgilio Titone sa quanto fosse difficile familiarizzare con lui, ma quei pochi che vi riuscivano avevano tanto da lui, molto più di quello che possono dare le relazioni di parecchi individui messi insieme. 

Titone dovette vedere che in molte cose Koenigsberger gli rassomigliava. Chi fosse quel giovane straniero risulta evidente dai due scritti che si pubblicano; leggendo A Homeric encounter, ho ripensato a quello che il mio maestro mi raccontava. di quando scendeva le balze del monte Pellegrino, per andarsi a bagnare nel mare azzurrissimo, ora in tanti tratti precluso, per il gran numero di ville abusive a strapiombo sulla spiaggia: se ne rammaricava quando attraversavamo la strada per andare a Mondello. Anche lo studente di Cambridge era affascinato dal mare e dal cielo della nostra Sicilia; aveva la stessa carica di un giovane meridionale, desideroso di vivere, di scoprire, di amare, incurante dei pericoli. Ma prima il dovere. Passava le sue giornate in una stanza buia, umida, come sempre, dell’Archivio di Stato di Palermo, utilizzando al massimo il suo tempo: lo tentava l’aria soleggiata delle splendide giornate di novembre, alle quali siamo abituati noi siciliani e che non conoscono in Inghilterra. Ma doveva trovare una giustificazione per uscire da quell’Archivio. Non gli era difficile trovarla: «Mi giustificavo dicendomi che dovevo ‘immedesimarmi’ del paese sul quale stavo lavorando, oltre a leggere documenti governativi del sedicesimo secolo». La stessa cosa è capitata anche a me: quando sono stato nelle fredde sale degli archivi, ho sempre sentito più forte il bisogno di uscire al sole, tuffarmi nei vicoli, nelle piazze, nei mercati, per vederli in faccia gli uomini, dei quali nelle carte generalmente si parla come entità numeriche, buone per i patiti delle statistiche. 

E uno di quei giorni, di quella che si chiama l'”estate di S. Martino”, il giovane studioso prende a piazza Verdi (alloggiava li vicino) un autobus per Monreale: un viaggio incantevole, che non ha potuto dimenticare, attraverso gli aranceti e i limoneti, che lasciavano intravedere a distanza il mare splendente. Ripensò Koenigsberger a Goethe, che venne in Sicilia nella primavera del 1787: anche dalla lettura dell’Italienische Reise era stato alimentato il suo desiderio di visitare l’Italia. Ma per lo studente di Cambridge fu una travolgente scoperta il Duomo di Monreale con i suoi mosaici: «Goethe, che cercava solo l’arte classica, non se ne interessava minimamente e nemmeno menzionò la cattedrale di Monreale quando scrisse il suo ltalienische Reise trent’anni più tardi». E sottolinea Koenigsberger come un altro viaggiatore, lo scozzese Patrick Brydone, del quale Goethe aveva letto il Tour through Sicily and Malta, fosse solo colpito dall’ “incredibile spesa” dei mosaici. Tante volte che mi sono trovato con gli spagnoli, mi ha disturbato il fatto che davanti ad un’opera d’arte, anche i più colti e studiosi di storia dell’arte, per esprimere la loro ammirazione, non trovano aggettivo più efficace di precioso, che non può non far pensare al precio (prezzo) e alla maledetta ossessione degli spagnoli per il denaro. 

Ma torniamo alla gita di Koenigsberger. Pranzò in una piccola trattoria: decise di salire ancora sulla montagna, per potere ammirare la Conca d’Oro. Ne fu dissuaso dal padrone della trattoria, che gli ricordò come tutta quella montagna fosse infestata dai banditi. Il giovane rise di quelle paure: che poteva temere uno studente straniero senza denaro? Il padrone voleva metterlo in guardia: non conosceva il paese. Ma vedendo la sua determinazione, mostrò ancora la sua sollecitudine, offrendogli una possibilità, di andare in compagnia di un suo cognato, che si doveva recare proprio da quelle parti. Non poté non pensare Koenigsberger ancora al Brydone, affidato da un principe ai banditi e da essi scortato per i sentieri della Sicilia. Finì con l’accettare, per l’insistenza. Si avviò dunque con quello sconosciuto, un suo bambino, tre muli e un cane. Ma ad un certo punto volle continuare per conto suo, per andare più in alto. Si arrampicò per la montagna “felicemente”, con la disinvoltura che si può avere quando si è ragazzi. Cominciò a fare freddo; si allungavano le ombre della montagna. Senti la tromba di un autobus, ma non vedeva la strada. Meno male che incontrò un capraro! Un capraro, che parlava francese, inglese e greco (era albanese). Invitò lo straniero smarrito a casa sua, per aspettare l’autobus per Monreale: «La sua casa era una piccola capanna, molto semplice e pulita, molto diversa dalla capanna dei contadini che avevo visto qualche settimana prima alle falde dell’Etna, dove la gente, le capre e le galline dividevano allegramente l’unica stanza abitabile. Il mio nuovo amico teneva rigorosamente gli animali fuori. Volevo del latte di capra o delle arance? Fui contento di due magnifiche arance, molto apprezzate dopo la mia gita attraverso le montagne senza bere». Quando arrivò l’ora, n capraro accompagnò lo straniero alla fermata e fece segno all’autobus di fermarsi. Koenigsberger apprezzò molto quell’ospitalità, espresse la sua gratitudine, diede al nipote del capraro n pacchetto di Chesterfield che aveva ottenuto dal consolato britannico a Palermo, al capraro n libro di Agatha Christie che leggeva quando pranzava da solo, come faceva Virgilio Titone. 

Ripensò Koenigsberger a quell’incontro: «ora capivo meglio perché Omero avesse chiamato Eumeo “n divino porcaro”. Il mio “divino capraro”, ne ero sicuro, sarebbe stato leale come Eumeo con Ulisse. Forse la famiglia veniva da Itaca?» Ma la Sicilia è stata sempre la terra dei più sconvolgenti, lancinanti contrasti. E l’incanto subito si rompe. Da quell’idillio il giovane sognatore fu scosso due giorni dopo, quando apprese che il bandito Giuliano e i suoi uomini erano scesi a Palermo e avevano rapito un medico e sparato al figlio che cercava di resistere. E ripensò all’avvertimento del padrone della trattoria di Monreale. 

Lo studioso continuava a dialogare con Virgilio Titone. 

«Magari andiamo insieme a Napoli il lunedì, per visitare il Croce»: queste parole che Titone gli rivolse in quel lontano dicembre del 1947, Koenigsberger le ricorda perfettamente, in italiano, come si può leggere all’inizio di A Journey to Benedetto Croce. Quel “magari” suonò strano al giovane straniero, che ne chiese la spiegazione al professore; mi torna all’orecchio e al cuore, quando ripenso alla mia conversazione con Virgilio Titone: era uno dei termini del suo linguaggio ed esprimeva la sua infinita discrezione, la coscienza dell’imprevedibile, della precarietà delle iniziative e di tutte le cose umane. Avevano parlato più volte di quel viaggio; Koenigsberger doveva vedere gli archivi napoletani, ma trovava soprattutto allettante dover viaggiare con Titone ed essere presentato al suo maestro, nientemeno a Benedetto Croce. 

Lo storico ricorda i particolari del viaggio: «Lunedì eravamo in treno, almeno due ore prima che partisse, per trovare posti ad angolo. Anche la seconda classe aveva soltanto sedili di legno spogli, in quegli austeri giorni postbellici, e la carrozza si riempì presto. Nelle carrozze di terza classe la gente era già seduta sulle valigie e sugli scatoloni nei corridoi. Io vivevo con una borsa di studio del governo britannico e l’ultimo pagamento non era arrivato. Ero a corto di denaro, ma ero ugualmente contento che Titone avesse insistito per la seconda classe per il viaggio di ventiquattro ore. 

Appena ci fummo seduti nei nostri sedili, uscì una lettera per me da parte di mio fratello ch’era in India, al quale avevo dato l’indirizzo del professore dal momento che non sapevo dove sarei stato a Palermo e le lettere dall’India ci mettevano circa sei settimane. Con mio grande stupore la lettera era quasi marrone e accartocciata agli angoli. “L’ho messa al forno per sterilizzarla”, spiegò Titone. “In India c’è un’epidemia di colera”. 

Dopo un po’ una ragazza venne dove eravamo seduti. “Professore, sono così contenta di averla trovata. All’Università mi hanno detto che doveva partire e lei mi aveva promesso di aiutarmi per la mia tesi”. “Sì, certamente” rispose con faccia impassibile ma con un piccolissimo accenno a me. 

“Questo è il signor Koenigsberger da Londra. Mi ha invitato in Inghilterra e adesso sto andando con lui”. Per un momento sembrò delusa, ma poi capì e ci fece un sorriso brillante. “Una ragazza affascinante, non è vero?” disse dopo che se n’era andata rassicurata del fatto che il suo professore sarebbe tornato entro la fine della settimana». 

Durante quello scomodo, freddo, interminabile viaggio, parlarono della teoria di Titone, dell’espansione e contrazione. Koenigsberger scrive di essere stato stimolato da quanto egli gli diceva, ad occuparsi del Rinascimento e del barocco, anche se non era in tutto d’accordo con lui. Arrivarono a Napoli finalmente, il martedì, un mattino freddo e buio: c’era molta miseria: «Le conseguenze della guerra, la povertà e la miseria apparivano anche più grandi che a Palermo. Una donna con un bambino stava seduta per terra, appoggiata ad un pilastro della stazione, e mendicava. “Ricatto morale” disse Titone: ma notai che le diede una banconota di taglio piuttosto alto. Mi sistemò in una casa dove conosceva la padrona, forse dai giorni in cui era studente. La vecchia donna era in cucina e stava cucinando della pasta. La stanza era pulita e poco cara e la pasta della padrona di casa, quando la servì la sera, era eccellente». 

Titone andò a trovare in un convento di Posillipo un sacerdote ch’era stato suo alunno. Anche il mio maestro mi parlava di quel viaggio e di quella visita: me ne parlava il pomeriggio dell’8 marzo 1985, a casa sua, come leggo (ora, per la prima volta) nel mio diario di quelle conversazioni; osservai che cose del genere non dovevano restare sconosciute, note solo a me o a qualche altro (alla conversazione di quel giorno era presente l’amico Nicola Di Lorenzo), che erano più importanti di tante notizie che si cercano affannosamente negli archivi. Titone mi fissò con i suoi occhi di fulmine e mi disse: «Tu, le scriverai». D’allora, mi diceva, la sua amicizia con Koenigsberger divenne saldissima. Ma sentiamo lo stesso Koenigsberger, testimone della sollecitudine del professore per il giovane sacerdote che si preparava all’abilitazione all’insegnamento: «”Fu richiamato e mandato a combattere in Russia durante la guerra. Adesso merita un po’ di aiuto” mi disse Titone più tardi. Ormai avevo capito che andava subito al cuore di un problema umano. Questo da parte sua era proprio voluto. “In Inghilterra voi avete virtù civiche ed è per questo che avete libertà politica. Noi troviamo ciò difficile, però, noi siamo più umani [anche questo è in italiano nel testo)”». 

Titone accompagnò Koenigsberger alla fermata del tram e gli promise che lo avrebbe richiamato nel pomeriggio del giorno dopo. Il giovane passò la giornata negli archivi e andando in giro per Napoli, che ora gli appariva molto più attraente di prima, piena di vita, brulicante di gente. Arrivarono le 18, lo ricorda preciso Koenigsberger, l’ora in cui Titone doveva chiamare. Ma non chiamava: passarono due, tre ore e il giovane naturalmente cominciò a preoccuparsi che fosse successo qualcosa al professore: «Il suo modo di attraversare una strada trafficata lo rendeva molto probabile. Prendeva un giornale, lo teneva decisamente davanti alla faccia e s’infilava nel traffico senza guardare né a destra né a sinistra. Lo faceva ancora all’età di ottant’anni, quando lo vidi per l’ultima volta, nel 1985. Forse in realtà era questa la maniera migliore di affrontare il traffico?» Un altro atteggiamento tipico, indimenticabile di Virgilio Titone. Non concepiva che uno non s’interessasse degli avvenimenti del mondo. Ogni giorno comprava quattro – cinque giornali. del Sud e del Nord, del mattino, del pomeriggio e della sera; ricordo quelli che leggeva più spesso: il “Giornale di Sicilia”, “L’Ora”, “La Sicilia”, il “Corriere della Sera”, “Il Tempo”, “Il Giornale” di Montanelli, “Il Giornale d’Italia”. E non voleva aspettare un solo minuto per leggerli; era tutto preso da essi, mentre camminava, mentre viaggiava, mentre mangiava: quando mangiava, mi diceva, leggeva spesso le storie dei paesi e gli pareva di visitarli. 

Nessuno poteva immaginare fin dove arrivasse l’imprevedibilità di Virgilio Titone: non amò mai ndeterminato, l’immutabile. Lo studente di Cambridge a Napoli cominciò a sapere anche questo, si spiegò quel “magari”: «Si fece vedere la mattina seguente. Era stato troppo stanco e c’era stato troppo freddo per avventurarsi fuori di nuovo, ma sarebbe certamente venuto la sera e avremmo cenato insieme e poi saremmo andati a far visita a Croce, che riceveva visite la sera. Alle 18 non c’era traccia di lui e due ore dopo rinunciai ad aspettare e andai al cinema, all’ultimo spettacolo. 

«La mattina dopo si fece vedere di nuovo. Nessuno al convento aveva avuto n tempo di accompagnarlo al capolinea del tram ed era troppo pericoloso andare da soli per la strada buia e solitaria. “Ci sono banditi”. Ma si sarebbe rifatto. Saremmo andati a Sorrento e dopo, la sera, da Croce». 

Andarono a Sorrento; era una giornata piovosa, ma fra le nuvole ogni tanto faceva capolino n sole. dietro di esse appariva e spariva il Vesuvio; il mare era in tempesta. Spettacolo particolarmente suggestivo per il giovane Koenigsberger. singolare sfondo alla gita dei due. ma Titone non se ne mostrava soddisfatto: «Titone mugugnò: “Un panorama classico con un tempo romantico! Tutto sbagliato!”. In effetti, penso che lo apprezzasse quanto me, anche se, come sapevo. avrebbe voluto mostrarmi la Baia di Napoli con un tempo classicamente sereno». 

A Sorrento pranzarono e bevvero vino in abbondanza, e camminarono per ore lungo le scogliere, fino a sera. Arrivarono tardi a Napoli. troppo tardi e troppo stanchi per andare a far visita a Croce. Lo avrebbero visitato sicuramente n giorno dopo! Ma la mattina del giorno dopo, era ormai venerdì, Titone disse che non era il caso di andare allora da Croce, dato che aveva saputo che non aveva ancora letto lo scritto che gli aveva mandato qualche settimana prima: non voleva sembrare insistente; aggiunse che doveva tornare a Palermo e avrebbe preso n treno della sera, ma che lui sarebbe potuto restare a Napoli e andare solo da Croce, ché “il grande vecchio era sempre contento d’incontrare giovani studiosi. Ma Koenigsberger decise di tornare a Palenno con Titone: era molto soddisfatto della sua prima visita a Napoli, così com’era avvenuta. 

Titone appariva a Koenigsberger un po’ mortificato per la mancata visita a Croce. Ad una fermata del treno sali un individuo, che attaccò subito discorso con i due viaggiatori, informandoli che aveva inventato un metodo per imparare qualsiasi lingua, anche quelle che ancora non erano state decifrate, anche l’etrusco. Titone lo stuzzicava. Scendendo alla stazione successiva, l’individuo annunziò anche che stava pubblicando un libro dal titolo Ho parlato con Marte. Koenigsberger scrive che di questo libro non ha trovato traccia in nessuna biblioteca. Arrivarono a Palermo il sabato pomeriggio: trovarono barricate in alcune strade: le macchine della polizia correvano veloci e rumorose. «Ripensando alla visita a Napoli, era stata molto serena» conclude Koenigsberger. 

Alla distanza di tanti anni, Koenigsberger ha scritto di Titone anche nelle sue Confessioni di uno storico (“Il pensiero politico” cit., pp. 97-98): «In Sicilia, durante quella prima visita, incontrai Virgilio Titone, grandissima personalità, allievo di Benedetto Croce, vecchio liberale ed antifascista, che era da poco divenuto professore di Storia all’Università di Palermo. Siamo rimasti amici fino alla sua morte, avvenuta pochi mesi fa, all’età di ottantaquattro anni. Era un uomo singolare, “an eccentric”, come si dice in Inghilterra, e tuttavia eccellentissimo storico, uomo di lettere e giornalista, autore di più di venti libri, fra i quali storie siciliane nella tradizione di Verga, ed una novella picaresca, Le notti della Kalsa di Palermo (Palermo, Herbita Editrice, 1987), che a me pare superiore a quelle del più celebrato Sciascia». 

Di Sciascia Titone non ebbe una buona opinione; leggeva i suoi libretti – perché amava documentarsi – e li trovava insignificanti, mentre venivano accolti con giudizi straordinariamente entusiastici da tanta critica. Ma Titone era abituato ad andare contro corrente. Per lui Sciascia era rimasto un maestro elementare, men che mediocre; era un esibizionista, e Titone non concepiva la teatralità o gli atteggiamenti femminei in un uomo, tanto meno in uno scrittore. Nei libretti di Sciascia vedeva il bisogno dell’autore di apparire intelligente, originale, brillante, la volgarità appunto dell’esibizionismo (si legga l’articolo del Titone Su alcuni indirizzi della letteratura italiana contemporanea, in “Nuova Antologia”, marzo 1976). Io ero d’accordo col mio maestro; molte circostanze hanno contribuito a fare considerare Sciascia quello scrittore che non è stato. Non è il caso che qui mi soffermi sull’argomento; per altro me ne sono occupato una quindicina di anni fa. Anche Guglielmo Lo Curzio, un autore pur tanto influenzato dalle mode e dalle opinioni correnti, in un suo libro, introvabile, Scrittori siciliani (Palermo 1989, pp.260-64), si chiede il perché della “favolosa celebrità” di Sciascia e si sofferma sul carattere saggistico della sua opera e sull’impegno dell’autore; considera Le parrocchie di Regalpetra e Il giorno della civetta le sue “due opere di assoluto rilievo” e “fuori da idolatrici abbagli di critici e comuni lettori”, pensa che “si possa riconoscere che lungo una trentina d’anni la fama di Sciascia narratore viva ‘di rendita’ ” su di esse. Effimere fondamenta! Potrà rendersene conto chiunque si provi a leggere quelle opere con un po’ di libertà dai condizionamenti della moda, della critica e della propaganda, oggi purtroppo, quasi sempre, una sola cosa; né si dimentichi il tipo di cultura e di politica editoriale degli anni in cui Sciascia pubblicava le prime sue opere. 

Varie volte Koenigsberger ha scritto su Titone: sul suo Il libro e l’antilibro (Palermo 1979), che considera «una magnifica interpretazione della storia culturale dai Greci ai nostri giorni» (Le confessioni cit., p. 981, e anche prima sullo stesso libro e su La Sicilia e la questione settentrionale (Caltanissetta-Roma 1981), in “European History Quarterly”, vol.15 [1985] (ricordò fra l’altro le difficoltà di Titone nel periodo fascista, quando fu sequestrato il suo libro Espansione e contrazione: la condanna fu il silenzio in cui il regime lasciò l’autore); sulle Vecchie e nuove storie siciliane e sulle Notti della Kalsa di

Palermo (Palermo 1987), nel prestigioso Supplemento letterario del “Times” del 18-24 dicembre 1987, dove sottolineò il verismo «fatto della persuasa malinconia di uno scrittore, che comprende le ragioni storiche per le quali le caratteristiche attitudini dei siciliani derivano da un’opprimente realtà a loro superiore […] fatto di simpatia e di comprensione della condizione umana- e l’assenza dei falsi sentimentalismi anche oggi di moda, più di quanto non si voglia far credere (rimando al mio articolo apparso nel “Giornale di Sicilia” del 22 gennaio 1988 e nell”‘Amico del Popolo” del 7 febbraio 1988). 

Koenigsberger parte dai presupposti che lo sviluppo politico e istituzionale di un paese europeo va visto sempre nel contesto europeo e che la storia culturale non si può separare dal contesto sociale e politico; a forgiare queste sue idee, non poco contribuirono i suoi viaggi in Spagna e in Sicilia, come egli stesso dichiara (Le confessioni cit., p. 93). Studiando la storta di Sicilia, meditò sull’orgoglio dei siciliani per il loro Parlamento, da essi ritenuto il più antico d’Europa. Koenigsberger, è noto, alla storta dei parlamenti ha dedicato studi fondamentali; dal 1955 al 1975 è stato segretario generale e dal 1980 Presidente dell”’International Commission for the History of Parliaments and Representative Institutions”. 

Molti i punti in comune nelle esperienze e negli interessi di Koenigsberger e Titone, di convergenza nelle loro idee, ma vi sono anche, ovviamente, le opinioni diverse. 

Koenigsberger iniziò la sua carriera accademica insegnando Storia economica nelle università di Belfast e di Manchester: a quegli anni risale il suo studio sull’evoluzione della proprietà nel Quattro e Cinquecento, in Piemonte e nell’Hainaut. Insegnò Storia moderna nell’Università di Nottingham, poi nell’Università Cornell; dal 1973 al 1984 nel King’s College di Londra; nel 1984 fu chiamato come “stipendiato” all’Historisches Kolleg di Monaco. Numerosi i corsi da lui tenuti in varie università americane. Uno storico di fama internazionale: non occorre che qui mi soffermi a ricordare le sue opere, dovunque note, tradotte in diverse lingue, anche in italiano; nel 1966 cominciò a pubblicare con l’Elliott gli esemplari Cambridge Studies in Early Modern European History; notevole anche la sua collaborazione alla New Cambridge Modem History. 

L’altro grande interesse di Koenigsberger è stato sempre rivolto alla storia culturale, nel senso più comprensivo: non trascura, per esempio, la musica, generalmente ignorata dagli storici italiani; lo dimostrano i suoi originali studi sul Rinascimento. Koenigsberger ha sostenuto l’interessante teoria dell’avvicendamento culturale, per cui non si deve parlare di una decadenza del genio italiano alla fine del Rinascimento, ma di uno spostamento di interesse delle forze creative dalle arti figurative, letteratura e filosofia politica, alle scienze naturali e alla musica. Lo storico basa la sua teoria su due sue ipotesi di fondo: l’uguaglianza biologica dei talenti in tutti i gruppi etnici e il legame psicologico tra individui e società. Si rivela un profondo conoscitore dell’uomo, studioso della mentalità. 

Virgilio Titone cominciò giovanissimo a scrivere saggi su diversi autori della nostra letteratura, contrastando le opinioni più diffuse; ebbe l’approvazione del Croce. Nel 1934 pubblicò Espansione e contrazione, in cui esponeva la sua teoria sulla storia: l’alternarsi dei periodi di espansione e contrazione, in tutti gli aspetti 

della vita. Seguirono diversi altri libri, fra i quali ricordiamo Cultura e vita morale (Palenno 1943); La Sicilia spagnuola (Mazara 1948). che stimolò la nuova ricerca sul rapporto Spagna-Sicilia; La politica dell’età barocca (Palermo 1949); La Sicilia dalla dominazione spagnola all’unità d’Italia (Bologna 1955); Storia, mafia e costume in Sicilia (Milano 1964); Storia e sociologia (Firenze 1964); nconformismo (Milano 1966); La storiografia dell’illuminismo in Italia (Milano 1969). 

Per molti anni insegnò Storia moderna all’Università di Palermo. Fu apprezzato elzevirista dei più autorevoli quotidiani italiani, dal “Corriere della sera” al “Tempo”, e collaborò alle riviste più prestigiose, dal “Mondo” di Pannunzio alla “Nuova Antologia”; fondò e diresse tre riviste palermitane: “La nuova critica”, “L’Osservatore”, “Quaderni reazionari”, quasi interamente scritte da lui. Degli ultimi suoi libri ricordiamo: Dizionario delle idee comuni (Milano 1976), Il libro e l’antilibro (Palermo 1979), La festa del pianto (Caltanissetta-Roma 1983). Scritti di Titone sono stati tradotti in inglese e spagnolo. 

Anche Virgilio Titone rivolse il suo interesse all’economia (è del 1947 Economia e politica nella Sicilia del Sette e Ottocento, del 1961 Origini della questione meridionale. Riveli e platee). La storia per Titone non è solo l’avvenimento, ma l’immagine di un popolo in tutti gli aspetti della vita. Ogni generazione eredita la sua storia da quelle che l’hanno preceduta; accanto a questa eredità storica ce n’è un’altra: «un’eredità biologica, che, se non può negarsi per i singoli individui, per lo stesso motivo non è possibile negare per i popoli. Se ci sembra evidente ammettere che i figli ereditino in tutto o in parte il carattere, le attitudini, l’aspetto o la costituzione fisica dei genitori o di un avo anche lontano, non si vede perché questa stessa ereditarietà fisica e morale a un tempo, del resto scientificamente dimostrata, debba negarsi per quell’insieme di individui, comunque politicamente organizzato, che è un popolo» (Dizionario delle idee comuni, vol. II, p.124). Fra i temi più ricorrenti nell’opera di Titone la critica all’intellettualismo di moda. 

Le Storie della vecchia Sicilia (pubblicate da Mondadori in più edizioni negli anni 1971-72; ripubblicate con altre “nuove storie” da Herbita nel 1987; tradotte anche in spagnolo, Editorial Fundamentos di Madrid, 1989) hanno rivelato a molti le capacità dello scrittore Virgilio Titone, narratore credibile e veridico della sua Sicilia, la sua solitudine virile e la ricerca religiosa del passato. Il vero storico è un vero scrittore. Storici, critici e scrittori sia Koenigsberger che Titone. 

Più che dai libri ho cominciato a conoscere Helmut Koenigsberger dalla frequente conversazione che ho avuto il privilegio di avere, per anni, con Virgilio Titone. Di lui mi parlava sempre più negli ultimi tempi. Nell’autunno del 1988 mi mostrava sue lettere di più di quarant’anni fa, che andava ritrovando. Era molto contento per la presentazione che doveva fare all’edizione italiana del libro di Koenigsberger sulla Sicilia, che sembrava finalmente imminente, e per l’introduzione che dovevo fare io, su segnalazione dello stesso Koenigsberger. E ancora il 7 gennaio 1989, col solito entusiasmo che lo rendeva incredibilmente giovane, mi mostrò un nuovo libro, in tedesco, che Koenigsberger gli aveva mandato con dedica e una cartolina di auguri. Di Helli e della sua moglie Dorothy mi parlava come dei suoi più grandi, pochi amici; mi parlava dell’umanità di Koenigsberger, della sua cultura, dei suoi libri: “Ha la capacità” mi diceva “di dire tutto in poche parole”. Me ne parlò fino all’ultima volta che l’andai a trovare, nella casa di via Giusti. Nella sua prediletta solitudine, sentiva il calore dell’amicizia di Helli e Dorothy, voleva che anch’io divenissi amico con loro e l’amicizia continuasse dopo la sua morte, che sentiva imminente. 

Fra le carte che scrisse negli ultimi suoi giorni, ho trovato la presentazione per l’edizione italiana di The government of Sicily under Philip II of Spain. La intitolò Ricordo di un vecchio amico e sottolineò la “straordinaria estensione” degli interessi di Koenigsberger a tutti gli aspetti della storia, da quelli economici alle manifestazioni artistiche e alla componente estetica, sessuale, morale dei giudizi. e la sua “capacità di comprendere, talvolta in poche righe, lo spirito, l’anima, il carattere proprio di un’istituzione o di un costume, di poeti, principi, governanti, avventurieri”. 

Helmut Koenigsberger e la gentilissima Dorothy, anche lei sensibile studiosa del Rinascimento e del barocco (in particolare della storia dell’arte), amavano ritornare a rivedere Virgilio Titone in Sicilia. Koenigsberger poteva confrontare la Palermo che conobbe negli anni Quaranta, con la nuova, deturpata dalla selvaggia edilizia. 

Non potrò mai dimenticare quel marzo del 1985 in cui doveva venire lo storico. Col professore Titone pensammo insieme cosa si dovesse scrivere nel biglietto d’invito alla conferenza che Koenigsberger doveva tenere alla Storia Patria, organizzata dallo stesso Titone. Mi diceva il professore che se il tempo fosse stato buono, avrebbe portato l’illustre ospite e la moglie alla Triscina; voleva che vi andassi pure io. Si preoccupava che tutto fosse preparato a puntino e insieme telefonavamo continuamente. 

Arrivò quel lunedì 25 marzo. Con la mia macchina giungemmo all’hotel Politeama, con mezz’ora di anticipo rispetto all’appuntamento con Koenigsberger. Aspettammo in via Amari, ovviamente, parlando, come sempre: degli Ebrei, popolo di grande genio; della conferenza (Titone m’informò di quello che avrebbe detto nella presentazione). Il professore diede uno sguardo all’edificio del Politeama: non gli piaceva lo stile; chiedeva il mio parere. Arrivò l’ora stabilita; girammo intorno al teatro, scese il professore per andare a chiamare Koenigsberger. C’incontrammo con gl’illustri ospiti, ai quali mi presentò il professore; ci mettemmo in macchina e ci avviammo alla Storia Patria. 

Era un marzo molto freddo; pareva che la primavera non volesse tornare. Il professore diceva che la Sicilia senza sole non è Sicilia; chiedeva a Helli e a Dorothy se volevano andare a Selinunte il giorno dopo: avrebbe dato loro le chiavi di due sue ville della 1ìiscina e avrebbero potuto sceglierne una; vi avrebbero trovato del vino, il miglior vino d’Europa: solo di questa sua produzione, aggiunse, era orgoglioso. Helli e Dorothy si mostravano grati di tanta affabilità e promettevano che avrebbero bevuto sicuramente quel vino. TItone parlava delle ricchezze dell’Italia, del reddito pro capite degli italiani, fra i più alti del mondo, secondo le ultime statistiche. Volle parlare di me, dei miei versi in greco, dei miei lunghi viaggi, e parlammo di diverse nazioni, dalla Spagna ai Paesi del Nord, alla Grecia. Koenigsberger diceva di aver visto quella mattina due scioperi a Palermo, uno al Comune, l’altro al Palazzo dei Normanni; Titone parlò del primato italiano degli scioperi; io ricordavo quello che i greci dicevano quando vedevano un italiano: ò’m:p’)ia (sciopero). 

Arrivammo a piazza San Domenico. Ebbe inizio la conferenza. Prese la parola il professore per la presentazione ufficiale. Esordì ricordando la difficile giovinezza di Koenigsberger: «Helmut Koenigsberger, nato a Berlino, a sedici anni, nel 1934, è costretto a fuggire per non finire nei campi di sterminio nazisti. 

In quegli anni si era rifugiato in America Alberto Einstein, con due altri ebrei, Marx e Freud, uno dei fondatori del pensiero o della scienza moderna, anche se talvolta quest’ultima degeneri, non però nel grande fisico, in una creduta o falsa scienza. Ma ad Einstein dovremmo aggiungere molti dei più illustri rappresentanti della cultura contemporanea, né soltanto tedeschi o, piuttosto, nati in Germania. Nessun popolo è stato in ogni tempo tanto oppresso e perseguitato. Pochi popoli hanno tanto contribuito al progresso umano in ogni campo». 

Ricordò le tappe salienti dell’attività di Koenigsberger, le sue opere, e si soffermò in particolare su quella sulla Sicilia: «Non ho ancora parlato dell’opera sua che come siciliani più da vicino c’interessa. Il governo della Sicilia sotto Filippo II di Spagna, pubblicata a Londra nel 1951, tradotta in spagnolo nel ’75. purtroppo non ancora tradotta in italiano. E non fa certo onore alla nostra cultura che un libro sulla Sicilia sia stato tradotto in Ispagna e non ancora in Sicilia. Di questa traduzione con l’editrice Sellerio si è occupato il prof. Giuffrida. Me ne sono occupato anch’io. Ciò nonostante la traduzione ancora non l’abbiamo, sebbene quel libro resti il solo che, tra l’altro, tratti compiutamente dei rapporti tra la Sicilia e l’impero spagnolo e delle teorie che li hanno ispirati o regolati». 

Continuando a scandire le parole con la sua energica, incisiva, inconfondibile voce, così concluse: «Ma più che per tante sue opere egregie e famose ricorderò il Koenigsberger per un episodio, che forse egli ha dimenticato e che si può considerare come un documento della sua anima. Le opere degli studiosi muoiono. “Che fama avrai tu più”, ripeterò con Dante…… pria che passin mill’anni?”. L’anima non muore. Una sera di molti anni fa ci trovavamo a Napoli per le nostre ricerche. Stavamo nello stesso albergo. Mi aveva chiesto di esser presentato a Benedetto Croce. Gli dissi che gliel’avrei presentato. Ma prima dovevo fare una visita a un gentilissimo sacerdote, che si era laureato con me e dirigeva a Posillipo una comunità religiosa con una scuola e un convitto di orfani. Mi aveva scritto e sapeva che in quei giorni dovevo andare a Napoli. Posillipo non era stato ancora coperto dai casermoni costruiti nell’ultimo ventennio e la villa del mio amico era in aperta campagna. Non riuscii facilmente a trovare la stradetta campestre che dovevo fare. Perciò perdetti più tempo di quello che avevo previsto. Era già sera. In quei luoghi e a quell’ora Napoli, per chi va solo, non era meno pericolosa di quello che è oggi. È nella tradizione, una tradizione plurisecolare. Koenigsberger si preoccupò del ritardo. A mezza strada del ritorno lo vidi che mi era venuto incontro. Dopo tanti anni trascorsi lo rivedo e lo rivedrò sempre in quella sera, in quella stradetta buia di Napoli». 

Titone fu a lungo applaudito; molti rimasero sorpresi della sua riapparizione e della sua forza: da tempo non si faceva vedere alla Storia Patria. Ringraziò Koenigsberger, ricordò i suoi amici siciliani, in particolare Carlo Alberto Garufi, per il quale ebbe parole sentite di apprezzamento, e soprattutto Virgilio Titone. Iniziò dunque il suo discorso sui Parlamenti italiani nell’età moderna, con la sua competenza indiscussa; parlò per quasi un’ora. Dopo concesse un’intervista ad un inviato del “Giornale di Sicilia”; nel mentre mi congratulavo col mio maestro, ci sedemmo vicini: era contento, mi fece vedere un elegante, monumentale libro sul barocco, regalatogli dall’autrice, la signora Dorothy, e mi fece leggere la sua dedica. 

Quella sera Dorothy, Helmut Koenigsberger, il professore Titone e io, andammo a cenare insieme, al Charleston. Ci avviammo verso il piazzale Ungheria con la mia macchina bianca, sotto la pioggia (si appannavano i vetri, non ci si vedeva), parlando di tante cose. 

La conversazione continuò a tavola. Ad un certo punto Titone chiese a Koenigsberger se ricordava quell’episodio di Napoli; Koenigsberger non solo lo ricordava, ma aggiunse qualche particolare. «Vedi!» mi disse il mio maestro. Capivo perché, tanto schivo e solitario, amasse stare in compagnia di Dorothy e di Helli. Accompagnandolo a casa, gli mostravo il mio compiacimento nel constatare ch’era stato per cinque ore ininterrotte sul campo, senza dare segni di stanchezza. “E ho ottant’anni!” mi disse quella sera, prima che scendesse davanti al suo portone. 

Calogero Messina 

Da “Spiragli”, anno IV, n.2, 1992, pagg. 25-39.




 Lo scrigno 

Miniracconto di Aluysio Mendonça Sampaio 

Nella penombra della stanza (o del passato?) uno scrigno di madreperla con fregi dorati. Del nonno era lo scrigno, chiuso a sette mandate. 

Non una, mille volte aveva tentato di scoprire il tesoro gelosamente custodito. 

Chiese la chiave, ma il nonno non rispose. La chiese alla madre ma lei fece una smorfia. Lo scrigno del nonno, lo scrigno del nonno … Ah l’infanzia perduta … 

Solo quando fu cresciutello, il nonno lo chiamò: «Voglio farti un regalo.» Era il suo compleanno. Lo prese per il braccio, teneramente, e lo trasse nella penombra della stanza. Si avvicinò al comodino dov’era lo scrigno. 

Sorriso sulle labbra, prese la chiave dalla tasca del gilè. Lentamente l’ accostò alla serratura. 

Il cuore del ragazzo batté come il trotto d’un cavallo. 

Quando lo scrigno si aprì, guardò dentro, trattenendo il fiato. Era tutto vellutato, con bordo di cordoncino dorato. 

Guardò il nonno sorpreso, come a dirgli: «Dove sono i gioielli, i brillanti, le monete? Dov’è il tesoro?» 

Sguardo malizioso, il nonno capì la domanda fatta con l’avido, impaurito linguaggio del silenzio. Con la sua voce di vecchio (molto vecchio) rispose: «Qui è custodito il bene più prezioso del mondo: il tempo.» 

Aluysio Mendonça Sampaio

Da “Spiragli”, anno XVI, n.1, 2005, pag. 41.




Romano Cammarata poeta 

Romano Cammarata ha esordito nella poesia con la fortunata silloge Per dare colore al tempo (1), anche se egli nasce alla poesia con la prosa di Dal buio della notte (2). Era da poco uscito da un labirinto di dolore fisico, aveva cominciato a rigustare il sapore della vita e, di qui, il magma, che gli era rimasto a lungo dentro, si sprigiona per prendere forma e ridare fiducia a quanti nel dolore navigano. 

Possiamo inoltrarci nella poesia di Romano Cammarata partendo, perciò, dalla sua prosa e anche dai lavori in rame sbalzato o, ancora, dalla fotografia, che tanto vuoto gli avevano riempito durante le lunghe degenze e le noiose convalescenze. Solo allora possiamo bene comprendere l’uomo e il poeta. 

Poeta, secondo la filologia sperimentale di Davide Nardoni, è «colui che qualifica». Romano Cammarata è un gran qualificatore di sé per gli altri. Altrimenti, non avrebbe senso la poesia. Sarebbe sempre qualcosa di bello, ma fredda, e non direbbe niente; l’impegno, invece, le dà vigore e l’infiamma. E se questo lo riscontriamo in tutta la produzione artistico- letteraria, tanto più lo notiamo nei suoi ultimi componimenti poetici, che costituiscono di certo il più bel testamento umano e spirituale che abbia potuto lasciarci. 

Nelle poesie apparse in «Spiragli » nel 1992 (3), e mai prima d’ora raccolte in volume (Un sogno, Magellano ’90, Chi sono? Tempo presente, Ho sognato i miei sogni, Fantasmi a Milano, che nella registrazione Cammarata intitola Via Commenda, a Milano), c’è un sentito bisogno di evasione, ma anche il richiamo ad una realtà sempre più grigia. 

Il poeta vive le aspettative d’un mondo di pace nella concordia e nel rispetto di tutto e di tutti, anche se non è possibile realizzarle per una serie di situazioni che condizionano e mortificano, nonostante si faccia in lui insistente il bisogno di credere e di sperare. Come in Ho sognato i miei sogni, dove evidenzia questo stato d’animo e, al tempo stesso, l’esigenza di creare presupposti al suo sperare, pur sapendo che il dubbio che tutto possa cadere nel vuoto non lo lascia per niente tranquillo. · 

Tempo presente rende certo quel dubbio. A niente vale la bellezza della sua terra e il mare · che «traduce l’azzurro del cielo». Sono realtà i morti ammazzati, e i giovani, che non hanno più esempi a cui modellarsi, non sono che «fantasmi della nostra coscienza»! 

Sono qui a guardare 
diamanti sparsi nell’acqua 
Solo il rude profilo dei monti 
nudi di roccia 
nasconde una città che piange 
i suoi morti. 

La natura si fa partecipe dei sentimenti del poeta, e anch’ essa, come lui, appare pietrificata dinanzi a tanto spargimento di sangue. Siamo nel 1992, anno in cui c’erano state le stragi di Falcone e Borsellino. Cammarata, come tutti noi, era rimasto sconvolto, e lottato interiormente, da un lato, dall’amore per la terra d’origine, dall’ altro, per la sofferenza e il dolore di cui essa è scenario. 

Se rileggiamo Tempo presente, non notiamo che questo: uno sconforto che si fa esso stesso coscienza ammonitrice, perché il poeta, come la natura che vede vanificata la sua bellezza, subisce e piange nel chiuso del suo io la realtà del momento, nonostante vorrebbe fosse diversa. Egli si rende conto che niente o poco può fare, se non c’è la collaborazione di tutti e, allora, è portato a constatare, impotente, la malvagia bruttura voluta da uno sparuto gruppo di suoi simili. Da qui prende significato, che si carica di particolare pregnanza, il termine «fantasma», tante volte usato da Cammarata, quando, aristotelicamente, dice questa triste realtà, a malincuore accettata. 

I motivi, che in queste poesie affiorano, sono tutti ricollegabili alla produzione precedente, sia in prosa che in versi. La sofferenza, l’ accanirsi dell’ingiustizia, il bisogno di ritrovare in sé e negli altri il senso di un’umanità più profonda che dia luce ai nostri giorni, l’amore, la denuncia sociale, l’attaccamento alle proprie radici, sono tutti motivi profondamente sentiti, poeticamente ben sviluppati e resi in Dal buio della notte, Per dare colore al tempo e Violenza, oh cara! 

Il tema del dolore, seppure presente, è vissuto ormai come un ricordo, affidato al passato, ma presente e vivo in quello degli altri, che soffrono e disperano. 

Cari fantasmi del vecchio cortile! 
Via Commenda ancora ci unisce 
per come eravamo coi segni sul viso 
per quelli che siamo 
coi segni nel cuore. 
Viviamo lontani un giorno diverso. 
Stasera tornato tra voi 
col volto bagnato da lacrime 
e pioggia 
grido nel buio la mia redenzione. 
Vi lascio leggero con ignoto sorriso. 
Appeso a quel muro 
c’è l’altro fantasma di quel che ero io. 

Ma Via Commenda, a Milano non è soltanto un ricordo della via crucis subita. Anche se il poeta dice: «grido nel buio la mia redenzione», egli non ha smesso di dimenticare e con partecipazione vive la sofferenza altrui. 

Notate i versi («per come eravamo coi segni sul viso / per quelli che siamo coi segni nel cuore») uniti dall’anafora, una figura retorica ricorrente nella poesia di Cammarata, proprio perché lo aiuta a marcare certi aspetti del suo stato d’animo che diversamente potrebbero non essere evidenziati, e notate anche l’altro verso («Vi lascio leggero con ignoto sorriso»), dove, se l’aggettivo «leggero» dice la sua liberazione dal peso della malattia, l’altro che segue, «ignoto», riferito al sorriso, evidenzia la sua meraviglia per il nuovo che è in lui, per il sorriso, da cui da tempo era stato privato e, incredulo, ancora non si spiega. Sono versi che dicono la sofferenza del poeta per il dolore altrui, ma niente può fare, se non essere vicino a loro. 

Le poesie, che vengono pubblicate nel libro Romano Cammarata e che pure registrano un continuum con le opere sopra citate, si caratterizzano per una maggiore presa di coscienza e per una marcata apertura agli altri. Ecco, ad es., Sotto la mia finestra e Piazza di Siena. Il poeta, alla primavera che avanza, vede aprirsi il cuore ed è portato a sperare ancora; oppure, pur essendo fisicamente lontano, sa ricrearsi «con gli occhi della mente» un posto di Roma a lui caro, ma per poco, perché il richiamo al reale è più forte e pressante. Per questo, si notino le accumulazioni dell’inizio (i luoghi, il verde, la folla, gli agili puledri, i cavalieri) e della fine (la sporcizia, il lavandino, i bidoni, la sedia). 

Il sogno poi si spezza 
come uno scheggiato specchio 
e torno nell’angusto cortile 
della Milano vecchia. 
Ritrovo la sporcizia 
il lavandino rotto 
i bidoni della spazzatura 
la sedia sgangherata su cui siedo 
ma anch’io pago mi sento 
e senza invidia. 
C’è in queste poesie una piena consapevolezza, ma anche una determinazione 
che diviene ancor più risoluta, come in Roma non far la stupida stasera: 
E quando tornerò, 
perché io tornerò, 
sarò sul Gianicolo la sera 
ad abbracciarti 
con sguardo d’amore 

Allora il dolore apre meglio alla vita e la fa amare ed apprezzare, pur con le ombre, che sono molte. A leggere questi versi c’è – dicevamo – consapevolezza, ma non accettazione passiva. Si legga Incontro con la luna. In qualche modo il poeta richiama Leopardi nell’atmosfera che sa creare e nel tono del suo discorrere (al pari del Recanatese, Cammarata discorre, e il discorrere è esso stesso un canto), non certo nel pensiero, perché il Nostro è corroborato da sano ottimismo. 

Eppure, il motivo della morte è presente in Cammarata; è una presenza accetta, naturale, da cui nessuno è esente, che non annulla ed anzi è vista in una luce diversa, dato che gli uomini che hanno bene operato continuano a vivere nel ricordo degli altri. Concetto caro al Foscolo e ai romantici ottocenteschi, ma qui si colora di moderna sensibilità. Anche l’uomo comune, non solo l’uomo dotato di particolari doti, l’umile che vive dignitosamente nel rispetto degli altri e che è stato elargitore di nobili sentimenti, questi vivrà nel tempo («Vivo è chi sta nel cuore / nella memoria nostra»), ad onta degli incapaci, pur potenti, che già vivono la loro vita terrena nell’oblìo. 

Il riferimento va a Ogni qualvolta torno, dove questo motivo riaffiora come sorgiva che tonifica la vita, mentre in altri componimenti è presente come realtà che accomuna i viventi. Come ne Il vischio. 

Odoletta gioiosa, che ti specchi 
nel sole del primo mattino, 
guarda anche me 
che nato sono a nuova vita 
Dai anche a me 
senza temere agguati 
il tuo trillo festoso 
Qui il poeta vuole essere partecipe della gioia che è nel creato, e viverla con intensità, fino a quando «il tempo cacciatore» glielo permetterà. 
Altro motivo ricorrente è quello dell’ infanzia, di pretesto per ricordare luoghi, persone care o semplici oggetti che lo proiettano in quel mondo passato per sempre lontano e che solo la memoria, a sprazzi, riesce a recuperare. 

Quale primavera fu la mia […] 
Allora, nel cielo azzurro 
oltre le nubi bianche c’era Dio 
e a casa vicino al mandorlo 
l’amore di mamma. 

Basta un niente (una altura, la sconfinata campagna, il silenzio intorno) perché venga al poeta tutta una folla di pensieri che lo riporta, ma per un po’, ad un tempo ormai lontano. Eppure il ricordo è preciso, fermo, colto nell’atto di pascolare, di studiare la storia (e quale storia!) o nel rivedersi sul «mandorlo grande». E qui c’è da sottolineare una nota nostalgica: non è tanto quel mondo che l’Autore rimpiange, bensì lo stato innocenziale per sempre perduto e, ancora, la vigile presenza della madre, elargitrice di quella sicurezza che ora non ha. 

Certo è che alla sua infanzia Cammarata lega sempre l’immagine della madre. In Ricordi in un cestino è il ricordo del cestino dei bottoni, che gli riporta la figura materna intenta a cucire, mentre lui bambino le giuoca accanto. Solo più tardi, quando non vedrà più il cestino, si renderà conto che lei se n’è andata «per non tornare più». 

Se si considera il tenue filo che dà corpo a questo’ componimento e l’ effetto che esso raggiunge, dobbiamo dire che, padrone degli strumenti, il poeta abilmente ha saputo gestire la materia grezza, l’ha plasmata e le ha impresso una vita palpitante di luci e di colori che difficilmente dimenticheremo. 

Ti ricordo, mamma, 
seduta a rammendare 
mentre a te vicino 
ti stavo ad ascoltare 
Era un cestino tondo 
di paglia ricucita … 

L’agilità, che è propria del verso breve (il componimento è costituito di senari e settenari con pochi quinari), qua e là qualche rima, le assonanze interne, le riprese delle immagini, raggiungono un risultato sorprendente che non sa né di barocchismo né di sentimentalismo, perché Cammarata esprime ciò che sente con spontaneità e, al tempo stesso, con sofferto distacco. 

Altrove, come in Non ho radici, il ricordo della madre morta gli serve d’aggancio per ritornare idealmente alla terra di appartenenza. In questo componimento, come in altri, il poeta è preso dalla nostalgia, dal senso della lontananza, ma in ogni caso è sempre coerente nelle manifestazioni del suo animo, le quali ci appartengono, perché, filtrate dal fuoco vivo della poesia, non sono più manifestazioni d’un singolo individuo, ma patrimonio spirituale, in cui tutti ci rispecchiamo. 

Non ho radici si rifà agli anni dell’infanzia, quando, per esigenze di lavoro, il padre, che era maestro, dovette portare con sé in Sardegna la famigliola. Sradicato dal suo ambiente, il piccolo Romano ne risentì tanto, cosa che si portò dietro per 
sempre e che lo faceva gioire di una gioia che trasmetteva a chiunque ogni qualvolta doveva tornare in Sicilia. 

Un albero può vivere senza radici 
senza l’abbraccio caldo della terra? 
Eppure non ho radici 
ho la scorza cresciutami con gli anni 
ho i rami contorti dal pensiero 
ho le foglie che cadono coi sogni 
Non ho radici 
àncore nere affondate 
tra la gente che è mia per stirpe 
sulla terra che i miei avi tiene. 
L’attacco, che di per sé presume una risposta negativa, sconfessato dall’avversativa «eppure», che, a sua volta, viene rafforzata dall’anafora, escluderebbe ogni legame, se non fosse per gli affetti profondi che legano 
il poeta alla terra di appartenenza. Perciò, a ragione, dice: 
In quei momenti 
quando più s’aspira 
a trovar pace e a dimenticare 
sento che in fondo anch ‘io sono 
vincolato 
e lo sono ad un luogo che è lontano 
tra i monti della Sicilia antica 
dove attende un fiore 
una parola cara 
il corpo senza vita di mia madre. 

Qui è la sicilianità di Romano Cammarata. Non qualcosa di astratto, non vuota dichiarazione di appartenenza che serve solo ad attestare su certe posizioni o ad imporre la propria opinione per l’autorità di cui si è investiti. La sicilianità di Cammarata è intrisa di sentimenti veri che gli vengono dettati dalla vicinanza spirituale che stabilisce con la sua isola e dall’essere partecipe degli eventi che, nel bene e nel male, fanno parlare della terra di Sicilia e la connotano rispetto alle altre. 

Cammarata amò la Sicilia e la seguì, senza trascurare niente, nel suo evolversi, positivo o negativo che fosse; e questo fece sì che ne parlò e scrisse con distacco e competenza, dando la precedenza alla ragione più che a sentire le corde del cuore. In cambio, pur essendo lontano per ragioni di lavoro, egli s’interessò della Sicilia per farla uscire dal suo stato di chiusura secolare e per contribuire a migliorarla con la prassi e la parola. 

Le liriche La miniera, La ballata del minatore, Il lavoro, se esaltano l’opera dell’uomo, frutto di mani incallite che «avanti le tende a mostrarle / con rabbia orgogliosa», denunciano lo sfruttamento a cui è sottoposto e rivendicano una giustizia che allevi la sofferenza e restituisca il sorriso a quanti lavorano nella 

precarietà, ma anche dia loro la dignità di essere umani che, alla pari di altri, hanno diritto alla vita. Questo reclamano gli umili, e questo evidenzia Cammarata ne La miniera, dove uomini annaspano «della terra nelle viscere / a respirare silicio / a scontare di nuovo l’eterna pena», mentre i loro «bambini consapevoli di tutto / ora stavano lf piccoli adulti / a guardar fisso il pozzo della morte». Così, la poesia di Cammarata, denunciando, tende al riscatto sociale e si carica di una tensione che ridà voce ai più deboli nel nome del rispetto e della solidarietà umana. 

Un motivo nuovo della poetica di Romano Cammarata è la guerra nei suoi aspetti più crudi. La prima guerra del Golfo, con le sue immagini di sterminio che entravano nelle nostre case per televisione, scioccò un po’ tutti e fece temere il mondo. Da qui prende spunto il lungo componimento Nato da un mistero, che, con un’andatura dialogica, rinnega ogni guerra, annullatrice di progresso, strumento di sterminio e di giustificazione «per altre guerre folli». 

Invochi anche il progresso 
ma ancora con convinzione 
ancora per dominare 
lasci morire di fame 
milioni di persone 
per poi sprecare ricchezze 
per appagare da folle 
un sogno di potenza. 

Il poeta Cammarata, come Quasimodo e tanti che la guerra vissero, smette di cantare. Come si fa, dinanzi a tanta atrocità, a cantare? Qui il poeta, in tono dimesso, si appella al buon senso e alla ragione, pur rendendosi conto che a niente vale il raziocinio, se vengono a mancare i saldi principi che danno veramente senso alla vita. 

Romano Cammarata è un osservatore attento, e la sua interlocutrice è la vita nelle sue sfaccettature. Questo gli permette di calarsi nella realtà e vederla con gli occhi di tutti per qualificarla e additarla per quella che essa è, senza sentimentalismi, che non sono della poesia, la quale, per essere tale, deve parlare al cuore di ogni uomo e in essa farlo riconoscere. Il poeta, con uno stile che è frutto di tante letture e di un intenso lavorio umano e spirituale, ha saputo darci con la sua opera una poesia che, prendendo linfa dalla migliore tradizione poetica italiana e straniera, è capace di suscitare fantasmi buoni per lenire la sofferenza ed aprire alla speranza quanti ad essa si accostano. 

NOTE 

1. R. Cammarata, Per dare colore al tempo, Sciascia, Caltanissetta-Roma, 1985. 
2. R. Cammarata, Nel buio della notte, Armando Roma, 1983. 
3. «Spiragli», A. IV, ottobre-dicembre 1992. Cfr. S. Vecchio, Romano Cammarata, Terzo Millennio, Caltanissetta, 2002.

Da “Spiragli”, anno XVI, n.1, 2005, pagg. 25-31.




Siciliani alla Corte piemontese nel ‘700,  Don Emanuel di Valguarnera 

 

La signoria di Vittorio Amedeo n in Sicilia, fra il 1713 ed il 1720, rappresenta uno spazio di tempo assai breve rapportato alle secolari vicende del Piemonte e della Sicilia, periodo che da parte degli isolani la propaganda della Corte pontificia, di Spagna e d’Austria ed i commenti di storici non sempre obiettivi hanno fatto considerare del tutto negativo, e da parte dei Piemontesi fu visto come un’ esperienza da dimenticare. Il tempo e gli eventi della storia hanno poi cancellato molte tracce di questo passaggio e non viene quasi mai citato il fatto che furono numerosi i Siciliani che seguirono Vittorio Amedeo II in Piemonte e lì rimasero al servizio dei Savoia per moltissimi anni. Fra i più illustri di costoro Don Emanuel Valguarnera dei principi di Valguarnera, uno dei tre fratelli della famiglia che servirono nell’esercito sabaudo e furono investiti di importanti incarichi dai sovrani piemontesi. 

I Valguarnera, di origine spagnola, erano giunti in Sicilia nel 1282, al seguito di re Pietro d’Aragona, dopo il Vespro, ed erano stati fra i suoi capitani nella guerra contro gli Angiò. Circa un secolo dopo, a questo ramo se ne era aggiunto un altro, venuto al seguito di re Martino I e della regina Maria, costituito dai due fratelli: Simone e Vitale, al quale appartenevano i tre fratelli di cui di Alberico Lo Faso di Serradifalco si è fatto- cenno. Ricoprirono incarichi importanti nell’isola, fra i quali quello di presidente o di vicario generale del regno e di pretore di Palermo; numerosi gli incarichi militari che li portarono a battersi per i re di Spagna per terra e per mare dal XV al XVII secolo. La famiglia, investita nel 1517 della contea di Assoro, nel 1627 ebbe il titolo di principe di Valguarnera e nel 1652 di Gangi. 

Don Emanuel era il terzogenito del principe Giuseppe e di Maria Antonia Gravina dei principi di Gravina, prima di lui erano nati Francesco Saverio e Pietro che furono anch’ essi per molti anni al servizio di Casa Savoia. Nato nel 1695, era stato avviato alla carriera delle armi e, all’ atto della cessione del regno da Filippo V a Vittorio Amedeo II, fu uno dei pochi ufficiali che ebbero il permesso di passare al servizio del nuovo re di Sicilia. Malgrado gli accordi di pace, il sovrano spagnolo non aveva autorizzato la cessione dei reggimenti isolani al nuovo sovrano né sciolto gli ufficiali siciliani dal vincolo di giuramento di fedeltà alla sua persona. 

Nel 1714, durante la sua permanenza a Palermo, Vittorio Amedeo costituì due nuovi reggimenti di fanteria e la compagnia siciliana delle Guardie del Corpo che andava ad affiancarsi alle due esistenti, la savoiarda e la piemontese. Al comando dei reggimenti, che presero il nome dai rispettivi comandanti, furono posti D. Ottavio Gioeni dei duchi d’Angiò e Francesco Saverio principe di Valguarnera. Il principe Giuseppe Alliata di Villafranca assunse il comando della compagnia delle Guardie del Corpo, nella quale entrò col grado di cornetta (sottotenente) Don Emanuel. La formazione di questa unità di élite era un riconoscimento ai nuovi sudditi ed un primo tentativo d’ integrazione fra due realtà, la siciliana e la piemontese. 

Ammettere un consistente numero di appartenenti alla nobiltà, cioè della classe dirigente isolana, a frequentare la Corte e il sovrano costituiva un primo passo in questa direzione. Se gli avvenimenti non consentirono lo sviluppo dell’integrazione a livello dei due popoli, questa azione tuttavia ebbe i suoi effetti a livello personale. Molti di coloro che furono ammessi al reparto, giunti in Piemonte, vi rimasero anche quando la Sicilia fu perduta per i Savoia. Affascinati dalla personalità di Vittorio Amedeo II, riconoscenti per l’interessamento che per loro ebbe Carlo Emanuele III, dimostrarono un profondo attaccamento a Casa Savoia. 

La compagnia delle Guardie del Corpo siciliana aveva il compito della salvaguardia della famiglia reale, in pace e in guerra e nel corso di campagne militari costituì l’ élite della cavalleria. L’ unità, costituita da illustri nomi della nobiltà isolana, passò la sua prima rivista il 9 maggio del 1714 a Palermo, fu alloggiata fuori le mura, vicino al Palazzo Reale, sulla strada per Monreale, e quando nell’ottobre del 1714 il sovrano sabaudo rientrò nei suoi stati di terraferma lo seguì a Torino ed ebbe la sua sede a Venaria Reale. Il giovane Emanuel si fece ben presto notare dal re, che lo prese a ben volere, come i suoi due fratelli: Francesco Saverio, che comandava il reggimento Valguarnera stanziato a Valenza ed Alessandria, e Pietro comandante di una compagnia. 

Il comportamento di gran parte della nobiltà isolana durante l’invasione spagnola del 1718, che al ritorno dei vecchi padroni si schierò con loro, per passare un anno dopo dalla parte degli Austriaci, quando le sorti della guerra volsero a loro favore, irritò profondamente D. Emanuel, che ruppe i contatti con l’isola, nella quale, al contrario dei fratelli, non mise mai più piede. Quando Vittorio Amedeo, a seguito del trattato di Londra, fu costretto a cedere la Sicilia in cambio della Sardegna, liberò dal vincolo di fedeltà i siciliani arruolati nel suo esercito, e forse con sorpresa vide che oltre la metà di essi, coi tre fratelli Valguarnera in testa, chiesero di rimanere al suo servizio. 

Nel 1721 il principe Alliata di Villafranca, comandante delle Guardie siciliane, fu costretto a lasciare Torino; l’imperatore Carlo VI gli aveva imposto di rientrare nell’isola, pena la perdita di tutti i beni feudali. Vittorio Amedeo lo lasciò libero, raccomandandolo al principe Eugenio perché intervenisse in suo favore. In effetti il Villafranca fu ammesso nell’esercito imperiale con lo stesso grado che ricopriva in quello sabaudo. Al comando delle Guardie subentrò il fratello di Emanuel, Francesco Saverio, ed egli fu promosso luogotenente al posto di D. Carlo Requesens dei principi di Pantelleria destinato governatore di Chieri. Recita la patente di nomina: «Non sento minore la stima che facciamo delle doti singolari che spiccano nella persona di D. Emanuel Valguarnera, già cornetta della terza Compagnia delle nostre Guardie del Corpo, di quel che sia il desiderio ch’abbiamo di fargliene risentire gli effetti siamo determinati di promuoverlo al carico di luogotenente della d.a Compagnia, vacante per la promozione del Cavag.re Requescens ad altro impiego. […] Dat’ in Torino li dieci nove marzo, l’anno del Sig.re mille sette cento vent’uno e del n.ro Regno 1’ottavo. Vittorio Amedeo.» 

Seguirono, nelle vicende del Piemonte settecentesco, alcuni anni di pace, durante i quali D. Emanuel ebbe 1’occasione di assumere più volte il comando della compagnia per le frequenti assenze del fratello Francesco Saverio, lasciato libero di andare in Sicilia per curare i propri feudi. 

Nel marzo del 1732, a seguito dell’abdicazione di Vittorio Amedeo II, vi furono nel governo piemontese numerosi cambiamenti; il più vistoso fu quello del marchese d’Ormea, divenuto primo segretario agli affari esteri, di fatto primo ministro; fra quelli di minor rilievo furono interessati ai mutamenti d’incarico anche il principe di Valguarnera e suo fratello Emanuel. A proposito di quest’ultimo, recitava la patente del sovrano: « … La lunga servitù, che con tutta 

distinzione di zelo ed attentione ci presta il Cavagliere D. Emanuel Valguarnera della terza Compagnia delle nostre Guardie del Corpo, e la stima singolare che facciamo delle commendabili qualità che in lui concorrono pienamente corrispondono alla nobiltà de suoi natali invitandoci a farli vieppiù sentire gli effetti della nostra propensione ai suoi vantaggi, ci siamo compiaciuti di destinarlo al carico di capitano della sud.a Compagnia delle nostre Guardie del Corpo in vece del Prencipe Valguarnera passato ad altro impiego … Dat’ in Torino li ondeci di marzo, l’anno del Sig.re 1732 e del Regno nostro il terzo. C. Emanuele.» 

Francesco Saverio aveva lasciato il comando delle Guardie del Corpo per passare a comandare la Guardia Svizzera, col grado di generale. Non era mai accaduto un fatto simile, ma era una straordinaria dimostrazione di stima di Carlo Emanuele III. Val la pena di ricordare che delle Guardie del Corpo facevano parte personaggi scelti fra la più alta aristocrazia degli Stati sabaudi, quindi il riconoscimento dato a lui e agli altri ufficiali, tutti siciliani, era segno dell’ alta considerazione del sovrano. 

L’anno successivo scoppiava la guerra di successione di Polonia. Prima di partire da Torino per raggiungere l’esercito che si stava concentrando, unitamente alle truppe francesi, fra Vercelli e Mortara, Carlo Emanuele III promosse D. Emanuel al grado di brigadiere. Recita la patente: «Per dare al Cavagliere D. Emanuel Valguarnera [ … ] un positivo contrasegno della grata memoria che conserviamo degli assidui e fedeli serviggi quali con tutto zelo ci ha il med.o fin ora prestati, ci siamo con piacere disposti a promoverlo al carico di Brigadiere di Cavalleria nelle nostre Armate … Dat’in Torino, li 21 del mese di ottobre, l’anno del Sig.re 1733 e del Regno nostro il quarto. Carlo Emanuele.» 

Il Valguarnera prese parte al conflitto al seguito del sovrano, era con lui nel maggio ’34 in occasione dell’imboscata austriaca alla Martinara, quando il reggimento delle Guardie fuggì e Carlo Emanuele III e pochi audaci si aprirono la strada combattendo; così pure il 14 settembre all’attacco austriaco sulla Secchia, quando i franco-sardi ripiegarono su Guastalla, e il 19 novembre alla omonima battaglia. Sul finire della guerra, venne promosso maresciallo di campo. Testimonianza della stima del sovrano sono le parole con cui gli fu conferito l’avanzamento di grado: «Tutto che dai raguardevoli impieghi di capitano della terza Compagnia delle nostre Guardie del Corpo, e di brigadiere di Cavalleria nella n.ra armata, co quali abbiamo in ultimo luogo decorato il Cavall.e D. Emànuel Valguarnera siasi resa assai palese la stima che facciamo della sua persona, [ … ] abbiamo determinato di promoverlo al carico di maresciallo di Campo di Cavalleria nella n.ra armata … Dat’ in Torino, li quatro del mese di marzo, l’anno del Sig.re 1735, e del n.ro Regno il Sesto. C. Emanuele.» 

Nel successivo novembre si ebbe la fine delle ostilità, con la pace di Vienna e l’acquisto per il Regno di Sardegna del Novarese e del Tortonese, poca cosa, tenuto conto che Carlo Emanuele teneva con le armi tutto il ducato di Milano. 

Ripresa la vita di Corte dopo la parentesi guerresca, il 17 marzo 1737, D. Emanuel fu creato Cavaliere di Gran Croce dell’Ordine dei SS. Maurizio e Lazzaro, e due giorni dopo suo fratello, il principe Francesco Saverio, Cavaliere dell’Ordine della SS. Annunziata. A maggior riconoscimento della stima del re, Emanuel, poco più di un mese dopo, era promosso luogotenente generale: « … Abbiamo motivi così giusti di sempre ramostrare al Cav. re Gran Croce dell’Ordine nostro Militare de SS.ti Maurizio e Lazaro D. Emanuel Valguarnera, [ … ] quanto ci sono grati li serviggi che da lungo tempo ci presta sempre con egual zelo, [ … ] che non potiamo fare a meno di fargliene in queste congiunture sentire gli effetti nel promoverlo al carico di Luogoten.e G.le di Cavalleria in dette nostre armate … Dat’ in Torino li 22 Ap.le 1’anno del Sig.re 1737 e del n.ro Regno l’ottavo. C. Emanuele.» 

Nell’ottobre del 1739 fu nominato ambasciatore presso la Corte di Madrid. Nelle Memorie Istoriche del Regno di Carlo Emanuele terzo Duca di Savoia e primo di questo nome Re di Sardegna, dall’anno 1730 sino al 1751, si trova scritto: «1739, ottobre. Addì quindici del medesimo mese fu nominato da S.M. per ambasciad.e alla Corte di Madrid D. Emanuele Valguarnera, capitano delle Guardie siciliane del Corpo, di nazione parimenti siciliano, cavaliere per la nobiltà de’ suoi tratti, e per l’aggiustatezza in tutte le sue operazioni universalmente da ogni genere di persone stimato oltre ogni credere, ed amato.» 

Ricevuta la notizia, si portò, secondo il cerimoniale, nel Gabinetto del re per il bacio della mano, ma prestò giuramento per il nuovo incarico solo il 10 marzo del 1740. La funzione di ambasciatore non comportava la cessazione dalle funzioni di capitano delle Guardie del Corpo, così, pur lasciando il Piemonte, rimase comandante della 3a Compagnia. 

Nella capitale spagnola rimase sino allo scoppio della guerra di successione d’Austria, che vide ancora una volta contrapposte Spagna e Francia ad Austria e Sardegna. Non fu una missione facile: all’insorgere del problema, Francia e Prussia si erano schierate contro la figlia di Carlo VI, dichiarando di non accettare la Prammatica Sanzione. Dopo le vittorie prussiane in Slesia anche la Spagna si era schierata con loro, sperando di riacquistare terre in Italia. La politica di Carlo Emanuele III era invece orientata a favore di Maria Teresa d’Austria. Un’ulteriore espansione dei Borboni di Francia o di Spagna nella penisola avrebbe stretto il Regno di Sardegna in una morsa pericolosa. Così la missione del Valguarnera si svolse fra molte difficoltà ed ebbe termine, dopo meno di due anni, quando ricevette la lettera del 13 marzo 1742 con cui il re lo informava di aver ordinato all’ambasciatore di Filippo V di lasciare Torino. 

Del suo rientro in Piemonte si trova scritto nel Cerimoniale Salmatoris: «1 luglio 1742 … Giunse pure di ritorno da Madrid Dn Emanuel Valguarnera siciliano, ove fece soggiorno in qualità di ambasciatore del n.ro Sovrano presso il Re Cattolico delle Spagne.» Comunicato il suo arrivo, ricevette da Carlo Emanuele III una lettera in data 7 luglio’ 42 che recita: «Riceviamo con singolare piacere la notizia del vostro arrivo in Torino pervenutaci colla vostra lettera del 1° corrente, e nell’accertarvi di quello che ci faremo altresì nel rivedervi in circostanze opportune, e di darvi sempre più a conoscere il perfetto nostro gradimento del zelo che ci avete manifestato nel corso della vostra ambasciata, vi rinnoviamo intanto le disposizioni in cui siamo di darvi prove ulteriori della speciale nostra protezione e preghiamo che Iddio Vi conservi.» 

Nell’agosto di quell’anno l’infante Don Filippo, cui i francesi avevano lasciato libero passaggio, invase la Savoia e il sovrano sabaudo rientrò a Torino ove l’ attendeva il Valguarnera, che lo seguì, nella temporanea riconquista del ducato. Carlo Emanuele III però, nel dicembre di quello stesso anno, fu nuovamente costretto a sgomberare i territori d’oltralpe, sia per l’assottigliarsi del suo esercito a causa delle diserzioni e delle malattie, sia per la mancanza di fortificazioni e di accantonamenti per le sue truppe nel periodo invernale. Non è questa la sede per far la storia del nuovo conflitto; ci limitiamo agli episodi cui partecipò il Valguarnera. 

Nei primi giorni dell’ ottobre del 1743, i gallo-ispani superavano le Alpi in 

corrispondenza della Val Varaita, gli spagnoli passando per il colle dell’ Agnello ed i francesi per quello di S. Verano, e con 30 mila uomini giungevano a Chianale. Ad essi si contrapponeva, schierato a Bellino, il marchese d’Aix con 8 battaglioni di fanteria, sostenuto, nella zona di Verzuolo, dalla cavalleria piemontese al comando del conte della Manta. L’8 ottobre, gli spagnoli, dopo essersi impossessati del villaggio di Ponto, attaccarono Bellino, da dove, dopo due giorni di lotta, vennero respinti. La loro ritirata si trasformò, per le condizioni del tempo, in rotta. Carlo Emanuele, volendo rendersi conto della situazione, il 10 novembre partì in ricognizione da Torino. Recita il Cerimoniale Salmatoris: «Parte da questa città sulle sette ore di Francia di questa mattina in sedia di posta la M.S. con S.A.R. per andare a visitare le piazze di Demonte e Cuneo, oltre altre quattro sedie pure di posta al seguito, sedendo nella prima il Re, ed il Duca di Savoia; nella seconda il Principe di Carignano col Marchese di Breglio aio di S.A.R.; nella terza Dn Manuel Valguarnera capitano delle Guardie del Corpo col Marchese Cassinis primo scudiere di S.M.; nella quarta il Cavaliere Solaro sotto-governatore di S.A.R. col Conte Provana di Leinj suo scudiere e finalmente nella quinta ed ultima il generale Hinder Alemano, e destinato dalla Regina d’Ongara per aiutante di Campo appo S.M, con uno dei scudieri di S.A.R.» 

Più volte il Valguarnera accompagnò il sovrano in ricognizioni nello scorcio di quel 1743 e l’anno successivo, a Susa, al forte dell’Exilles e a Casteldelfino. Nel luglio del 1744, i gallo-ispani, lasciata la contea di Nizza, penetrarono in Piemonte dalla valle di Stura e nell’agosto, presa la fortezza di Demonte, ponevano l’assedio a Cuneo. Per contrastarli e liberare la città, Carlo Emanuele si portò con le sue truppe nel Saluzzese e nel Saviglianese. Con lui le Guardie del Corpo e il Valguarnera. 

Il 30 agosto, il sovrano sabaudo attaccò gli avversari nei pressi di Cuneo, alla Madonna dell’Olmo. Fu un combattimento aspro, in cui i fanti piemontesi diedero più volte l’assalto ai trinceramenti franco-spagnoli, non riuscendo però a superarli. Carlo Emanuele si batté come un soldato in mezzo ai suoi, cercando, senza successo, di trascinarli alla vittoria. Accanto a lui il nostro che, per il comportamento tenuto in battaglia, venne promosso al grado superiore. Recita la patente di nomina: « … Quei sentimenti di stima e propensione che a favore del Cavaliere [ … ] D. Emanuel Valguarnera, [ … ] si sono a tal segno accresciuti per le continuate prove che in appresso ci ha date della singolare sua attenzione, e vivissimo zelo pendente massime l’or scorsa campagna, in cui lo abbiamo avuto a noi vicino ne’ cimenti a’ quali presenti ci trovammo agl’attachi de Trinceramenti della Madonna dell’Olmo, che ci sentiamo portati a maggiormente distinguerlo cogli atti della singolare nostra beneficienza elevandolo al carico di G.nle di Cavalleria nelle nostre armate … Dat’in Torino li 8 del mese di maggio anno del Signore 1745 e del nostro Regno il decimo sesto. C. Emanuele.» Si trattava del massimo grado militare nell’esercito del re di Sardegna. 

Il 24 agosto 1748 fu nominato Viceré di Sardegna, in sostituzione del marchese di Santa Giulia. La patente del sovrano, gli riconosceva alti meriti personali: « … Uomo illustre e famoso, non meno ammirabile per stile di vita che per la fama e la generale estimazione, che dotato dalla natura di raro ingegno e doti eccelse conformi alla nobilità dei tuoi natali, mostrasti sempre tanta prudenza, forza e saggezza, equità e perizia in tutte le cose» e seguitava ricordando come fosse asceso ai più alti gradi militari e diplomatici. Prestò giuramento nella cattedrale di Cagliari il 27 di settembre e il giorno dopo ricevette i maggiorenti dell’isola. Recita il racconto dell’avvenimento: «1. Trovandosi S.E. nella stanza detta del 

Carteggio in piedi vicino al baldacchino con il capitano e il tenente della Guardia, viene il Sig.e generale con l’ officiali, et entrando in detta stanza, S.E. senza dar nessun passo, si avvicina d.o S.r generale a S.E. facendoli riverenza fà doppo in piedi il suo complimento, e ringratiando S.E. a d.o S.e Generale trattenendosi un poco doppo li licenzia, restan così d.o generale et officiali nelle stanze innanzi a quella del Carteggio sino a tanto che S.E. havrà ricevuto altri complimenti. – 2. Viene appresso il R Consiglio facendosi trovare S.E. in detta Camera del Carteggio innanti la sua sedia in piedi, et entrando detto Re Consiglio S.E. senza dar nessun passo, si avvicina il Sig.e regente doppo haverli fatto riverenza, S.E. si siede et al medemo tempo fa segno a detto Re Consiglio di sedersi e d.a E.S. si mette il cappello e fa segno a d.o Re Consiglio di mettersi il cappello, incomincia il S.r Regente il complimento e finito il complimento S.E. lo ringratia e li licenzia subito con alzarsi. – 3. Vengono doppo due cavalieri per parte del Estamento Militare, alli quali si ricevono della medema maniera come d.o Re Consiglio e con l’istessa cerimonia. – 4. Segue la Città e se le fa la medema cerimonia. – 5. Viene il Magistrato degli Studi. – 6. Manda il Capitolo della Chiesa Maggiore di Cagliari due canonici, e se li fa la medema cerimonia. – 7. Viene il giudice delle Contenzioni e se li fa il medemo. – 8. Vengono gli amministratori e se li fa il medemo. – 9. Alla fine viene l’Arcivescovo di Cagliari con zocchetto, il quale è ricevuto da S.E. alla metà della prima stanza vicina a quella del Carteggio e prendendo S.E. la dritta entrando pure prima vanno a sedersi, sedendo S.E. dalla parte della muraglia vicino un tavolino con suo tappeto sopra il quale vi sarà una campanella et in faccia di d.o Sig. vicerè si siede detto arcivescovo restando ad arbitrio di S.E. di mettersi il cappello, e facendo d.o arcivescovo suo complimento S.E. lo ringrazia, e trattenendosi alquanto, S.E. lo licenzia e prendendo S.E. la dritta lo accompagna sino alla metà del salone, si salutano e S.E. vi resta sino intanto che detto arcivescovo è vicino alla porta di detto salone si volta e si salutano un’altra volta. L’istesso si fa con l’arcivescovo di Oristano et il vescovo di Ales e tutti li altri vescovi.» 

La nomina fu molto apprezzata dai sardi. Il fatto di essere siciliano, isolano anch’egli, e secoli di comune dominio spagnolo gli facevano comprendere mentalità, usi, costumi e problemi locali, fra questi, quello del banditismo, che combatté con vigore. A questo proposito mette conto riportare alcuni suoi dispacci al S.t Laurent, ministro degli interni, che consentono di valutare l’azione svolta e le condizioni dell’isola. 

«Cagliari, 30 ottobre 1748 … Quanto ai banditi [ … ] il numero d’essi va giornalmente aumentando in maniera che presentemente si computa, […] a 300 uomini poco più o meno, quali non è facile poter superare sin dall’arrivo di rinforzo di truppe che S.M. si è degnata di farmi sperare unitamente a felucconi o galeotte per investirgli anche per mare e toglier loro in tal modo la comunicazione colla Corsica.» 

«Cagliari, 13 dicembre 1748 … In ordine ai mezzi suggeriti nelle mie istruzioni per la più facile estirpazione de’ banditi mi occorre dire all’E.V. ciò che si va praticando, specialmente quello di concedersi la grazia a coloro che dessero nelle mani della giustizia alcun altro di più grave, o ugual delitto, sendo stati per quest’effetto pubblicati alcuni pregoni [ … ], per tentare sempre più vivamente l’estirpazione, massimamente col mezzo di tre bastimenti, che ho fatto provisionalmente, e frattanto che mi giungeranno quelli, che stò aspettando da terraferma, armar in corsa per costeggiar le spiagge della Gallura, affine d’intersecare il passo e il rifugio in Corsica.» 

«Cagliari, 26 marzo 1749 … Quanto all’oggetto che ho avuto l’onore di trasmettere alla Corte concernente la persecuzione de’ banditi, lo stato deplorabile in cui si trovava il Regno, non avendo potuto soffrire maggior delazione per aspettar le provvidenze, che si credeano necessarie, m’ha fatto risolvere di mandarle all’esecuzione anche prima d’averne rapportata l’approvazione di S.M. Dal qui unito proseguimento di relazione, che ho continuato ad esporre al Sig. Conte Reg.te De Castellamont, l’E.V. si compiacerà d’osservare i progressi, che si sonI) fatti in vantaggio della publica tranquillità, che si può dire presentemente quasi ristabilita, restando sicure le strade, e tutto il Paese, sebbene non ancora interamente purgato, libero per altro dall’infestazione de’ malviventi. Un tal cambiamento dovendo in gran parte attribuirsi non meno ai zelanti, e savj suggerimenti di d.o Sig. Conte di Castellamont e degl’altri Ministri de’ quali mi valgo, che dell’indefessa attenzione, e costante vigilanza de commissari Valentino e Dettori, non voglio omettere di rendere a tutti quella giustizia che gli è dovuta avendo intanto già prima d’ora notificato a quest’ultimi il permesso accordato dalla M.S. di pagaresi dalla Regia Casa le spese, che potranno occorrere in dipendenza della loro commessione, affine di magiormente impegnarli» (lettera che gli rende onore per la volontà di dare il giusto merito ai dipendenti). 

«Cagliari, 31 ottobre 1749 [ … ] ed essendo per inteso, che alcuno de’ questi mercanti, o cavalieri moderni aspirino all’attuale di lui impiego di tesoriere generale, che con venir egli provveduto di qualche nuovo posto che si renderebbe vacante, e che per conseguirlo abbiano in idea di fare qualche offerta alla regie finanze, non crederei in alcun modo conveniente al Real Servizio che quello cadesse in favore di essi, sendo che una tal scelta non sarebbe applaudita dalla nobiltà, la quale, avendo per l’addietro veduto sempre detta carica esercitata da Cavalieri di sfera, la vedrebbe ora con molto rincrescimento passare in persone di condizione inferiore massimamente in circostanza d’essere già stati soppressi alcuni impieghi del Regno, che soleano conferirsi a soggetti di qualità, onde, qualora venisse ancor questo ad occuparsi da altri di nascita non distinta, vi è tutta l’apparenza che non riporterebbe la solita universal soddisfazione. Questo è il mio debole sentimento, ed anzi se V.E. mi permette di parlarle confidentemente, sarei pur del parere che S.M. in occasione del matrimonio di S.A.R. si degnasse tenere presenti alcuni di questi Cavalieri per qualche piazza di Gentiluomo di Camera …» 

Quest’ultima lettera mostra la sua sensibilità nei confronti della nobiltà isolana e la necessità di unirla in modo più stretto alla Casa regnante, cogliendo l’occasione delle nozze del futuro Vittorio Amedeo III con l’Infanta di Spagna. Il sovrano fu sensibile alla richiesta del Valguarnera e a dimostrazione della fiducia che riponeva in lui, gli inviò quattro viglietti di nomina a Gentiluomo di Camera, firmati in bianco, affinché scegliesse egli stesso le persone. I quattro prescelti, due del Capo di Cagliari e due di Sassari, furono don Ignazio Zatrillas marchese di Villaclara, don Lorenzo Zapata barone di Las Plasas, don Pietro Amat barone di Sorso e Stefano Manca marchese di Tiesi. Fu ignorato invece dalla Corte l’altro elemento segnalato, l’opportunità di lasciare ai Sardi gli incarichi nell’isola, fonte primaria del loro sostentamento. Già vedeva il Valguarnera i mali che sarebbero potuti sorgere da una politica che non tenesse conto di questa aspirazione degli isolani, e che esplosero quarant’anni dopo, con la cacciata dei Piemontesi dalla Sardegna, la quale pur dichiarando la propria fedeltà al re non voleva più accettare funzionari piemontesi o savoiardi. 

Nel corso del suo mandato ottenne 4 posti per giovani studenti sardi nell’Istituto delle Province di Torino e riuscì, pel tramite del carlofortino don Giuseppe Porcile, a concludere col Bey di Tunisi le trattative per la liberazione di 230 tabarchini coi quali incrementò la popolazione di Carloforte; fece costruire il Conservatorio della Provvidenza, destinato ad accogliere le fanciulle orfane o povere, che fu poi aperto dal suo successore, il conte Cacherano di Bricherasio. Per la sua opera, Carlo Emanuele III, il 23 maggio del 1750, lo nominò Cavaliere della SS.ma Annunziata. 

Al termine del suo mandato, malgrado i Sardi avessero chiesto la sua conferma (non era mai accaduto prima), tornò a Torino, dove fu chiamato a ricoprire un’altra importante carica: « … Ora poi ch’egli ha così ben corrisposto alla nostra aspettazione nell’esercizio di detta carica, da cui lo abbiamo richiamato per averlo più vicino alla nostra persona, ci siamo determinati di dargli un ben autentico e pubblico contrassegno della singolare stima, e confidenza, che di lui abbiamo, con elevarlo all’onorevolissimo impiego di nostro Gran Ciamberlano. [ … ] Dal’ in Torino li 20 9mbre 1751 e del n.ro Regno il 22. C. Emanuele. » 

A dimostrazione della stima che lo circondava basta citare quanto scrisse al ministro degli esteri, appresa la notizia, il conte Solaro di Monasterolo, gentiluomo di Camera, in quel momento ambasciatore alla Corte di Napoli: «Godo che S.M. abbia rimunerato il merito del Sig.r D. Emanuel Valguarnera coll’averlo destinato a capo del nostro Corpo, in prova di che ne avanzo con l’annesso foglio al detto Signore le sincere mie congratulazioni.» 

Il 27 novembre, alla presenza del re, giurò fedeltà nel nuovo incarico nelle mani del notaio della Corona e ministro degli Interni, il conte Vittorio Amedeo di S.t Laurent, avendo come testimoni il commendatore di Cumiana e il conte Giuseppe Agostino Solaro di Moretta. 

Nel 1752 fu deputato dal re all’ispezione dei feudi del principe D. Giovanni Andrea Doria Landi e all’esercizio dell ‘ autorità e della giurisdizione previste dalle leggi emanate dal Senato di Milano. Si trattava del feudo di Grumiasco e sue pertinenze, già affrancato ed appartenente allo Stato di Milano, passato al Piemonte a seguito del trattato di pace del 1748. Quando il principe Doria venne Torino per rendere omaggio a Carlo Emanuele III, fu lo stesso Valguarnera che lo introdusse dal sovrano e fu testimone del suo giuramento. 

La vita di Corte era scandita da una serie di cerimonie cui si aggiungevano quelle per solennizzare eventi lieti o tristi, nascite o morti, o l’arrivo di ambasciatori e di principi stranieri, la concessione di cappelli cardinalizi, i giuramenti di fedeltà di feudatari … 

Fra le cerimonie cui si riservava una scenografia spettacolare era il «funeral teatro», di moda all’epoca, come la messa d’anniversario della morte di Vittorio Amedeo II. La descrizione che ne fa il cav. di Piozzo, mastro del Cerimoniale, ci restituisce un’immagine straordinaria di un mondo scomparso: «In questa mattina si celebrò il funerale di re Vittorio Amedeo di sempre gloriosa memoria, per la quale la sera precedente suonarono tutte le campane di questa capitale, dopo però il segno della Cattedrale per tale effetto. Furono tapezzate di nero tutte le colonne della chiesa di S. Gioanni prospicienti la nave di mezzo, e ad ogni colonna fu appeso un torchiere con torchie accese, come pure ai due fianchi della gran porta, interiormente. Fu eretto al solito posto un trono, un baldacchino, il tutto coperto di nero ed esso trono elevato di tre gradini. Accanto al trono, e sulla parte destra, cioè quella che guarda verso la porta stava il banco dei Cavalieri dell’Ordine, coperto di nero con uno strato e coscini pur neri. Trovavasi eretta in mezzo al 

marchiapiede la tomba d’altezza di circa un trabucco in quadro, con due ordini di lumi, al primo de’ quali, prendendo di basso in alto giravano trenta quattro torchie tutte con armi intiere a fondo nero della Casa Reale; il secondo decorato solamente dalle due parti con sei candelieri e candele senz’armi. Era la tomba coperta da una gran coltre di velluto nero con croce di tela d’argento in mezzo, un Crocifisso guardante il gran portale della chiesa, ed ai piedi d’essa tomba dalla stessa parte un gran cascina su cui posava la spada colla corona reale, il tutto coperto di velluto nero. Si trovarono per assistere a tale funzione in detta chiesa a posti le Guardie del Corpo, colle timballe della seconda Compagnia e trombetti, divise in due circoli colle aguglie rivoltate, cioè quello dietro il trono formato dalle Guardie della prima compagnia, e l’altro da quelle della seconda e terza. Le Guardie Svizzere colle loro alabarde rivoltate erano postate parte vicino alla ferrata dalla parte della sacrestia, ed altra parte tra li due archi vicino al pulpito. Quelle della Porta colle armi, o sia carabine, pure rivoltate stavano in due file nella nave di mezzo sino vicino al primo marchiapiede. Un battaglione del Reggimento delle Guardie trovassi schierato sulla piazza di detta cattedrale parimenti stando colle armi rivoltate, e suonando la marchia lugubre. Giunta l’ora stabilita per la funzione, concertata prima da me col Sig. cardinale arcivescovo, che fu alle ore dieci e mezzo di Francia, e nel mentre che esso cardinale usciva dalla sacrestia, io mi posi alla testa dei Signori Cavalieri dell’ Ordine, che già trovavansi radunati in numero di cinque nella tribuna, cioè S.E. Sig. Don Emanuele Valguarnera, Sig. Cavaliere Solaro, Sig. Cavaliere di Barolo, Sig. Conte della Rocha, e il Sig. Conte di Genolla, i quali s’incamminarono secondo la loro anzianità [ … ] e nell’entrare i Signori Cavalieri sopradetti in S. Gioanni suonarono le trombe, e timballe delle Guardie del Corpo alla sordina, e camminando per la nave dietro il trono s’entrò in quella di mezzo dal secondo arco dalla parte di detto trono, e giunti essi cavalieri sul marchiapiede, e vicino al loro banco si fece un grande inchino all’altare indi un altro al trono, dopo il quale prese ogn’uno il suo posto … Il Sig. Cavaliere di Revello capitano della Seconda Compagnia delle Guardie del Corpo trovavasi al suo posto, cioè dietro il trono dalla parte destra, e similmente gli altri ufficiali a baston nero stavano ai loro posti. Gli Elemosinieri trovavansi parimente a loro posto cioè dalla parte sinistra del trono vicino all’ Altar Maggiore. Si cantò la Messa grande coi musici della Regia Cappella, qual fu celebrata dall’abate di S. Sebastiano prevosto della Cattedrale.» 

Cerimonie altrettanto piene di fascino e di religiosità, che videro fra i partecipanti il Valguanera, quale Gran Ciambellano, furono quelle del Giovedì Santo, colla lavanda dei piedi da parte del sovrano e del Sabato Santo. 

Il Valguarnera non fu solo militare, diplomatico e funzionario di Corte, ma anche uomo caritatevole, dimostrò il suo attaccamento alla città che aveva fatto sua, divenendo Protettore del Regio Educatorio della Provvidenza di Torino (pio ente per il ricovero e l’istruzione delle fanciulle povere) e consigliere della R. Arciconfraternita dei Santi Maurizio e Lazzaro. 

Continuò a ricoprire l’incarico a Corte sino alla morte, avvenuta a Torino nella notte fra il 14 e il 15 gennaio del 1770, nel quartiere del palazzo della contessa di Orbassano. Chiese che il suo corpo riposasse sotto il pavimento della Cappella di Santa Rosalia «sua particolar Benefattrice» nella chiesa di San Dalmazzo a Torino. La piccola lapide con inciso «Don Emanuel Valguarnera. Orate pro me», dopo i restauri del 1920 non esiste più. A questa chiesa lasciò una reliquia della santa palermitana perché fosse esposta ogni anno in occasione della sua festa. 

Secondo il costume del tempo, dispose che il suo corpo fosse accompagnato alla sepoltura da 100 poveri dell’Ospizio della Carità, a ciascuno dei quali doveva essere dato uno scudo ed una candela, che in suffragio della sua anima fossero celebrate 600 messe dai religiosi dei cosiddetti Ordini Mendicanti, cioè nelle chiese di S. Lorenzo, della Madonna degli Angeli, di S. Carlo, di S. Michele, di S. Tommaso e di S. Dalmazzo. 

Alla notizia della sua morte, scrisse il marchese di Villabianca, nei Diari della Città di Palermo: «A 10 febraro 1770, sabato. Si è aperto lutto in casa di Pietro Valguarnera, principe di Valguarnera e conte di Assoro, per la morte del fu ornatissimo conte D. Emmanuello Valguarnera e Gravina, di lui fratello germano, seguita nella real Corte di Torino, in età di anni 81, da quando era stato questo signore viceré di Sardegna, decorato della Santissima Annunziata di Savoja e de’ primi posti nella corte del re di Sardegna, come di suo gran ciamberlano ecc. Fece egli molto onore alla nazione siciliana; fu ornamento della città di Palermo, e fu l’esemplare di ogni virtù, sì cristiana, che militare e politica: onde stimato videsi assaissimo da quel sovrano Carlo Emanuele, re di Sardegna, che più volte gli diede il titolo di padre.» Di lui non resta oggi più nulla a Torino. Nemmeno lo stemma di famiglia nel palazzo, che fu dei marchesi Argentero di Bersezio e Osasco, poi dei Perrone di San Martino e infine della Cassa di Risparmio di Torino. 

Alberico Lo Faso di Serradifalco

Da “Spiragli”, anno XIX, n.1, 2007, pagg. 20-30.




 Monarchie, Stati Generali e Parlamenti 

 

di Helmut G. Koenigsberger 

Re Riccardo: « … i leoni domano i leopardi.» 

T. MOWBRAY DUCA DI NORFOLK: «Sì , ma non possono 

cambiare le loro macchie.» 

(Riccardo II, l, 1,5-6.) 

Machiavelli fu bandito dal Parnaso «perché fu sorpreso di notte con un gregge di pecore a cui insegnava ad usare falsi denti di cani così che in futuro esse non potessero essere rido Ile all’obbedienza col fischio e con la frusta». 

(Traiano Boccalini. Ragguagli di Parnaso, LXXXIX) 

PROLOGO 

Lo Stato. che nasce per rendere possibile la vita, in realtà esiste per rendere possibile una vita felice. (Aristotele. Politica, libro l, cap. 2) 

ELEUTHERlA – L’epigramma di Aristotele costituisce la più rivoluzionaria definizione di Stato nella storia del pensiero politico, La maggior parte degli Stati e, ancora di più, la maggior parte degli imperi sono stati fondati e governati per il bene dei governanti o per il bene della tribù. Sia la tribù che i governanti hanno sempre cercato di giustificare la loro azione di governo come volontà degli dei o di Dio. Si riteneva, naturalmente, che la volontà degli dei fosse per il bene dei sudditi. Tutto ciò era, nel migliore dei casi, un ripensamento o, più spesso, semplice propaganda. 

Non che il pensiero di Aristotele fosse originale. Perché almeno 250 anni prima del suo scritto la vita felice era già equiparata all’eleutheria, la libertà, definita sia come libertà del governo da regimi esterni che come libertà dei cittadini dalla tirannia, dal dominio senza leggi di un singolo governante o, a volte, di gruppi di governanti. Ciò che i Greci inventarono nel loro ordinamento politico, fu la cittadinanza, la polis o città-stato, vale a dire la partecipazione dei cittadini alla vita civica nel promulgare o far rispettare la legge, nell’approvare tasse e spese, nel prendere decisioni sulle relazioni con le città vicine e, se necessario, nel prestare servizio nell’esercito. Tutto questo avveniva tramite il dialogo, l’attività reciproca di parlare e ascoltare e le conclusioni razionali che scaturivano da tale attività. Era una relazione dinamica, aperta, incerta nelle sue conclusioni e che sempre correva il rischio di essere sopraffatta dal suo opposto: governo e servitù, comando e obbedienza, certezza e accettazione. 

Per i Greci solo la vita di questa cittadinanza partecipativa costituiva una vera libertà politica. In pratica, essi trovavano questa libertà – che Machiavelli nel XVI sec. avrebbe chiamato un vivere politico – difficile da raggiungere e quando ci riuscivano era solo all’interno del circolo ristretto della polis e dei suoi cittadini a pieno titolo. Donne, stranieri e schiavi erano esclusi, sebbene le donne fossero considerate libere se sposate con un cittadino. Aristotele era interessato solo alla polis. Quando mandava i suoi studenti a studiare le costituzioni fuori di Atene – uno dei maggiori programmi di ricerca mai intrapreso nel campo delle scienze politiche – li mandava solo in altre città-stato del Mediterraneo. 

La cosa rivoluzionaria era la sua definizione del principio dello scopo di uno Stato: la vita felice. 

Sin dalla riscoperta della Politica da parte della Cristianità latina, nel XII sec., essa ha avuto una profonda influenza sulla pratica e sul pensiero politico in 

Europa e, recentemente, in quelle civiltà al di fuori dell’Europa influenzata dal pensiero europeo, anche nei casi in cui tale influenza non è stata apertamente riconosciuta. A volte questo principio è stato deliberatamente ignorato, anche nella nostra epoca e, di solito, con conseguenze disastrose per gli abitanti dello Stato stesso e di quelli vicini. 

Nel Medioevo il principio di Aristotele cadde su un terreno fertile. I princìpi dell’eleutheria non erano mai andati del tutto perduti nell’Impero Romano. Negli Stati che nacquero dalle sue ceneri, questi princìpi furono rafforzati dalla pratica dei re germanici di convocare i propri liberi guerrieri in assemblee generali, per discutere le politiche perseguite dai re e per il consiglio (consilium) e l’aiuto (auxilium) che i vassalli potevano fornire. 

RAPPRESENTANZA – Tutto ciò andava bene per unità politiche relativamente piccole e questa pratica sopravvisse in alcune parti marginali d’Europa. In molte vallate alpine e in alcune aree costiere meno accessibili della Frigia, della Norvegia o dell’Islanda. Il problema era inventare una forma di relazione partecipatoria nelle unità politiche più grandi. La soluzione al problema era sfuggita agli abitanti della Grecia classica o, meglio, essi non l’avevano considerato un problema. Concentrando la loro discussione politica sulla polis, avevano considerato i grandi Stati, come l’Impero persiano o la Macedonia, in ogni caso privi del principio dell’ eleutheria. 

Nell’Europa medievale i principi della relazione feudale tra signore e vassallo non erano di per sé una base per l’eleutheria. La principale virtù medievale, l’ideale verso cui tutti i giovani uomini venivano educati, era tipicamente la lealtà. Non era un ideale da mettere in discussione. Il signore, o il re, era solito rivolgersi ai suoi vassalli per consigli e aiuto; ma per le discussioni e i dibattiti si circondava solo di pochi individui scelti con cura. C’era bisogno di qualcos’altro che potesse associare sezioni molto più ampie della società alla politica del re. Da questo bisogno nacque il principio della rappresentanza. 

Essa era in origine una pratica apolitica derivata dal diritto romano, in cui un avvocato rappresentava il suo cliente o clienti nelle cause civili. Non sorprende che tale pratica si trovi per la prima volta tra gli uomini di Chiesa, cioè, tra quella parte di società che conosceva il latino. I grandi ordini religiosi internazionali trovavano utile la rappresentanza per incrementare la reciproca coesione tra le varie case religiose. Così. nel XIII sec., i Domenicani svilupparono un sistema complesso formato da una gerarchia di consigli elettivi che rappresentavano le singole case, le assemblee provinciali e, infine, l’intero ordine. 

Anche prima che i Domenicani sviluppassero pienamente il loro sistema di rappresentanza, i papi del XII sec. convocavano i prelati dagli Stati papali per consultarli. Nel 1213 Innocenza III fece un ulteriore passo in avanti. Nel convocare il IV Concilio Laterano, egli invitò non solo il clero cristiano, rappresentato dai prelati. i vescovi e gli abati dei grandi monasteri, ma anche gli ambasciatori dei re e di alcune città-stato italiane. 

In modo ancora più incerto, i governanti cominciarono anch’essi a convocare i grandi vassalli in persona e talvolta i rappresentanti del clero e delle città. Se non l’avessero fatto, le conseguenze avrebbero potuto essere imprevedibili e nefaste. Nel 1158 l’imperatore Federico I Barbarossa convocò una grande assemblea feudale, una dieta, a Roncaglia, in Italia, per ottenere tasse su un certo tipo di commercio, sulla zecca e sui diritti delle miniere. Esse erano considerate tradizionalmente prerogative del re o dell’imperatore, le regalie. I notabili di 

Federico, per la maggior parte tedeschi, non ebbero difficoltà nell’imporre queste tasse alle città italiane dell’Imperatore. Ma queste città non erano state consultate. Esse formarono leghe contro l’Imperatore e lo contrastarono con successo, finché non ottennero virtualmente l’indipendenza dal suo dominio. 

Con maggior successo, alcuni principi riunirono delle assemblee in cui i prelati, i nobili e le città erano tutti rappresentati. Tale fu la prima Corte Spagnola del re di Leòn nel 1188. Questi incontri erano ancora sporadici e non istituzionalizzati. Furono i teologi, specialmente gli avvocati di diritto canonico, dal XII al XIV sec., a sviluppare teorie sistematiche sulla rappresentanza, collegandole all’ assunto aristotelico che lo Stato esiste per il bene dei suoi cittadini (sebbene i notabili e i prelati non avrebbero certo approvato questa affermazione) e furono essi ad impegnarsi in un dialogo moderno sul modello greco con i loro principi e tra loro stessi. 

C’erano buone ragioni perché il pensiero politico ecclesiastico del tardo Medioevo insistesse su quest’ argomento. Per cominciare, c’erano le parole di Gesù, secondo cui bisognava dare a Cesare quel che è di Cesare e a Dio quel che è di Dio. Ma questo precetto da solo non bastava a spiegare lo sviluppo di elaborate teorie politiche. Niente del genere avvenne nella teologia bizantina né nella sua erede, la Chiesa russa ortodossa. Nell’Impero bizantino e in Russia (e a fortiori negli Stati islamici successi vi all’Impero Romano) qualsiasi reale opposizione tra l’Imperatore e la Chiesa (o tra i califfi e le leggi dell’Islam) era impensabile. Ma in Occidente il collasso dell’Impero Romano nel V sec. aveva reso il capo della Chiesa, il papa, virtualmente indipendente dall’Imperatore. Anche se per gran tempo non si pensò in termini di opposizione, era impossibile che a lungo andare i loro interessi, politici o teologici, coincidessero sempre. 

Ci vollero parecchi secoli prima che venissero pienamente apprezzate le conseguenze intellettuali di questa situazione contingente e, nella prospettiva della storia mondiale, anomala. Ciò divenne inevitabile, però, quando dall’XI al XIV sec., sia i papi che gli imperatori del Sacro Romano Impero, e in seguito anche i re degli Stati europei indipendenti, cominciarono a richiedere la supremazia. Ogni tanto ci fu guerra aperta e in tutto quel periodo si ebbe un’ accesa campagna di propaganda da ambo le parti. Tutti i protagonisti del dibattito scrivevano in latino e tutti si rifacevano alla Bibbia come la fonte più autorevole in questo campo. Questa situazione costringeva gli uomini ad argomentazioni razionali. Inevitabilmente, specie dopo la riscoperta della Politica di Aristotele. che divenne un testo base nella formazione universitaria di diritto civile e canonico, queste argomentazioni razionali dovevano occuparsi della natura dello Stato e dell’ autorità politica. Ci si trovò a discutere in maniera fondamentale sia sul locus che sui limiti dell’autorità e su quali rimedi ci fossero se un tiranno ne abusava. Poiché, sebbene Gesù avesse affermato che tutto il potere viene da Dio, rimaneva da risolvere la questione pratica di come i re ottenessero il potere: se direttamente da Dio o indirettamente dalla volontà del popolo. E se il potere veniva dal popolo, che diritto aveva il popolo di toglierlo a un re tirannico o, perlomeno, di limitarne i poteri? Chi aveva l’autorità di fare le leggi? E il principe era soggetto alle leggi che lui stesso o i suoi predecessori avevano promulgato? In pratica, quali leggi poteva emanare, come imporre certi tributi, che non fossero in conflitto con le leggi naturali di Dio? E la legge naturale comprendeva significativamente i diritti sulla proprietà. 

Tali discussioni non venivano necessariamente portate avanti in ogni assemblea che il principe convocava. Ma costituivano le questioni fondamentali che 

determinavano lo scopo e le prerogative delle assemblee rappresentative. Esse erano sostenute da un principio derivato dal codice di Giustiniano: quod omnes tangit ab omnibus approbetur: ciò che riguarda tutti deve essere approvato da tutti. Ancora una volta questa era già stata una procedura puramente tecnica nel diritto romano. Si applicava nelle cause civili, come la tutela di un minore da parte di diverse persone. Ma nel corso dei secoli XIII e XIV questo cavillo tecnico, qualche volta formulato in maniera leggermente diversa, diventò un principio politico. Si sarebbe rivelato un principio dagli effetti sconvolgenti. Era usato da coloro che adunavano le assemblee allo scopo di trovare sostegno da parte dei sudditi; fu questo il caso di Edoardo I d’Inghilterra quando convocò il Model Parliament nel 1295. Questo principio veniva usato regolarmente da coloro che ritenevano di dover essere convocati. Perché dare consigli aveva un duplice aspetto: era il dovere del vassallo nei confronti del suo signore o principe e finì per essere considerato un diritto. Così il principio del quod omnes tangit, associato a quello della rappresentanza, finì per riproporre il principio greco della partecipazione alle decisioni politiche cui si arrivava grazie al dialogo razionale e «approvato da tutti». 

ASSEMBLEE RAPPRESENTATIVE – Nel tardo Medioevo il principio della rappresentanza si diffuse in tutta l’Europa cristiana cattolica. Si adattava bene sia alle necessità dei principi che alle tradizioni dei vari governi locali. Queste tradizioni differivano enormemente dalla partecipazione dei lati fondisti inglesi alle corti della contea, all’autogoverno virtuale delle comunità dei villaggi in varie parti d’Europa e, soprattutto, alle corporazioni cittadine, con i loro statuti reali o episcopali, che stabilivano sia la natura che i particolari dei loro diritti. 

I principi, da parte loro, avevano bisogno di tutto l’aiuto possibile da parte dei loro sudditi nella feroce competizione militare che era diventata la norma in Europa dopo che i grandi imperi dei Franchi e dei Danesi erano scomparsi, sepolti in un irrepetibile passato. I principi ricevevano sia informazioni che aiuto dalle loro assemblee. Nel corso del XIII sec. divenne più comodo adunare non solo i notabili ma anche le città; perché erano proprio queste ultime a poter fornire più prontamente denaro per le imprese belliche dei loro prìncipi. 

Per le città era fastidioso e costoso mandare i propri rappresentanti alle assemblee; ma era anche una buona opportunità per far approvare i propri statuti, discutere argomenti di interesse comune, come i rapporti commerciali con le potenze straniere o il conio locale e, soprattutto, tenere il fisco entro limiti ragionevoli. Le città potevano formare leghe, come le hermandades di Castiglia, che si riunirono regolarmente a partire dal 1282 e che, alla fine, svilupparono 

istituzioni stabili per regolare la loro lega. Nelle Fiandre, i rappresentanti dei quattro membri, le città principali di Bruges, Ghent, Ypres e la zona degli agglomerati urbani e dei castelli tra Bruges e il mare, chiamata la Franc de Bruges (het Vrije van Brugge) tennero più di 4000 incontri tra il 1384 e il 1506, spesso in luoghi diversi e contemporaneamente. In Olanda, tra il 1401 e il 1433, si tennero più di 700 assemblee. Loro scopo principale era discutere di questioni commerciali. Nei principati più estesi e nelle zone prevalentemente rurali gli incontri erano per lo più gestiti dai notabili laici ed ecclesiastici, anche quando vi partecipavano alcune città. Queste riunioni erano molto meno frequenti, a volte con intervalli di parecchi anni, ma a differenza delle assemblee urbane erano molto più complesse e formali. Spesso le presenziava il principe in prima persona. 

La cosa sorprendente è che le città-stato italiane, pur sviluppando la loro 

indipendenza nella lotta contro gli imperatori tedeschi, non presero parte al movimento di costituzione delle assemblee rappresentative. Le loro leghe, come la Lega Lombarda che combatté Federico Barbarossa, erano poco più che alleanze di unità indipendenti, proprio come lo furono più tardi i membri della Lega Anseatica nel nord Europa. Questa Lega teneva i suoi raduni occasionali: assemblee dei rappresentanti di alcune città anseatiche, ma raramente vi parteciparono tutte. Queste riunioni non si trasformarono mai in istituzioni formali, con membri fissi. 

Le città-stato italiane svilupparono una forte tradizione di libertà politica. Proprio come l’eleutheria per i Greci, questa libertà era vista sia come libertà dall’oppressione straniera che come libertà dalla tirannia interna. I teorici politici umanisti italiani, compreso Machiavelli, 

non dubitarono mai che la vera libertà dovesse essere repubblicana. Le loro discussioni riguardavano piuttosto la natura del regime repubblicano: se dovesse essere aristocratico, democratico o misto. La rappresentanza era propria delle monarchie e dunque non era 

considerata un vivere politico, sebbene Machiavelli ritenesse che quando veniva perduta doveva essere ristabilita da un uomo di «virtù». 

Ma c’erano ragioni pratiche perché le città-stato in Italia rifiutassero la rappresentanza. Nei confronti delle aree circostanti il loro contado, esse si comportavano come principi. Le soggiogavano, le tassavano e le usavano come basi di arruolamento per i soldati che 

avrebbero combattuto per loro. Né le città del contado né la nobiltà rurale venivano 

consultate per queste guerre e i nobili erano convocati solo quando era necessaria la loro presenza individuale nell’esercito. Per quanto riguarda le città suddite, una che ne aveva in gran numero, come Firenze, non avrebbe mai convocato i rappresentanti delle città toscane 

insieme, dando loro modo di allearsi l’una con l’altra contro la città «imperiale». Questa tradizione anti-stato era così forte che impedì lo sviluppo delle assemblee rappresentative anche laddove una città-repubblica era diventata principato, come accadde a Milano e Verona e in altre città. Così, né una prevalenza di città, né di relazioni feudali, e nemmeno l’abbondanza di corporazioni ecclesiastiche e la presenza di giuristi canonici, possono da sole spiegare la comparsa di istituzioni rappresentative. Perché ciò avvenisse era assolutamente 

necessaria un’ulteriore condizione, un elemento inerente all’idea stessa di rappresentanze di località, corporazioni e Stati che si riunissero in assemblea. Mancava il senso della comunità di una struttura politica. Al di fuori delle città, che certamente svilupparono sentimenti comunitari, ma dove, come detto, la rappresentanza non si sviluppò, tale sentimento in origine poteva essere di tipo tribale. Ma più spesso, durante il Medioevo, le origini tribali vennero dimenticate in favore di tradizioni di cooperazione politica e militare e di obbedienza al principe locale. 

Nel 1128, durante una crisi dinastica nelle Fiandre, i membri della nobiltà e molte grandi città formarono leghe per gestire la crisi ed eleggere il nuovo conte delle Fiandre. Fino a quel momento le leghe non erano assemblee rappresentative (anche se alcuni storici le hanno considerate veri e propri pre-parlamenti) e non ci sono prove che la massima quod omnes tangit venisse applicata. Ma tali eventi costituivano in sé una collaborazione tra la nobiltà e le città ed evitarono che le Fiandre si spezzettassero in una serie di città-stato indipendenti come accadde in 

Italia settentrionale. Ciò è più sorprendente se si considera che le città principali, Bruges, Ghent e Ypres, si comportavano in buona misura come se fossero città-stato, dominavano e sfruttavano le campagne e i villaggi circostanti come un contado italiano. A partire dalla fine del XII e per tutto il XIII sec. i conti furono spinti a cooperare regolarmente con le assemblee dei loro Stati per potersi difendere dai re di Francia che cercavano di ristabilire il loro dominio nel Paese. 

In questo caso, come spesso accadeva nei rapporti tra i principi e le loro assemblee rappresentative, il corso degli eventi e l’equilibrio finale dei poteri non furono determinati soltanto dalla storia interna del Paese in questione, ma anche dall’intervento esterno. La storia dei principi e dei parlamenti non si svolge quasi mai in un sistema chiuso. 

Questo vale anche per i parlamenti delle isole. La storia della Magna Carta forse sarebbe stata diversa se la rivolta dei baroni contro re Giovanni , nel 1215, non fosse stata sostenuta dalla Francia. Nello stesso tempo, e ciò evidenzia in maniera cruciale lo spirito di comunità che c’era nel Paese, i diritti e i privilegi che i baroni estorsero al re, specialmente il processo davanti ai propri pari secondo la legge. sarebbero valsi per tutti gli uomini liberi della nazione. Alla morte di Giovanni, il governo di reggenza per conto del figlio minore riemanò la legge altre tre volte. Anche se le tre versioni differivano in alcuni dettagli, le copie furono inviate a tutti i tribunali delle contee, quindi coinvolsero deliberatamente la comunità di tutto il regno. 

Fu questo il modo in cui la Magna Carta finì per essere interpretata. I parlamenti successivi insistettero per promulgarla ancora. La reputazione del parlamento e della Magna Carta, entrambi considerati a salvaguardia dei diritti fondamentali dei cittadini inglesi, si rinforzavano l’un l’altro, e si svilupparono insieme fino a formare la tipica simbiosi dell’idea di governo di diritto, dei diritti e privilegi dei sudditi e della rappresentanza dell’intera comunità. 

Ci volle tempo perché venissero stabilite in Inghilterra adunanze regolari del 

Parlamento e lo stesso valeva per le altre assemblee rappresentative sul Continente. Inevitabilmente esse si svilupparono in tempi diversi, dal XIII al XV sec. Vi erano i tre stati classici: clero, nobiltà e popolo; ma vi era anche il principato d’Olanda in cui le assemblee erano di solito limitate alla nobiltà e alle sei città maggiori (sebbene a volte venivano convocate anche le città più piccole) e non aperte al clero. In Polonia solo la nobiltà veniva considerata come rappresentativa della comunità. Le città venivano lasciate fuori dalla Sejm, la dieta di tutto il regno, anche se dominavano l’assemblea provinciale della Prussia Reale. In Svezia, al contrario, il clero era costituito non solo dai prelati ma anche dal clero locale, e c’era persino uno stato dei contadini. Molto dipendeva dallo sviluppo degli stati come gruppi o raggruppamenti auto-consapevoli all’interno dello Stato stesso, come la divisione tra notabili (ricos hombres) e bassa nobiltà (hijosdalgo) nelle Cortes di Aragona. 

C’erano assemblee rappresentative dappertutto al di fuori delle città-stato, a parte alcune comunità contadine nelle valli alpine e le paludi della costa settentrionale della Frigia, nel mare del Nord, che conservavano antiche tradizioni di riunioni degli uomini liberi. 

Le assemblee rappresentative non erano mai democratiche. Solo in Inghilterra c’era qualcosa di simile alle elezioni dei membri effettivi del Parlamento e nessuno immaginava che queste elezioni fossero democratiche. La democrazia era apprezzata da alcuni umanisti. Ma, al di fuori di alcune città-stato italiane e svizzere e delle poche comunità contadine indipendenti, la democrazia era 

disprezzata ed evitata. La rappresentanza era presente negli ordini ecclesiastici e nelle monarchie. Certamente aveva il compito di coinvolgere le comunità nella vita politica, ma mai nessuno pensava che dovesse cambiare la struttura sociale della comunità. Era rivoluzionaria nel senso aristotelico che dava l’opportunità di una vita felice difendendo le libertà, i privilegi particolari di corporazioni e gruppi, all’interno della comunità. Doveva preservare la comunità dal governo arbitrario del principe. Ma la rappresentanza non era intesa come uguaglianza o uguali diritti. La forma esatta delle assemblee e i loro rapporti col principe dipendevano dalla struttura sociale delle comunità che rappresentavano. Questi rapporti, a loro volta, erano spesso influenzati dalle alleanze e dall’intervento delle comunità limitrofe. Una volta stabilite, le assemblee tendevano ad assumere una forma istituzionale. Come tali, cominciarono a sviluppare una loro vita propria con certe forme tradizionali talora rigide, e ciò accadeva persino quando le condizioni socio-politiche originarie erano cambiate. Se la comparsa delle assemblee rappresentative dipese dall’esistenza di un certo senso della comunità, le assemblee aumentarono questo sentire. 

I principi avevano un atteggiamento ambivalente verso le loro assemblee. Le consideravano utili per assicurarsi il sostegno della comunità, l’osservanza delle leggi e in misura ancora maggiore, per la concessione di denaro sotto forma di tasse. Nel 1282 i Siciliani rovesciarono il loro re della casa francese di Anjou (Vespri Siciliani) e si rivolsero al re d’Aragona perché prendesse la corona e li aiutasse a mantenere la loro indipendenza. Pietro III d’Aragona, pur reclamando la corona di Sicilia per diritto ereditario, convocò molti parlamenti in Sicilia per farsi confermare re. Questi parlamenti evitarono che il regno si spezzettasse in una miriade di città-stato, come nell’Italia settentrionale, e così ottennero da re Pietro un certo numero di privilegi, in cambio di somme di denaro per finanziare la guerra con la casa di Anjou che si trovava ancora a Napoli. Non sorprende che Pietro d’Angiò abbia convocato anche un’assemblea nel suo principato di Catalogna allo scopo di ottenere supporto finanziario per la sua politica in Sicilia. 

Eppure i principi erano ben consapevoli del pericolo costituito dalle assemblee che potevano diventare potenziali rivali dell’autorità. Sia essi che i loro avvocati erano sempre molto suscettibili a questo argomento. Se la massima romana del quod omnes tangit era ormai generalmente accettata, lo era anche quella del diritto romano che considerava il principe come legibus solutus, al di sopra della legge. Secondo alcuni giuristi, questo principio era rinforzato dal detto del Codice Giustinianeo: quod principi placuit leges habet vigorem, poiché piace al principe ha forza di legge. Cosa realmente significassero queste massime romane era un argomento di costante dibattito e di sottili e colte argomentazioni da parte di magistrati civili e canonici. Più comunemente, si sosteneva che solo il principe aveva il diritto di formulare le leggi che poi l’ assemblea rappresentativa aveva il dovere di confermare. 

Ma cosa accadeva alle leggi che risultavano dalla presentazione di lamentele? Questa presentazione era una delle funzioni riconosciute alle assemblee. I principi erano ansiosi di non perdere il proprio diritto di accettare o rifiutare i suggerimenti delle assemblee. Talora, specie, quando si trattava di una disputa dinastica, le assemblee si riunivano di loro iniziativa. Ma i principi scoraggiavano simili azioni indipendenti e insistevano che solo essi avevano il diritto di convocare, prorogare o sciogliere il parlamento. Ma i parlamenti e le assemblee rappresentative non erano uguali ad un consiglio regale. In assenza di una vera e propria amministrazione civile, i parlamenti tornavano utili alla politica proprio 

perché rappresentavano interessi, informazioni e autorità indipendenti da quelli del principe e del consiglio che lui nominava. Essi costituivano un’opportunità di dialogo politico per la comunità. 

CONCILIARISMO – L’ambiguità fondamentale di questo equilibrio dei poteri 

tardo-medievali, divenne evidente nella prima metà del XV sec. nella storia dei grandi consigli ecclesiastici e del loro confronto con la monarchia papale. Non era un confronto intenzionale. I leader dell ‘Europa cristiana, sia religiosi che laici, decisero di porre fine allo scisma papale (1378). Un concilio a Pisa (1408-’09), convocato da un gruppo di cardinali, fu rigettato da entrambi i papi e finì per aggiungere un terzo papa ai due in lotta. Il concilio successivo a Costanza (1414-1418) fu convocato su iniziativa del Sacro Romano Imperatore e vi parteciparono un certo numero di re e principi europei o i loro rappresentanti, oltre una sfilza impressionante di prelati e teologi. Allora i papi e gli antipapi furono deposti con successo e ne fu eletto uno nuovo, Martino V, che fu accettato da tutti. Questo è molto simile all’operato delle assemblee rappresentative locali, come quello delle Fiandre, che aveva deposto un principe indegno e ne aveva eletto uno nuovo. Adesso, col Concilio di Costanza ciò era avvenuto su scala più vasta. Frequentato o, perlomeno, seguito avidamente dal fior fiore degli intellettuali europei, il concilio produsse naturalmente una giustificazione teorica alle sue decisioni. Essa si trova nel famoso decreto Haec Sancta (6 aprile 1415), dove si afferma che il concilio derivava la sua autorità direttamente da Cristo e questa autorità era superiore a quella del papa, il successore di San Pietro e vicario di Cristo. I padri della Chiesa erano attenti a reclamare tale autorità solo per le questioni di fede, ma come si potevano distinguere tali questioni da quelle organizzative e politiche? Il concilio procedette a riorganizzare la Chiesa e ad eleggere un nuovo capo. 

Questi erano i problemi fondamentali sulla natura dell’ autorità che i teologi avevano dibattuto per secoli in senso astratto. Erano problemi essenzialmente analoghi a quelli dell’autorità del principe e dell’assemblea rappresentativa. Il confronto divenne più aperto nel corso del concilio successivo, a Basilea (1431-1449). Naturalmente gli scontri ora si svilupparono per il tentativo del papa Eugenio IV di sciogliere il concilio, mentre quest’ultimo replicava che solo lo stesso concilio poteva decretare il proprio scioglimento o la propria proroga. Si finì per formulare un decreto ancora più innovativo dellHaec Sancta, in cui si stabiliva che il concilio aveva semplicemente un’autorità superiore a quella del papa. 

La posizione conciliare fu discussa soprattutto nelle università, in special modo nella facoltà di teologia di Parigi. Alla fine i teologi non poterono opporsi al potere del papa di usare le diverse potenze temporali l’una contro l’altra. Inoltre, egli aveva il vantaggio, nella propaganda spirituale, di avere concluso da poco un accordo apparentemente riuscito con la Chiesa greca ortodossa (1437). Già a metà del XV sec., il papato era riuscito ad emergere come monarchia autocratica dal confronto con i principi della rappresentanza dei conciliaristi. Nessuno poteva prevedere che il papato diventasse ora vulnerabile, non solo a causa dei riformatori della Chiesa – tutti concordavano nella necessità di riforme – ma anche nella ricerca da parte dei principi di indipendenza ecclesiastica e di controllo sulle loro chiese. 

A riflettere sul dibattito del XV sec., l’aspetto sorprendente non è la partita persa dal movimento conciliarista. Gli interessi dei protagonisti erano troppo 

diversi. Le mere dimensioni dell’ operazione conciliare e l’enorme territorio sul quale doveva essere coordinata, erano troppo persino per i più accaniti sostenitori. Così Nicola di Cusa, una delle menti più brillanti di quell’epoca, abbandonò i conciliaristi e si schierò dalla parte del papato. La vera sorpresa invece è quanto in avanti fossero riusciti a spingersi i conciliaristi. Era un segno della vitalità dell’idea di unità dei Cristiani, un segno analogo a quello comunitario che sarebbe stato essenziale per la nascita della rappresentanza nei singoli Stati europei. 

Allora l’idea di rappresentanza fu sconfitta assieme all ‘ idea di conciliarismo? La storia non è così logica né così simmetrica. La nozione di un concilio sopravvisse come idea, come aspirazione, come un mezzo per guarire i mali del tempo. Era ancora un’idea forte nella prima generazione della Riforma, e rimase tale da ambo le parti del dibattito riforrnista. Ma poi la connessione tra concilio e rappresentanza svanì sempre più sullo sfondo, cedendo alle sempre maggiori certezze dei dogmi di entrambi gli schieramenti. Al Concilio di Trento (1545 – 1564) pochi erano interessati alla rappresentanza, tranne che per la necessità dei Protestanti di far udire la propria voce e dei Cattolici di negarla. 

STATI COMPOSITI E STATI GENERALI 

I concili ecclesiastici del XV sec. furono dei grandiosi, ma inefficaci, tentativi di creare un’istituzione rappresentativa composita. L’idea stessa, comunque, era tutt’altro che morta, né i Concili di Basilea e di Costanza furono i soli esempi. Le assemblee rappresentative 

composite furono la conseguenza logica della comparsa di monarchie composite o multiple. Nel tardo Medioevo, queste monarchie erano diventate la forma più importante di organizzazione politica in Europa. Più era potente la monarchia – e il potere era l’obiettivo internazionale nella maggior parte delle monarchie – meno probabile era che fosse uniforme. 

Le parti costitutive di una monarchia multipla, nella maggioranza dei casi, si univano insieme per volere comune, come nel caso della Sicilia o d’Aragona, o più spesso per eredità dinastica o di matrimonio, come la maggior parte dei domini della Casa d’Austria, o nel caso 

dell’Inghilterra e della Scozia con la successione di Giacomo VI e I nel 1603. 

In tutti questi casi il principe giurava di osservare le leggi e i privilegi preesistenti del suo nuovo Stato. Nel XV sec. queste leggi e questi privilegi di solito comprendevano un’assemblea rappresentativa che considerava suo dovere difendere i propri interessi e quelli dei suoi membri. Nei pochi casi in cui una monarchia acquisiva uno Stato o una provincia per conquista, si riteneva ci fosse il diritto di abrogare tutte le leggi e i privilegi preesistenti. In pratica, comunque, i poteri della monarchia erano limitati dalla necessità di riconciliare a 

sé almeno una parte dell’élite del nuovo territorio. Machiavelli consigliava al suo principe o di distruggere la nuova provincia, o di risiedervi lui stesso (e dispensare generoso patronato ai nativi), oppure lasciarla vivere secondo le proprie leggi. Persino quando gli abitanti di una provincia, che passava da una mano all’altra, non venivano consultati sul cambiamento, ci si aspettava che queste leggi venissero osservate. Nel 1482 Maria di Borgogna fu costretta dai suoi Stati Generali a firmare il Trattato di Arras e cedere l’Artois e la Franche-Comté alla 

Francia, come dote per la figlia neonata che avrebbe sposato il delfino. Al futuro sposo (che nel caso specifico non sposò mai la principessa Margaret) fu chiesto 

«di tenere in particolare considerazione le contee di Artoi s e Borgogna e i poveri abitanti che troverete essere i migliori e più leali sudditi» . 

In questo modo i principi potenti, abili o semplicemente fortunati , potevano aggiungere alloro regno provincia su provincia, e Stato su Stato, ognuno con le sue leggi e le sue istituzioni ben consolidate. Per ottenere una maggiore coesione dei suoi domini, il principe spesso trovava utile convocare insieme tutti i membri delle assemblee rappresentative. Non poteva dare per scontato che tutte le province sostenessero la sua politica, specialmente la guerra che per il principe era essenziale. Così nel 1485 le terre della Prussia Reale, una provincia di lingua tedesca che sin dal 1466 viveva felicemente sotto il regno di Polonia, 

rifiutarono di sostenere la guerra con i Turchi Ottomani. Essi affermavano persino che, secondo i loro privilegi, il re di Polonia era obbligato a proteggerli dall’aggressione, ma non il contrario. 

La monarchia francese aveva già fatto esperienze simili nel XV sec. Alcune delle province francesi non avevano alcun interesse nella guerra contro l’Inghilterra e preferivano tenere per sé le proprie risorse. I re francesi allora convocarono molte assemblee in tutto il Paese, les états généraux, solo raramente e non sempre con grande successo. Inoltre c’era il pericolo che gli Stati Generali, un’assemblea composita per un regno grande e complesso, potessero diventare molto potenti e cominciare ad usurpare l’autorità reale. Ciò accadde in Francia anche quando re Giovanni II fu fatto prigioniero dagli Inglesi nella battaglia di Poitiers (1356). Gli Stati Generali approvarono l’imposizione di tasse per poter continuare la guerra e per pagare 

l’enorme riscatto per liberare il re. Nello stesso tempo cercarono di riformare il governo centrale la cui incompetenza aveva portato alla disfatta militare. Ma gli Stati Generali per un Paese così esteso e vario come la Francia si rivelarono troppo impacciati, e il nuovo energico re Carlo V preferì regnare facendone a meno. La monarchia francese era l’unica, a parte alcuni principati italiani, che era riuscita a mettere su un’amministrazione tributaria che funzionasse 

nella maggior parte del Paese. Sin dal tempo di Carlo V, esso aveva acquisito la reputazione di dominium regale, un regime che poteva imporre liberamente tassazioni importanti. Al 

contrario, in un dominium politicum et regale la monarchia non aveva tale diritto. La linea di demarcazione tra i due tipi di regime non era sempre così netta, ma gli esperti del tempo indicavano chiaramente che tale differenza esisteva e anche da quale lato si poneva la Francia. 

Forse la situazione si può meglio riassumere con l’aneddoto di un ambasciatore veneziano, che Francesco I era solito ripetere. Egli diceva che l’imperatore Massimiliano gli aveva riferito che 

lui, l’imperatore, era il re dei re, perché nessuno eseguiva i suoi ordini; Ferdinando il Cattolico era il re degli uomini, perché gli uomini gli obbedivano solo quando decidevano di farlo; ma Francesco, re di Francia, era il re delle bestie, perché tutti gli obbedivano sempre. 

Questa battuta era ovviamente un’ esagerazione. Lo storico ha ben ragione di chiedersi, però, perché Francesco lo raccontasse così spesso. Il giudice Fortescue, a cui si deve la pal1icolare formulazione della definizione dei due diversi tipi di regime nel XV sec., non si 

inventò certo l’idea. L’aggettivo «politico » derivava dalla Politica di Aristotele ed era usato di frequente sul continente per indicare un regime limitato o misto. 

Se i governanti delle monarchie multiple nutrivano sentimenti ambivalenti 

verso le assemblee rappresentative multiple, così era anche per le proprietà delle singole province. Quelle degli Asburgo d’Austria, nell’Europa centrale, erano spesso riluttanti a mandare i loro deputati al di fuori dei propri confini. I Boemi, per esempio, si rifiutavano di andare in Austria. I privilegi che i governanti avevano giurato di mantenere erano sempre i privilegi locali di quella particolare provincia. Non si mettevano da parte tali privilegi con leggerezza, 

per paura di perderli del tutto. Se si riteneva necessario farlo, si pretendevano altri privilegi maggiori. Se negli incontri degli Stati Generali le province più piccole in genere seguivano le indicazioni di quelle più grandi, per esempio, nella concessione di tasse, tutti opponevano 

strenua resistenza verso qualsiasi mozione di voto di maggioranza, specialmente in questioni finanziarie. 

Questa è un’altra ragione per cui, con pochissime eccezioni, gli Stati Generali funzionavano solo in territori contigui. Una striscia di mare tra due territori sotto la stessa corona, costituiva 

un serio ostacolo. Ma anche in questi casi, le storie di Inghilterra e Irlanda, di Svezia e Finlandia e di Aragona e Sardegna dimostrano che il mare non era una barriera assoluta. Questi esempi, però, erano relativamente rari e la ragione principale era che i membri degli 

Stati Generali, ancor più di quelli delle unità singole, insistevano nel restringere i poteri dei deputati e pretendevano che sulle questioni importanti essi si consultassero con coloro che li avevano mandati. C’erano buone ragioni per tutto ciò. I borgomastri, i sindaci e i segretari 

comunali trovavano naturalmente più facile far valere il loro coraggio all’interno della propria comunità, rispetto a quando si trovavano a viaggiare come deputati e ad affrontare i grandi signori del consiglio reale o persino lo stesso re o il suo reggente. Respingere le richieste 

dell’autorità era più facile se si poteva affermare di non avere il potere di decidere personalmente. Al contrario, era più facile per il governo intimidire i singoli deputati che dover affrontare l’intero consiglio di una grande città. Nonostante ciò, non era sempre chiaro 

chi rappresentassero i deputati. Le assemblee provinciali o le città parlamentari e le corporazioni ecclesiastiche? Né era sempre chiaro il ruolo dei notabili nelle assemblee, specialmente se essi facevano parte anche del consiglio del re. La storia degli Stati Generali non può quindi essere separata nettamente dalla storia delle assemblee delle province 

costituenti di una monarchia multipla. Gli uomini non cedono volentieri il potere che esercitano o che pensano di dovere esercitare. Se l’ideale di dominium politicum et regale era cooperare per il bene della comunità, ci potevano essere idee molto diverse riguardo a chi 

e che cosa fosse la comunità. 

Ci potevano anche essere svariate e appassionate idee riguardo a cosa fosse il bene, aristotelico o meno. E se queste differenze conducevano a conflitti aperti, come spesso accadeva, era inevitabile che gli Stati vicini fossero coinvolti in tali conflitti. Lo storico, dunque, osserva certe tendenze e certe regolarità in queste storie. Ma le contingenze influenzavano sempre il risultato. Ciò che lo storico non può fare è predire l’esito di queste storie, né per l’Europa né per i singoli Stati. 

Una storia comparata ed esaustiva degli Stati Generali sarebbe quindi equiparabile alla storia politica dell’Europa moderna. Anche se fosse possibile 

scriverla – e finora non esiste – non ci fornirebbe una legge generale dei rapporti storici tra monarchia e parlamento. Per 

questa ragione ho scelto un formato diverso: quello di descrivere in modo approfondito 

i rapporti fra la monarchia e gli Stati Generali dei Paesi Bassi in un periodo di duecento anni. La ragione di questa scelta è la storia infinitamente varia di questo rapporto. Ci troviamo 

davanti a un’organizzazione politica multipla all’interno di uno Stato multiplo, aperto sia alle idee che all’ intervento esterno. Il leone per una volta è riuscito ad alienare tutti i leopardi dal suo comando. Metà di loro scelsero di ritornare a lui, per svariate ragioni, non ultima 

quella della paura di pecore con denti di cane. L’altra metà dei leopardi scelse di non ritornare sotto il comando del leone perché scelse di non nascondere le proprie macchie. Tutti scelsero di tenere le pecore, con o senza i denti, all’oscuro. Il Riccardo Il di Shakespeare riassume 

quest’atteggiamento quando caratterizza la stranezza della ribellione di Bolingbroke: 

Ho avuto modo di osservare io stesso, 

e con me anche Bagot, Green e Bushy, 

com’ ei riesca a corteggiare il popolo, 

e penetrare in fondo ai loro cuori 

con umili ed affabili maniere; 

e prodigarsi a loro in grandi gesti 

corteggiando quei poveri artigiani 

con l’arte del sorriso. 

RICCARDO Il (I, 4) 

(Trad. italiana di Bruna P Scimonelli) H.G .K.




 Il Nazionalismo: passato e futuro (*) 

Mi ha fatto veramente piacere ricevere un secondo invito per una conferenza da parte di questo eminente Centro Internazionale di Cultura “Lilybaeum” di Marsala e ne sono altresì onorato. 

Questa volta voglio parlare di un tema che, sicuramente, preoccupa gli uomini e le donne di tutto il mondo: il nazionalismo e i suoi correlativi, l’etnicismo, il patriottismo, il razzismo e la xenofobia. Tutti questi sono veramente correlativi? Vedremo. Tuttavia parlerò soltanto dell’Europa, per una ragione assai elementare: conosco poco gli altri continenti. 

Cominciamo con una piccola storia personale. Nel 1944, durante la seconda guerra mondiale, fui volontario nella marina britannica. Si incontrava gente di tutte le classi sociali, si parlava e si discuteva di tutto. Allora un giovane apprendista fuochista affermava: «La cucina inglese è la migliore del mondo». Sorpreso, domandavo: «Ne conosci altre?» «No» rispondeva. Ma è comprensibile. Ecco un esempio quasi classico del nazionalismo culturale. 

Facciamo adesso un esempio veramente classico. Giasone dice a Medea: «Hai ricevuto molto di più di ciò che mi hai dato… Dimori adesso nell’Ellade, anziché nel tuo paese barbaro, hai appreso il significato della giustizia e il modo di vivere sotto la legge e non più sotto la tirannia della forza bruta.» Ricordiamo che Medea aveva salvato la vita a Giasone ed ucciso suo fratello mentre lo aiutava ad accaparrarsi il vello d’oro. Giasone l’aveva sposata e adesso Medea s’opponeva ad un suo secondo matrimonio con la figlia del re di Corinto. 

L’argomento del nazionalismo culturale non poteva evidenziarsi più chiaramente. Entrambi apportavano argomentazioni diverse, però Euripide sottolinea la centralità di questo nazionalismo culturale con la risposta di Medea: «I tuoi occhi sono rivolti alla vecchiaia ed una moglie straniera comincia a sembrarti una vergogna». 

Giasone non fu l’unico eroe greco xenofobo. Teseo fu salvato dal labirinto da Arianna. Anche lui la sposò, ma l’abbandonò sull’isola di Naxos. Evidentemente, l’eroe greco accettava l’aiuto di una donna straniera, la sposava persino oltraggiando la sua stirpe e poi la ripudiava alla prima occasione. 

Nello stesso tempo questo nazionalismo culturale, anche nella forma più brutale, come quello di Giasone e di Teseo, non era un nazionalismo politico. Non esisteva questo tipo di nazionalismo nella Grecia antica. Atene e Sparta cooperavano durante le guerre persiane, ma era un’occasione particolare, un’alleanza militare contro un pericolo comune. Il ricordo di ciò, comunque, è diventato parte del nazionalismo culturale greco, specialmente secondo l’interpretazione degli studiosi dell’Europa occidentale nel diciannovesimo secolo. 

L’esperienza greca, tanto mitologica quanto storica, dimostra la difficoltà di costruire una storia coerente del nazionalismo. Certo, è un fenomeno molto antico. Ma che cosa era? Come è cambiato in tutto questo tempo? E quale fu la sua importanza nella storia della civiltà e della politica europea? Evidente appare la differenza tra il nazionalismo e un’istituzione definitiva come, per esempio, lo Stato. Il nazionalismo è sempre stato un atteggiamento mentale e, qualche volta, ma solo qualche volta, una forza politica. E’ stato spesso visto cosi, specialmente dagli storici del secolo scorso e della prima metà del nostro secolo. Per esempio, la storia del risorgimento italiano è stata considerata fino a trenta o quaranta anni fa come la storia di un nazionalismo trionfante, specialmente qui in Sicilia. Ne abbiamo la percezione guardando le lapidi che si trovano nel cortile della Società 

Siciliana per la Storia Patria a Palermo. Solo negli ultimi decenni si è avuto qualche dubbio circa questa interpretazione ed è stato possibile scrivere una storia più precisa di quegli eventi. 

Dopo la rivoluzione del 1989 ci siamo resi conto che tre generazioni di comunismo non avevano fatto scomparire i nazionalismi; o, meglio, la consapevolezza di far parte di una realtà sociale che non era una classe ma un’unità geografica o etnica o linguistica o religiosa o tribale o un insieme di tutte o di alcune di queste caratteristiche. 

Questo fenomeno ha prodotto una vera esplosione di studi, convegni internazionali, monografie, libri scritti da uno o da vari autori e quasi contemporaneamente articoli sui giornali. Gli autori di questi scritti non sono solo storici, ma anche sociologi, antropologi, scienziati e politici, giornalisti e moralisti di ogni tipo. 

Non è possibile fare un riassunto di tutto questo lavoro per il semplice fatto che gli studiosi non sono d’accordo sulla natura del fenomeno che chiamiamo nazionalismo e neanche su una definizione generalmente accettabile del nazionalismo di ieri e di oggi. Se non abbiamo avuto definizioni, abbiamo avuto invece ottimi studi sulla storia del nazionalismo in diversi Paesi. Ma questi studi non ci permettono una chiara generalizzazione. Per esempio, la Scozia, un antico regno già nel Medioevo, non è adesso uno stato separato. Però ha vissuto momenti di grande fermento nazionalistico ed oggi la maggioranza degli Scozzesi preferirebbe l’autonomia politica o anche l’indipendenza. Eppure, malgrado questo fermento non è mai esistito un popolo scozzese, etnicamente parlando, né una lingua scozzese antica. 

Forse l’origine etnica delle nazioni moderne non è molto importante. I popoli che si sentono minacciati, sia per ragioni immaginarie o reali, sono in ogni caso pronti ad ammazzarsi con pernicioso entusiasmo. Molti studiosi hanno considerato sia l’aspetto morale che politico di questi problemi. Esistevano ed esistono, comunque, l?olitici e generali che preferiscono una soluzione che chiamano purificazione etnica. E’ una politica che si basa sull’appello popolare. Per molti è comodo pensare che ogni loro sfortuna sia colpa degli stranieri. Questa soluzione passa dai dipartimenti accademici di storia, di sociologia, ecc., fino ad arrivare al dipartimento della divinazione o profezia che appare scientifica. Sembra che questa linea abbia una mezza correttezza politica, ma io vi proporrò una profezia che spero abbia un aspetto scientifico. 

Gli studi della maggioranza dei miei colleghi si basano sull’anali degli ultimi anni, quelli che seguono il 1989 e specialmente sugli sviluppi che si ebbero nella ex Unione Sovietica e nella ex Iugoslavia. Mi pare che questo campo d’osservazione sia troppo ristretto. Penso anche a quella teoria americana secondo la quale la rivoluzione del 1989 segna la fine della storia. E’ una teoria che tra qualche tempo sarà dimenticata. Allora, che fare? Non è possibile ritornare all’età dell’oro, umana, tollerante e pacifica. Non è mai esistita. Neanche credo ad una teologia romantica, ad un futuro d’oro, ad una legge della storia che ci porti, volenti o nolenti, tempi migliori, come credono i marxisti. Dunque, cosa resta? Resta la storia d’Europa da interpretare bene e un’analogia che certo non dimostra una necessità storica, ma una possibilità o, anche di più, una verosimiglianza. 

Cominciamo con un doppio interrogativo storico. Perché gli stati derivanti dall’Impero romano erano cosi grandi? Salvo che nel classicismo nostalgico di alcuni monarchi, ovvero nella fantasia romantica letteraria di molti storici moderni, questi stati non erano costituiti né dall’unità nazionale, né dall’unità 

etnica: Italia, Gallia, Hispania, ecc. E ci si deve chiedere di più: perché nei primi secoli dell’Alto Medioevo era ancora possibile costruire immensi imperi come quello di Carlo Magno o quello del danese Canuto, oppure anche quelli dei primi califfi arabi? Perché nel tardo Medioevo l’Europa si consolidava in stati molto più piccoli? E come si determinavano le dimensioni di questi stati? Pochi storici credono ancora che un autocosciente etnicismo o una specie di protonazionalismo possano spiegare questo secondo problema Perciò voglio adoperare un modello storico del sociologo americano K. W. Deutsch, utilizzato per altro motivo. 

Nell’Alto Medioevo l’Europa era un continente formato da piccole comunità contadine ed urbane. Ognuna di esse produceva la maggior parte, ma non tutto, di quello che necessitava per la vita di quel tempo. Quel poco di prodotto che di solito poteva eccedere non era richiesto dagli abitanti dei territori vicini che, per ragioni geografiche e climatiche, in generale, producevano le stesse cose. Ma questi prodotti erano apprezzati in luoghi più lontani. Dunque risultava che il commercio dell’Alto Medioevo, salvo quello dei piccoli mercanti puramente locali, era generalmente un commercio di prodotti di grande valore perché trasportati a grandi distanze. 

I commercianti dovevano essere mercanti di professione, liberi dal servizio forzato e, preferibilmente, dovevano parlare una lingua internazionale, vuol dire compresa in vaste zone, come il latino, il tedesco nelle regioni baltiche e l’arabo in gran parte del Mediterraneo. 

Per la maggior parte delle altre prestazioni professionali e tecniche, delle quali si aveva necessità nell’Alto Medioevo, le condizioni erano analoghe a quelle della produzione e del commercio: servizi ecclesiastici, quelli degli artigiani specializzati, degli amministratori, degli eruditi e quelli molto importanti dei guerrieri e dei soldati. Si pensi ad un maestro campanaro. Può fondere due, forse quattro campane per una nuova chiesa di un piccolo paese o di una città. Ma quando ha finito il lavoro non può restare nello stesso luogo. Forse deve viaggiare a grandi distanze per trovare un’altra opportunità ed esercitare il suo mestiere di artigiano specializzato, un mestiere necessario anche nel periodo più buio dell’alto Medioevo. Gli esempi si possono moltiplicare senza difficoltà: gli architetti delle cattedrali che diffondono lo stile romanico per tutto il continente; i dottori di una università che avevano il privilegio di insegnare in qualsiasi altra università e molte volte non avevano l’opportunità di una carriera accademica se non lontano dalla patria; gli ecclesiastici, come !’italiano Anselmo, che diventava arcivescovo di Canterbury, carica che richiedeva una straordinaria abilità politico-amministrativa, oltre che teologica. 

Insomma, esisteva una piccola élite internazionale, che parlava una lingua internazionale ed era esperta nei diversi settori, di cui si aveva bisogno. Necessariamente questa élite dirigeva, comandava, sfruttava la grande maggioranza della popolazione europea. Contrariamente ad essa, i contadini perseveravano con i loro costumi e le loro lingue. Ecco il motivo dell’internazionalità del Medioevo e nello stesso tempo i suoi limiti. 

Fino a questo punto ho seguito la tesi del Deutsch, tentando di elaborarla. Andando più oltre, voglio dire che questo modello di Alto Medioevo suggerisce almeno una valida spiegazione del perché gli stati creati dopo la caduta dell’Impero romano erano cosi grandi ed etnicamente tanto diversi: era possibile costruire quei grandi imperi, perché l’Europa era sottosviluppata. Le varie regioni avevano bisogno di servizi e di prodotti che si potevano produrre solamente in tutta l’Europa o almeno in una parte molto grande del continente. I principi di stati relativamente piccoli non potevano eguagliare l’abilità militare e amministrativa di cui potevano disporre i conquistatori degli imperi. Attraverso i secoli il papato aveva potuto costruire e dirigere un’organizzazione comprendente tutta l’Europa cattolica. Ma non voglio continuare con questo argomento e con la riforma del Cinquecento. 

Come risaputo, la condizione dell’Europa dell’Alto Medioevo, quantunque di lunga durata, non fu permanente. Molti storici pensano che qualcosa non funzionasse nella civilizzazione europea dell’Alto Medioevo, riferendosi al declino morale che spiega la crescente secolarità della società oppure alla crescente secolarità che spiega il declino morale. Altri storici, di temperamento meno romantico, hanno proposto un deus ex machina, come il sorgere della borghesia o del capitalismo o il declino del feudalesimo. Il vantaggio della mia tesi è che possiamo fare a meno delle spiegazioni di tipo morale di uno sviluppo storico di si grande complessità, ed egualmente possiamo fare a meno di spiegazioni che, di per sé, hanno bisogno di ulteriori spiegazioni. Credo che siano stati proprio l’azione, il lavoro dell’élite esperta a dare la possibilità alle diverse parti del continente di svilupparsi economicamente e culturalmente. Diventava dunque possibile per quelle parti d’Europa fruire di quei servizi e almeno di molti prodotti che prima erano solo presenti in alcune regioni del continente. In altre parole, l’Europa diventava più ricca e meno sottosviluppata. 

Fu un processo assai lento. L’internazionalismo non poteva sparire da un giorno all’altro. Si può vedere, per esempio, il lento cambiamento culturale nel diffondersi della letteratura vernacolare: l’Italiano, il Francese, l’Anglo-sassone, il Tedesco. Questo fenomeno ci dice che esisteva in quel tempo un pubblico laico più numeroso e con molto tempo libero per imparare a leggere, contro quei pochi di prima che per necessità avevano imparato a leggere il latino. Nello stile delle costruzioni troviamo, invece, più differenze regionali. Lo stile gotico era ancora uno stile internazionale; però vi troviamo molte differenziazioni regionali che non troviamo nello stile romanico. E così via. 

Lo stesso fenomeno si manifesta nell’organizzazione politica, a causa del diffondersi delle abilità militari e amministrative nelle regioni d’Europa. Era il momento in cui si cominciavano a porre le basi degli stati nel Tardo Medioevo e nei primi secoli dell’età moderna. Le dimensioni esatte di questi stati non si possono conoscere, ma nessuno stato era ancora tanto esteso quanto l’impero di Carlomagno. Le affinità etniche o tribali potevano influenzare questo sviluppo, come anche le tradizioni classiche, e in ciò ci viene da pensare alla Hispania, alla Gallia e alla Germania. Però non si devono sopravvalutare le tradizioni letterarie o l’influenza di quelli che facevano propaganda “nazionale”, anche se scrivevano in latino. Si può dire anche di più; la mia tesi non sottovaluta un fenomeno umano che di solito oggi è ignorato dagli storici del nazionalismo ed anche dai combattenti per la libertà. Mi riferisco al fenomeno ormai diffuso dei matrimoni etnici. 

Gli stati del Tardo Medioevo, una volta formati, acquistavano la stabilità di organizzazioni ben funzionanti. A poco a poco, a causa delle tradizioni di lealtà alloro principe, a causa delle tradizioni educative ed anche di quelle mitologiche risalenti alla loro origine (tradizioni mitologiche che facevano considerare gli antenati come eroi), le popolazioni dei nuovi stati acquistavano un senso di nazionalità. Fu un processo assai lento. I contadini con usi, pregiudizi, lingue o dialetti, sopravvivevano come avevano sempre fatto. Si pensi, per esempio, alla lingua siciliana che scompare solo oggi nelle città, principalmente a causa della radio, del cinema e della televisione. L’idea dell’unità naturale della cristianità si affievolì solo nel Settecento ed è stata soppiantata dal nazionalismo, considerato quasi una religione che diventava motivo politico popolare. Nel corso del suo sviluppo, il nazionalismo si è servito dei sentimenti più antichi; naturalmente del patriottismo, ma anche, certamente, di altri sentimenti più perniciosi come il razzismo e la xenofobia. 

Scopo di questa mia conferenza non è quello di dare giudizi morali, ma di analizzare uno sviluppo storico per vedere se esso ci può illuminare per il futuro. Credo che adesso, alla fine del Novecento e del secondo Millennio, siamo arrivati all’immagine speculare della debolezza dell’universalismo del Medioevo, vuol dire della debolezza dello stato sovrano, di quella unità politica, economica e culturale, che fino a non molto tempo fa era considerata come unità naturale e quasi platonica. Nel Tardo Medioevo gli immensi imperi erano sopravvissuti alla loro utilità e credibilità. 

Nel campo dell’economia, della politica militare, dell’amministrazione e alla fine nelle emozioni della gente, il lavoro dell’élite internazionale non era necessario né era la più efficiente forma di organizzazione della vita dei popoli europei. 

Oggi troviamo che il nazionalismo etnico-populistico, e la sua incarnazione nello stato nazionale sovrano, comincia a sopravvivere alla sua utilità e credibilità. Questo sviluppo si nota nell’Unione europea, fondata da una generazione che nella seconda guerra mondiale era giunta ad un nazionalismo esagerato. Per una nuova generazione e forse ancora più importante il sorgere di un mercato globale, finanziario e di produzione. 

Che resta della sovranità di uno stato individuale, quando il corso della sua moneta, la quantità delle tasse, insomma la sua politica economica dipende da banche e da altri organismi internazionali con direttori non eletti e sconosciuti? È la fine non tanto delle differenze e tradizioni culturali, almeno non necessariamente, quanto del nazionalismo politico. 

Ed ecco la mia analogia, un’analogia di immagine speculare. Senza dubbio, sarà un processo lento, come era la morte dell’idea dell’universalismo medievale. Non si può predire quanto tempo sopravviveranno gli stati nazionali, che cambiamenti potranno aversi o quali organismi subentreranno agli stati non ancora del tutto riconosciuti. Le nazioni non sono entità platoniche. 

Voglio terminare con una citazione di Goethe. Nel Faust Mefistofele dice allo studente principiante che aveva deciso di non studiare la giurisprudenza: 

Vernunft wird Unsinn, Wohltat Plage; 
Weh dir, dass du ein Enkel bist! 


La ragione diventa un nonsenso, il beneficio una piaga; 
Misero, che sei un nipote! 

Helmut G. Koenigsberger

(*) Questa relazione, curata da Vita Montalto, riprende ed elabora più compiutamente un breve articolo del prof. H. G. Koenigsberger apparso nel novembre del 1996 con lo stesso titolo su “European History Quarterly”.

Da “Spiragli”, anno IX, n.1, 1997, pagg. 5-11.